Las aventuras de Huckleberry Finn
«Mapa de “La aventuras de Huckleberry Finn"». Obra de Everett Henry (1893-1961). |
«Porque lo que está bien, está bien y lo que está mal, está mal, y cuando uno no es un ignorante y sabe lo que se pesca, no tiene derecho a obrar mal».
Mark Twain. Las aventuras de Huckleberry Finn
¿Novela infantil y juvenil o novela para adultos? ¿Clásico indiscutible o desafortunado intento? Por supuesto que tengo mi opinión personal sobre estas cuestiones, pero, que quieren que les diga; en cierto modo, tales disquisiciones académicas me dan un poco igual. Les recomiendo que lean Las aventuras de Huckleberry Finn si todavía no lo ha hecho, o lo relean si lo hicieron en sus años mozos; y, si les gusta y les parece conveniente, dénselo a leer a sus hijos. Yo lo hice, todo ello, y puedo decirles que estoy muy satisfecho (y mis hijas, también).
Dicho esto –que los expertos en retórica criticarían, pues semeja más la conclusión que la apertura–, si les parece bien, podemos contar algunas cosas sobre Huck y sus aventuras por el Misisipí.
Allá por el año 1875, Mark Twain acababa de terminar uno de sus mayores éxitos literarios, Las aventuras de Tom Sawyer (publicado al año siguiente, y comentado aquí), pero en una carta por esas fechas nos indica que ya estaba pensando en Huck:
«He terminado la historia [Tom Sawyer] y no he llevado al chico más allá de la niñez. Creo que sería fatal hacerlo de cualquier otra forma. En algún momento tomaré a un niño de doce años y lo llevaré por la vida (en primera persona), pero no a Tom Sawyer; no sería un buen personaje para ello».
Un año más tarde, vuelve sobre el asunto en otra misiva:
«Empecé otro libro para chicos, más para trabajar que para otra cosa. Llevo escritas unas cuatrocientas páginas, por lo que está casi a la mitad. Es la Autobiografía de Huck Finn. Me gusta bastante, por lo que he podido leer, y es posible que cuando termine el esbozo, o bien lo titule y lo maquete, o bien lo queme».
Y ya en 1883, en otra carta, escribe:
«Estoy avanzando en un libro extenso que dejé a medias hace dos o tres años. Espero terminarlo en un mes, seis semanas, o, como mucho, dos meses. (…). Es una especie de compañero de Tom Sawyer. Hay en él un episodio con una balsa».
Finalmente, el libro vio la luz (aunque por el camino Twain abandonó su intención inicial de seguir el desarrollo de Huck hasta la edad adulta), siendo publicado primero en Inglaterra en diciembre de 1884, y datando la primera edición en Estados Unidos de febrero de 1885.
La recepción del libro por la crítica fue, por decirlo suavemente, polémica. Recibió gran número de críticas negativas, por ejemplo, Louisa May Alcott, la autora de Mujercitas, reprochó a Twain que, si no tenía algo mejor que decir a los chicos, dejara de escribir para ellos. Este clima crítico difícilmente podía anticipar los elogios de figuras como T. S. Eliot y Ernest Hemingway cincuenta años después, y, sobre todo, su enorme éxito de ventas, pero entronca con el fuego aniquilador y censurador que soporta la obra en nuestros días, animada por los nuevos movimientos woke que nos asolan.
Eliot elogió la novela en un famoso prólogo, y fue uno de los pocos críticos que consideró “correcto” que la historia volviese en su final, en los capítulos denominados de “evasión”, al estado de ánimo de su precuela Tom Sawyer. Pero, Ernest Hemingway, al tiempo que dedicaba a la novela las mayores alabanzas, diciendo que toda la literatura estadounidense moderna proviene de ella, y que se trata del mejor de los libros estadounidenses, no dejó de advertir lo siguiente:
«Si, debes leerlo, pero debes detenerte donde los chicos recuperan al negro Jim. Ese es el verdadero final. El resto es simplemente hacer trampa».
Discrepo de Hemingway y estoy con Eliot. Quizá porque, como el poeta angloamericano señaló, al igual que «la mayoría de nosotros», Mark Twain «nunca llegó a ser maduro en todos los aspectos. Incluso podríamos decir que su lado adulto era juvenil, y que solo el niño que había en él, que era Huck Finn, era adulto», lo que explicaría su facilidad para trasladarnos, con diversión y deleite, los recuerdos de su propia infancia, «aún dignos de desear, aunque perdidos y desaparecidos para siempre», para que sus lectores pudiéramos disfrutarlos tanto como él.
La trama de la historia es bien conocida, narrando las tribulaciones y peripecias de joven Huck Finn tras huir de su padre borracho y encontrase con su futuro amigo, el esclavo fugitivo Jim; ambos deciden efectuar una accidentada bajada por el río Misisipí en una balsa, culminando el relato con un reencuentro final con su camarada Tom.
Pero el libro guarda entre sus tapas mucho más que eso. Hay en él, por supuesto, una enseñanza moral, aunque esta no esté garabateada en cada página, y a pesar de la advertencia –muy probablemente humorística– con la que Twain presenta su libro:
«AVISO
Las personas que intenten encontrar un motivo en esta narración serán perseguidas. Aquellas que intenten hallar una moraleja serán desterradas.
Y las que traten de encontrar un argumento serán fusiladas».
Decía Chesterton que la Odisea es, y siempre será, uno de los grandes libros de la literatura universal, porque realmente toda vida es como un viaje. Una idea que ha sido objeto de innumerables declinaciones literarias, aunque quizá tenga su versión más auténtica y trascendente en la parábola del hijo pródigo. Y una de esas variaciones podrían encontrarse ciertamente en las aventuras de Huck Finn; hay en esta historia algo de la Odisea, y en su protagonista, Huck, algo de Ulises.
El viaje —representado por la navegación en balsa por el Misisipí—, es el centro de la historia. Un viaje que transforma al protagonista en muchos aspectos. Andrew Lang opinaba que Mark Twain se había vuelto homérico con este libro, aunque quizás no se había dado cuenta; lo cierto es que se han señalado muchas analogías entre las dos obras, no solo la del viaje en sí: el uso de disfraces de Tom y Huck al final del libro está en la tradición del regreso a casa de Ulises y de su buscado anonimato una vez llega; y el encarcelamiento de Huck en la cabaña, la destrucción de la balsa, e incluso, Huck fingiendo su propia muerte y más tarde escondiendo oro en un ataúd, en una especie de descenso al mundo de muertos, pueden verse como reflejos —algunos muy tenues, es verdad— del viaje que nos cantó Homero.
Pero si hay alguna moraleja en el libro —sea a causa o a pesar de su autor—, es la forma en la que se produce el crecimiento moral del protagonista, la lucha que en su interior libran su conciencia y su conformidad con el estado de opinión en el que había crecido al respecto de la legitimidad de la esclavitud. Huck había sido educado en un perverso ambiente esclavista, pero su odisea por el río se convierte para él en una camino hacia la verdad, y la amistad que brota entre Jim y él desencadena la liberación de su conciencia, dándole su verdadera dimensión de profundidad y verdad (he tratado este tema aquí).
El crítico Lionel Trilling, escribió una buena recomendación sobre Huck y sus aventuras que no me resisto a reproducir:
«Uno puede leerlo a los diez años y luego cada año, y cada nuevo año descubrir que es tan fresco como el año anterior, que sólo ha cambiado algo por hacerse un poco más grande. Leerlo joven es como plantar un árbol joven: cada año añade un nuevo anillo de crecimiento de significado, y es tan poco probable que el libro se vuelva aburrido como el mismo árbol. Así, podremos imaginar como habrá sido el crecimiento de un niño ateniense junto a la Odisea. Hay pocos libros que podamos conocer tan jóvenes y amar durante tanto tiempo…».
Totalmente de acuerdo.
Así que, ahora toca acabar, pues tras esto nada más se puede añadir; y lo hago al estilo de Huck:
«No queda nada más por escribir».