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7.08.20

La nueva era oscura de la lectura: códigos de advertencia y lectores de sensibilidad


   

                       «Lectura de vacaciones». Obra de Carl Larsson (1853-1919). 

    

   

  

«La naturaleza humana será la última parte de la naturaleza en rendirse al hombre».

C. S. Lewis. La abolición del hombre

 

  

     

Si interrogásemos a los padres sobre si quieren o no que sus niños sean lectores, la gran mayoría respondería afirmativamente. Es más, algunos protestarían ante lo que considerarían una cuestión banal: ¿cómo no van a querer los padres que sus hijos lean libros? La mera pregunta les parecería una provocación, o al menos, una pérdida de tiempo. Sin embargo, si preguntásemos a los chicos quizá nos llevaríamos una sorpresa, y no muy agradable. Porque están creciendo entre diversidades, espacios seguros, delitos de odio y demás elementos disolutorios que forman parte de la modernidad progresista dominante. Y los libros son un campo propicio para sembrar esta cizaña.

Hace poco leía en un periódico estadounidense una noticia relacionada con este tema. El artículo daba cuenta de reclamaciones y protestas por parte de grupos de estudiantes que exigían a sus instituciones universitarias protección contra lo que percibían como contenido perturbador en alguno de los textos que se les proponían leer en sus programas de estudio. Pedían su retirada de los cursos o que, al menos, se confeccionasen códigos de advertencia sobre los libros que consideraban peligrosos por contener escenas con potencial para causar angustia o trauma. Concretamente, sus «iras» se dirigían contra La señora Dalloway (1925), de Virginia Wolf, El gran Gatsby (1925), de F. Scott Fitzgerald, e incluso El Mercader de Venecia (1600) de W. Shakespeare y Las metamorfosis (8, d. de C.), de Ovidio. Se trataba de jóvenes del mismo corte que los que abogan desde hace ya un tiempo por hacer desaparecer de Las aventuras de Huckleberry Finn (1876) de Twain la palabra «negro», o de los que abominan del antaño admirado Matar a un ruiseñor (1960) de Harper Lee, a causa de su contenido ofensivo y racista.  Lo cierto es que este tipo de advertencias es común hoy en muchos centros universitarios. El profesor de literatura inglesa en el University College de Londres, John Mullan, señala que el problema «nunca se había dado antes (…). Esencialmente, la literatura está llena de todo tipo de cosas perturbadoras, provocativas, incómodas, tristes y vergonzosas. Eso es parte de lo que es. Por eso creo que cuando empiezas a etiquetarla con advertencias, la locura subyace a todo ello». 

Parece, por tanto, que de la mano de esos hipersensibilizados universitarios, estamos llegando de nuevo a un oscuro lugar para la lectura y probablemente no solo para esta. 

Tras un tiempo de bonanza y elogio del hábito de leer, estaríamos acercándonos a un nuevo período de hostilidad. Se trata, por ahora, de lo que podrían ser pequeños incidentes, ¿o serán más bien las puntas de un iceberg? En todo caso, no es propiamente una novedad, sino más bien el regreso de una animadversión y por diferentes razones que antaño, aunque no sean mejores.

Es un hecho acreditado que la lectura ha sido vista con recelo, incluso con temor, prácticamente desde sus inicios. Partiendo de las advertencias contenidas en el diálogo platónico Fedro (360 a. de C.), expresadas por boca de Sócrates, la animadversión e incluso la prohibición de la lectura (de ciertos textos o en general), es una constante en la historia del hombre. Desde luego, esta idea de peligro tiene un largo periplo, pero ¿encierra un núcleo de verdad?

¿Cuáles han sido las razones aducidas? Unas han apuntado al riesgo de una disolución moral y otras han hecho referencia a la salud, al peligro de contraer enfermedades mentales, como trastornos de personalidad, depresión o conductas suicidas. Todas tienen en común, como causa última, la capacidad de la literatura para afectar o influir en el hombre.

En Fedro, Sócrates expone sus temores de que para muchos, especialmente los no educados, la lectura pueda provocar confusión y desorientación moral, a menos que el lector sea aconsejado por alguien con sabiduría. Igualmente advierte de que confiar en la palabra escrita debilitará la memoria de las personas y les quitará la responsabilidad de recordar. Curiosamente, Sócrates usó la palabra griega pharmakon (droga) para referirse a la lectura, algo que encaja en la terminología actual de «toxicidad», muy utilizada para calificar, o mejor, descalificar las lecturas peligrosas. Algo más tarde, Séneca advertía de lo siguiente: «Ten cuidado, no sea que esta lectura de muchos autores y libros de todo tipo tienda a hacerte discursivo e inestable».  

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18.07.20

Lecturas estivales (III). Para los del medio (8 a 12 años)

                         «Ruta patagónica». Obra de Julia Sanmartin Sesmero (2006-).  

 

 

  

«En las flores silvestres de verano
Se estremece aún
El sueño de gloria de los guerreros».


Basho

 

«Lentos veranos de niñez
Con monte y mar, con horas tersas».


Jorge Guillén

  

 

   

Las vacaciones son para los niños sinónimo de libertad y tiempo de juegos. Especialmente las que transcurren en la época estival dejarán en su memoria algo intemporal y mágico; recuerdos nostálgicos y casi nebulosos a través del aire brillante y luminoso de un caluroso día de verano. 

Por esta razón mi selección veraniega de lectura para niños entre los 8 y los 12 años, se inclina por lo lúdico y lo, aparentemente, insustancial. Niños revoltosos y juguetones e historias de fantasía serán sus protagonistas. Y sin más preámbulos empiezo:

  

Charlie Moon, de Shirley Hughes


                                                       Los dos títulos de Charlie Moon.

De la británica Shirley Hughes ya les he hablado. Ilustradora de talento, también fue una escritora prolífica y afortunada. Aquí les presento a una de sus criaturas, el deliciosamente lioso Charlie Moon, un tipo a lo Guillermo Brown que a veces se deja enredar en asuntos misteriosos. El personaje protagoniza dos historias. En la primera, Aquí viene Charlie Moon (1980), se nos presenta a Charlie. Son las vacaciones de verano y su madre decide que por su propio bien y por el de su inquieto hijo lo mejor para los dos será que el niño pase algún tiempo con su tía Jean en Penwyn, la localidad costera de veraneo donde esta vive y donde regenta una tienda de objetos de broma y disfraces. ¿Quién no amaría a una tía que tiene una tienda de objetos de broma en la playa? Desde luego que no Charlie, incluso si tiene que sufrir a su prima Ariadna, una sabelotodo. Sin embargo, cuando nuestro protagonista se topa con un misterio relacionado con una joyería, toda ayuda es bien recibida y hasta su prima podría llegar a ser una útil aliada. Historia divertida y sin pretensiones que hará sonreír a los jóvenes lectores. Las maravillosas ilustraciones en blanco y negro de Shirley Hughes aderezan convenientemente el relato.

En la secuela, Charlie Moon monta una gran feria (1986) (nunca segundas partes fueron buenas), vemos de nuevo a Charlie y a su prima Ariadne, esta vez frustrando los planes de una banda de patéticos ladrones. Curiosamente, la historia se desarrolla entre la biblioteca pública y la feria del libro local. Aún siendo entretenido y gozando nuevamente de las buenas ilustraciones de Hughes, la historia pierde algo de la originalidad que poseía el primer libro y, para colmo, a alguno de los personajes más entretenidos y conseguidos en aquella primera novela de la serie, como la tía Jean y la señora Cadwallader. En todo caso, entretenida y divertida lectura de verano.

De 8 a 10 años.

 

El trasto de mi hermanita, de Dorothy Edwards


                                                 Los dos títulos editados por Alfaguara.

En la tradición de los chicos traviesos, pero trasladada al universo femenino, en los años 80 se publicaron en España dos libros de una serie humorística protagonizada por un terremoto de niña de unos cinco o seis años, titulados El trasto de mi hermanita (1952) y El trasto de mi hermanita se porta bien (1968), escritos ambos por la británica Dorothy Edwards. Los libros contienen una serie de divertidos episodios cortos protagonizados por, como señala gráficamente el título, la traviesísima hermanita de la narradora. Estos breves relatos fueron concebidos por Dorothy Edwards para mantener apaciguada a su hija Jane durante unas vacaciones familiares. Al parecer la autora se inspiró en su hermana pequeña Phyllis Mary para construir las historias, y a ella se los dedicó. Edwards publicó cinco libros con estos relatos y todos fueron ilustrados por Shirley Hughes. Como he dicho es España se ha publicado solo dos de los cinco libros de la serie por Alfaguara, conteniendo las ilustraciones de Hughes.

De 7 a 8 años.

  

Henry y Ramona, de Beverly Cleary

 

 

                Los cinco títulos de la serie de Henry Huggins publicados por Bruguera

Al otro lado del charco, en los Estados Unidos, y allá por los años 50, una prolífica y hoy muy conocida, autora de literatura infantil, comenzó a escribir una serie de libros protagonizados por un chico de unos once o doce años llamado Henry Huggins. Beverly Cleary era bibliotecaria y escribió el primer libro de la serie en 1950, en respuesta a las demandas de los niños de su ciudad que acudían en tropel a su biblioteca en busca de libros sobre «chicos como nosotros». Pocos años después, Cleary puso en marcha una nueva serie protagonizada por uno de los personajes secundarios de las historias de Henry Huggins, Ramona Quimby. Esta serie fue todo un éxito y superó con creces a su predecesora en popularidad. Henry apareció solo en raras ocasiones en la serie Ramona y como un personaje secundario. Ambas series se desarrollan en el vecindario de Grant Park, en el noreste de Portland, Oregón, donde fue criada la autora.

Henry es el típico chiquillo de una decena de años de clase media que vive en un barrio de casas unifamiliares rodeadas de por un pequeño jardín. Como muchos chicos de su edad y condición en Estados Unidos, Henry gana algo de dinero repartiendo periódicos, actividad que realiza en bicicleta y acompañado de su inseparable perro “Pelanas” (originalmente, “Ribsy”).  

Ramona es una niña muy despierta de seis años que convive con sus padres, con una hermana cuatro años mayor llamada Bea (Beezus) ––que es amiga de Henry Huggins–– y con un gato. Las historias relatan la vida cotidiana de esta familia, centrada sobre todo en Ramona, pero implicando a todos los demás miembros de la misma. 

Las dos series contienen divertidos y sencillos relatos sobre la vida cotidiana de chicos normales y corrientes, los mismos que pedían a la Beverly Cleary bibliotecaria historias cotidianas protagonizadas por niños como ellos. 


                            Los seis títulos de la serie de Ramona publicados en España.

Aquí en España fueron publicados casi todos los libros de ambas series. La de Henry, en los años 70 por la mítica editorial Bruguera, en su colección «héroes juveniles», comprendiendo los títulos de Henry HugginsHenry repartidor de periódicosHenry y BisisHenry y el casino y Henry y “Pelanas”. Respecto a la serie de Ramona, la edición corrió a cargo de Espasa, Austral y Planeta Agostini y se publicaron los títulos de El mundo de RamonaRamona empieza el cursoRamona la valienteRamona y su madreRamona y su padre (medalla Newbery de 1978) y ¡Viva Ramona!. 

De 10 a 12 años.

 

El pequeño Nicolás (1959-1965), por René Goscinny

 


                                    Ilustración de Jean-Jacques Sempé (1932-).

El año pasado se cumplieron 60 años del nacimiento del pequeño Nicolás, l´enfant terrible imaginado por René Goscinny y dibujado por Jean-Jacques Sempé. Goscinny escribió el primer libro de la serie en 1959, el mismo año en que también publicó el primero de los cómics de Asterix que le harían mundialmente famoso.

En la senda de Tom Sawyer, Penrod o Guillermo Brown, se trata de una serie de breves relatos protagonizados y narrados en primera persona por Nicolás, un inquieto chico de unos siete u ocho años de una familia francesa de clase media en el París de los años 60. Las historias recogen retazos de vida cotidiana de protagonistas infantiles alborotadores y revoltosos pero encantadores y tremendamente divertidos, en una atmósfera «retro», como se dice ahora. Los relatos parecen ideales para leer en voz alta a un auditorio, con toda seguridad, entregado a las risas causadas por este escolar inocentemente transgresor y sus amigos.

                                     Los originales cinco primeros títulos de la serie. 

Una de las cosas que me gusta de estas historias es su falta de «corrección política», es decir, en palabras llanas, su falta de acomodo a la modernidad y sus cursilerías. Es un pequeño viaje en el tiempo a un mundo (el de la Francia de los años 60 del pasado siglo) que no es tan diferente del que vivimos en nuestra infancia muchos de nosotros. Al situar Goscinny al narrador en la persona del protagonista, Nicolás, deja traslucir el punto de vista infantil, con sencillez pero mucha maestría, en acomodo perfecto con las ingenuas y afables ilustraciones de Sempé. Además, el humor del bueno es intemporal, como comprobarán ustedes y sus hijos si deciden acercarse a esta serie.

En España el pequeño Nicolás se ha editado con profusión por Alfaguara, Círculo de Lectores, y recientemente Loqueleo (proyecto de literatura infantil y juvenil de Santillana), por lo que no resulta dificultoso hacerse con los libros. 

 De 10 a 12 años.

 

Las hadas de Villaviciosa de Odón (1953), de María Luisa Gefaell


  Cubierta de «Las hadas de Villaviciosa de Odón». Benjamín Palencia (1894-1980). 

Las hadas no son patrimonio de nadie. Cierto es que la mayor parte de las historias que hemos leído y leemos a nuestros hijos proceden de tradiciones literarias y populares alejadas de esta piel de toro que habitamos. Pero también aquí ha habido y hay fermento y abono de misterio y fantasía como para que estos delicados y evasivos personajes se aparezcan. Una escritora española fue de la misma opinión y nos ha dejado dos volúmenes de cuentos feéricos y maravillosos, muy, muy españoles. Me refiero a María Luisa Gefaell, premio Nacional de Literatura 1952 con La princesita que tenía los dedos mágicos (1951), colección de seis poéticos cuentos en los que se mezcla la realidad con la fantasía, deliciosamente narrados en un estilo sencillo. El que da título al libro nos habla de una princesa que, por culpa de una maldición, solo puede ver la fealdad y el dolor en lo que le rodea, hasta que descubre que con solo rozar las cosas con sus dedos las transforma, convirtiendo todo en alegría y belleza. El volumen está ilustrado con los dibujos de Juan Palet, en línea muy moderna y colores vivos.  

   Láminas de J. Palet (1911-1996) para «La princesita que tenía los dedos mágicos».

Pocos años después, la autora, nos regaló otro delicioso libro de cuentos, Las hadas de Villaviciosa de Odón (1953), donde, los personajes fantásticos que dan título a la obra, van y vienen, danzando y jugando en un lugar muy cercano a Madrid. Cada uno de los relatos trata de diferentes protagonistas como «las hadas del mar», «las hadas de la tierra»«las hadas de la sierra» «las hadas de la Luna». Así, entre sus páginas encontramos hadas marinas que aparecen perdidas en el río, hadas que convierten áridos paisajes en campos de flores, hadas que se enamoran de simples mortales y se equivocan de tiempo, y también, hadas musicales que transforman a zapateros remendones en cantaores de seguidillas. La obra se encuentra iluminada por las ilustraciones de Benjamín Palencia, fundador de la denominada Escuela de Vallecas. 

Ambos libros reúnen los cuentos que la autora creó para sus hijas, con la intención de despertar y ensanchar su imaginación; como señaló una de ellas, su madre quería «que cada cuento fuese lo más completo posible, que fuese entretenido, que tuviera su misterio, que acercara a los niños a todo lo que pudiera ampliar más su mundo y su capacidad de ilusión». En el prólogo al segundo de los libros, María Luisa Gefaell dejó escrito: «Siempre quedará un niño o un algún poeta, para encontrar tesoros, milagros o hadas en esta tierra dura, por este cielo anchísimo». Ustedes y sus hijos pensarán, seguro, que ella lo logró con estos libros. 

De 8 a 12 años.

 

Y para acabar, un poema. Este pequeño fragmento de Los poemas sin nombre, de Dulce María Loynaz, puede ser oportuno. Disfrútenlo.

 

De todo cuanto han hecho los hombres, nada amo más que los caminos.

Ellos son la lección de humildad útil, de mansedumbre cristiana que nos encarecen los libros de piedad.

Los caminos sirven como Marta y están quietos como María: nada tan noble, tan sereno como este tenderse en paz, y largamente…, largamente.

 

 

13.07.20

Lecturas estivales (II). Para los pequeños (3 a 7 años)

          «Olas rompientes en la playa». Obra de Laura Sanmartin Sesmero (2004-).  

   

 

 

«Un bote, bajo un cielo soleado
El sueño de seguir adelante
En un atardecer de julio…»

Lewis Carroll


«Sedientas las arenas, en la playa
sienten del sol los besos abrasados,
y no lejos, las ondas, siempre frescas,
ruedan pausadamente murmurando».

Rosalía de Castro

   

    

En uno de sus poemas, George MacDonald habla del verano. Como toda visión de MacDonald, el poema busca aquello que está tras de las cosas y que, emboscado, nos aguarda allí pacientemente. Los versos vienen a decir que el verano es una estación transformadora, que hace que el corazón del hombre cante y brille con una brillantez divina, y que quien mejor capta esto es, como no, el niño. Ya hemos hablado de la visión inocente y preclara de los pequeños. De esta vivacidad alegre y abierta a todo. Coincido con MacDonald en que, aquello que el verano es, la profunda y alegre vida que el verano transmite, solo puede ser apreciada convenientemente por los niños. Los libros de que hablaré a continuación tratan de captar esa alegría y conectar así con los más pequeños, y he de decir que lo hacen con acierto.

 


Herederos de Beatrix Potter: Barklem y Paterson

 

 

         Uno de los libros de Barklem y la colección de la serie «Foresta» de los Patterson.

 

La delicadeza de las ilustraciones y dibujos de Beatrix Potter no tiene parangón. Hay en ellas una mezcla de pureza e ingenuidad que transmite paz y seguridad al lector, sea o no niño. Pero, a un tiempo, sus figuras de animales no dejan de responder a estudios anatómicos precisos y realistas. Esta confluencia entre la realidad y la fantasía da a su obra un nivel al alcance de muy pocos.

Por si no fuera suficiente con esto, la calidad de sus historias no se queda atrás. Encajan como un guante (un guante de seda, por demás), en la ilustración que las ilumina. Parecen hechas la una para la otra y viceversa. No hay contraste ni distorsión. Uno tiene la impresión de que la autora no podría haber realizado esos maravillosos dibujos sin sus fantásticas historias y, del mismo modo, que no podría haber ideado esas historias sin plasmar o imaginar, a un tiempo, esas imágenes.

De algo tan especial podría esperarse que hubiera dado lugar al nacimiento de una escuela, pues la admiración mueve a la emulación. Y si bien escuela, en el sentido propiamente académico, no creo que haya, lo que si hay es continuadores de esa tradición que tratan de aunar lo que en Potter era consustancial: una bella imagen, tierna y delicada, con una historia ingenua y encantadora. Y a algunos de ellos va dedicada esta entrada.

Voy a detenerme y hacer escala en algunos artistas muy meritorios que han seguido con mucha dignidad y arte la estela de Beatrix Potter, protegiendo de alguna forma su legado. Me refiero a Jill Barklem con su serie del Seto de las zarzas (editados por Blackie books) y Brian Patterson y su esposa Cynthia en su serie de Foresta (publicados en los ochenta por Europa ediciones).

 

                   Ilustraciones de los Paterson y de Jill Barklem, respectivamente.

Todos ellos son británicos como su maestra y, como ella, han construido un mundo animal delicioso e increíblemente hermoso. Todos ellos, al igual que Potter, descienden a un nivel de detalle y de realismo que pone de manifiesto un gran virtuosismo, pero al mismo tiempo, no dejan de dar a sus creaciones un toque tierno e inocente.

Según nos dice Tolkien, «Los cuentos de Beatrix Potter están al límite del mundo de las hadas, sin que en mi opinión pertenezcan en su mayor parte a él. Su proximidad se debe en gran medida a su fuerte componente moral. Con ello aludo a su inherente moralidad, no a una cierta “significatio” alegórica. Pero El conejo Perico sigue siendo una fábula de animales, aun cuando contenga una prohibición y aun cuando haya prohibiciones en el país de las hadas (como probablemente las haya en todo el universo, no importa a qué nivel o dimensión)». Por contraste, creo que Jill Barklem y los Paterson han perdido ese componente fabulario que Tolkien atribuye a Potter y han tratado más de hacer una similitud formal con los dibujos de su maestra que de seguir su espíritu, pues sus tramas carecen de ese componente aleccionador de la máxima horaciana («prodesse et delectare»), y ello, aun cuando pueden verse en ellos aires bucólicos a lo Grahame y su obra El viento en los sauces. 

No obstante, los libros serán un delicioso festín, sobre todo visual, para los niños, que podrán sumergirse en las minucias de cada ilustración y explorar y descubrir pequeños secretos, escondidos a la vista por el preciosismo y la profusión de los detalles. Historias simples e imágenes exuberantes entretendrán y maravillarán a sus pequeños.

 

Un día perfecto (2015), de Danny Parker

 

                                                                 Portada del libro. 

 

«Esta historia capta la sencillez, la espontaneidad y la libertad de una infancia idílica, mientras que la ilustración de Freya Blackwood captura la luz ––e incluso el olor y la sensación–– de un día de verano perfecto». Con esta presentación tan seductora se nos anuncia este álbum ilustrado. Y la verdad es que, en esta ocasión, lo que se anuncia coincide plenamente con la realidad de lo anunciado. Se trata de un libro simple que, de manera simple ––con pocas palabras y con sencillos dibujos––, trata de contar las experiencias estivales de lo que parecen ser tres pequeños hermanos. El adulto, al leerlo en voz alta, no podrá evitar el recordar su infancia, a retazos y como envuelta en niebla, pero volverán a él sensaciones y recuerdos que creía perdidos. Y el pequeño que escuche y, absortamente, se deje llevar por las hermosas ilustraciones, deseará vivir lo que le cuentan e imagina, o degustará de nuevo aquello que ya haya experimentado deseando volver a repetirlo.

 

                                                           Dos ilustraciones del álbum.

 

En contraste con el preciosismo de los Patterson y de Jill Barklem, este libro contiene unas cálidas  ilustraciones de Freya Blackwood a lápiz y acuarela, tan simples que parecen sketches, y que acompañan, o más bien, son acompañados por un texto, lacónico y simple, que hace ligera la lectura.

«Nuestra vida está maltratada por los detalles», decía H. D. Thoreau, inútiles y perniciosos detalles de los que, por tanto, debemos desprendernos, y este librito es una ayuda en esa ardua labor, mostrándonos la belleza de la simplicidad.

 

 

Hola Mar (2001), de Pam Muñoz Ryan

 

                                 Portada del libro, ilustrado por Mark Astrella (1957-).

   

Sumérjanse con sus hijos en este librito, hermoso y poético, como si se sumergieran en el mar. Las magníficas ilustraciones a toda página de Mark Astrella, preciosistas, de un realismo natural y fresco (salvo quizá los rostros), son acompañadas de un texto breve y evocador que rememora el efecto que el océano tiene en nuestros cinco sentidos. Casi se puede saborear el rocío de la sal en la cara y sentir el aroma del océano en el aire fresco de la mañana. El álbum evoca la sensación de cercanía y nostalgia que uno siente por un viejo amigo y gustará a quienes amen la costa marina y quieran llevarse a casa un poco de la experiencia de un día soleado de playa. 

 

                                             Un par de ilustraciones del libro. 

 

Es un libro parco, sobrio, prácticamente sin palabras, que, no obstante ello, habla elocuentemente a través de sus maravillosas ilustraciones, enlazando con esa otra máxima horaciana que nos da noticia de la relación fraterna entre la pintura y la poesía: «como la pintura, así la poesía» («ut pictura poesis»), así es este librito.

De esta manera, con aires poéticos, acabo como empecé, con un poema salino de Rosalía. Espero que les guste.

 

Del mar azul las transparentes olas
Del mar azul las transparentes olas
mientras blandas murmuran
sobre la arena, hasta mis pies rodando,
tentadoras me besan y me buscan.
Inquietas lamen de mi planta el borde,
lánzanme airosas su nevada espuma,
y pienso que me llaman, que me atraen
hacia sus salas húmedas.
Mas cuando ansiosa quiero
seguirlas por la líquida llanura,
se hunde mi pie en la linfa transparente
y ellas de mí se burlan.
Y huyen abandonándome en la playa
a la terrena, inacabable lucha,
como en las tristes playas de la vida
me abandonó inconstante la fortuna.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

9.07.20

Lecturas estivales (I). Para los mayores (13 años en adelante)

                            «Lectura de verano». Obra de Karen Hollingsworth (1955-).

 

 

«Ver el cielo en verano
Es Poesía, aunque no esté escrito en ningún libro.
Los Verdaderos Poemas huyen»

Emily Dickinson


«En la apacible colina de verano,
Dormido con el fluir de los arroyos»

A. E. Housman

  

  

Llega el verano y con él las ansiadas vacaciones. Pero… ¿sabemos realmente hacer un uso sabio y adecuado de este tiempo libre? Porque lo cierto es que desde el pasado siglo XX se ha venido extendiendo, al menos en lo que conocemos como mundo occidental, una idea del ocio como una limitada parcela de tiempo en la que se nos permite alejarnos del tiránico trabajo, y que poco o nada tiene que ver con lo que tendría que significar el ocio para un cristiano, e incluso, para quien no siéndolo, pretende llevar aquello que se conoce como una buena vida.

Josef Pieper, el filósofo católico alemán, tiene todo un libro dedicado a estudiar este asunto: El ocio y la vida intelectual (1962). El ocio tiene su origen en la fiesta, nos dice ––otro concepto desviado de su debido origen y significado, como el del trabajo y el del ocio––, y es este carácter festivo lo que hace que el ocio no sea solo carencia de esfuerzo, sino lo contrario al esfuerzo. El ocio no es un descanso de una actividad o una distracción tal y como hoy las entendemos, sino un estado del alma. Es una actitud contemplativa y espiritual receptiva y abierta al verdadero significado del mundo y a quienes somos realmente. Por ello, el ocio implica el verdadero conocimiento de quiénes somos a la luz del conocimiento de Dios. Y es, al mismo tiempo, el estado espiritual que nace de ese conocimiento y que nos permitirá solazarnos, descansar y permanecer esperanzados sabiendo que somos criaturas, que a pesar de nuestra imperfección fuimos redimidas y que, finalmente, se espera nuestro regreso al «hogar» ––como decía Chesterton–– por toda la eternidad. Este espíritu de ocio debería ser nuestro estado mental propio y natural, estemos trabajando o no. Porque, como ya había dicho Aristóteles «El primer principio de toda acción es el ocio».

Así que, hagamos caso al profesor Pieper, que era un hombre sabio, y tratemos de ser sabios también nosotros junto con nuestros hijos, y ya que uno de los modos de hacer un buen uso de ese tiempo de ocio es leer buenos libros, leámoslos, y un buen momento para hacerlo es este verano que entra. Así que, paso a comentarles algunas obras ––recomendadas para jóvenes y adolescentes–– que pueden ayudar en esta labor.

Historias de aventuras. Una buena opción podría ser El último de los mohicanos (1826) de Fenimore Cooper, la más conocida de las cinco novelas de la serie que sigue la vida, desde la juventud hasta la vejez, del héroe «Calzas de cuero», arquetipo del hombre de la frontera del siglo XVIII. Aventura, acción, amor, amistad, lealtad y sacrificio en medio de las praderas y selvas que rodean los Grandes Lagos, donde Cooper hace honor a las tradiciones de la vida en los bosques, la caza, la supervivencia y los placeres de gozar en libertad de la naturaleza. 

Una alternativa interesante es Beau Geste (1924) la primera (y la mejor) de las tres novelas de P. C. Wren, protagonizadas por los hermanos Geste (las otras dos son Beau Sabreur, 1926, y Beau Ideal, 1928, que, además, incorporan nuevos protagonistas). La novela se desenvuelve en una trama llena de arrojo y heroísmo protagonizada por tres hermanos británicos que, por razones que no vienen al caso, se enrolan en el mítico cuerpo militar de la Legión Extranjera francesa, y tiene como escenario preponderante el marco trágico del desierto del Sahara. Se trata de uno de los clásicos de la literatura de aventuras de todos los tiempos, aderezado con una buena dosis de misterio, puesta de manifiesto ya en el comienzo de la novela.  

 

Ilustraciones de N. C. Wyeth (1882-1945) y Helen Mckie (1889-1957), de ambas obras. 

 

Algo de ciencia ficción o de literatura de anticipación. Podríamos empezar con El hombre invisible (1897), del ateo y sin embargo amigo de Chesterton, H. G. Wells. En la novela, el protagonista, Griffin, un joven y brillante investigador, descubre en su laboratorio un procedimiento para volverse invisible. Pero, al mismo tiempo, también descubre que no hay mejor disfraz que la invisibilidad y no hay mayor abono de tentación que la impunidad que esa invisibilidad ofrece. Novela que alerta de los peligros, éticos y prácticos, de la ciencia mal utilizada. Una alternativa, en el marco opuesto de creencias, es la obra del sacerdote inglés, converso del anglicanismo al catolicismo, Robert Hugh Benson, titulada El señor del Mundo (1907). Se trata de un thriller esjatológico (como diría el padre Castellani) en el que el autor explora uno de los aspectos del fin de los tiempos, el reinado del anticristo. Por ello su clasificación dentro del género de la ciencia ficción no es en absoluto adecuada; mejor haríamos en incluirlo en la literatura de «anticipación». El mismo Castellani (que lo tradujo), dijo al respecto: «Monseñor Benson inventa una manera de cómo la cosa puede pasar, sabiendo que puede haber otras maneras, lo importante es que la “cosa” va a pasar, de esa manera u otra». Buena historia en todos los sentidos, como ciencia ficción, como visión distópica y como especulación teológica, y, además, tremendamente pedagógico para todo tiempo, pero especialmente este que nos toca vivir, pues Monseñor Benson nos presenta un mundo donde impera la apostasía, parecido al nuestro de hoy; en palabras de Breide Obeid, el autor nos muestra un tiempo en el que «la esperanza se transforma en hedonismo y la caridad en filantropía» y «cómo el catolicismo no es perseguido directamente; sino incorporado y subordinado a la Religión del Hombre». Ayuda a pensar y a estar atento, cosa harto infrecuente en estos tiempos.

 

 

                       Portadas de ambos libros, de Editorial Palabra y de Anaya.

 

Libros de detectives. Alguno de la serie de la cristiana/anglicana Dorothy L. Sayers protagonizados por su exquisito y aristocrático detective Lord Peter Wimsey y su inseparable valet Bunter. Quizá sea recomendable empezar por Misterio en el Belladona Club (1928), o por Veneno mortal (1930), donde Lord Wimsey conoce a la señorita Harriet Vane, de la que se enamora perdidamente, aunque la Vane se resiste a sus propuestas de matrimonio hasta La Noche de Gaudy (1935). También podría acudirse al maravilloso El último caso de Philip Trent (1913) de A. C. Bentley (amigo de Chesterton y Belloc), novela llena de elogios: «una historia de una brillantez y encanto inusuales con una originalidad asombrosa» (Sayers), «una de las tres mejores historias de detectives jamás escritas» (Christie) o «la historia de detectives más refinada de los tiempos modernos» (Chesterton). Finalmente son otra opción, las novelas de una segundona pero que mantiene el nivel, tan blanca como la Christie o la Sayers y muy de su estilo, me refiero a Patricia Wentworth. La serie de la solterona Miss Silver es entretenida, con toques de humor y a menudo historias de amor entre dos jóvenes, lo que acrecienta el atractivo, sobre todo para las jovencitas; están bien La mascara gris (1928) o La colección Brading (1950).

 

 

                  Portadas de Alianza de Editorial de las dos novelas de Hammett.

 

Cambiando de tercio y para un público algo más maduro, aunque sin salirnos de las novelas policiacas, podríamos cruzar el Atlántico y acercarnos al maestro de lo que allí llaman novela de «private eye», un thriller con detective privado. Me refiero al magnífico Dashiell Hammett, del que, su no menos exitoso colega, Raymond Chandler dijo: «Era sobrio, frugal, duro, pero hizo una y otra vez lo que solo los mejores escritores pueden hacer». Entre sus obras podemos escoger El Halcón Maltés (1930), con el duro San Spade desenredando el misterio del robo de una estatuilla y recorriendo para ello las calles de San Francisco, o El hombre delgado (1934) con la pareja de detectives Nick y Nora Charles, donde Hammett logra mezclar, con humor y tensión, no solo martinis y asesinatos, sino también un matrimonio exitoso y la labor de detective privado en la época de la Ley seca, en Nueva York.

Ambas historias se convirtieron en magníficas películas, la primera (El Halcón Maltés, 1941) protagonizada por Humphrey Bogart y la segunda (La cena de los acusados, 1934, y que dio lugar a una saga de seis filmes), por la pareja divertida formada por William Powell y Mirna Loy.

Algún libro sobre la educación sentimental: ya saben, el amor y la vida, familias, romances, amistades, matrimonios. Alguna de las novelas de Georgette Heyer podría servir a este propósito, pero no las de detectives (menos afortunadas), sino aquellas que reproducen fielmente el ambiente y escenario de la nobleza británica de la época de la Regencia. Una Jane Austen en pequeñito, pero con una más detallada ambientación histórica, innecesaria para la maestra Austen, al escribir historias de su propio tiempo, pero precisa para quien, como Heyer, escribe casi 150 años después del tiempo histórico de la novela. Lo cierto es que la autora, sin ser historiadora profesional, era una de las personas de Inglaterra que mayores conocimientos poseía sobre la Regencia, y eso se nota. Buenas costumbres, virtudes y amores blancos, con calidad literaria y fidelidad histórica. Por ejemplo, Arabella (1949), Frederica (1965) o La indomable Sophia (1950).

 

 

                                           Portadas de los libros, editados por Palabra.

 

Otra opción, esta vez llena de humor fino y a veces deliciosamente absurdo, es la clásica Los Gyurkovics, que reúne dos libros, Las hermanas Gyurkovics, escrita en 1893, y Los hermanos Gyurkovics de 1895. Se trata de las obras más conocidas de Ferenc Herczeg (1863-1954), uno de los autores húngaros más importantes del siglo XX, y que mejor retrató a la nobleza magiar de provincias de finales del XIX, de la que esta novela es una buena muestra. En esta novela el autor encadena una sucesión de divertidas y entretenidas historias con los avatares y tribulaciones de la amorosa y disfuncional familia Gyurkovics en el mundo que habitan ––el Imperio austrohúngaro y sus nobles familias en sus últimos brillos–– que divertirán, y mucho, a los jóvenes lectores.

Algo de humor nunca viene malDejádselo a Psmith (1923) del siempre genial P. G. Wodehouse, sería una elección acertada. Psmith es probablemente el personaje más atractivo del escritor inglés. Humor a raudales, amores y enredos en manos del maestro. Y con un aliciente adicional, al menos para mis hijas adolescentes: uno de los más conseguidos romances del autor, que ya es decir; basta pensar en las parejas de Gussie-Bassett, Tuppy-Angela o Bingo-Banks para darnos cuenta del nivel, pero, al menos en mi casa, la historia romántica de Psmith y la señorita Eva Halliday las supera a todas. Y es que el cortejo de Psmith es a la vez majestuoso y sinfónico. Otra historia interesante, a pesar de no ser una obra de madurez, es la de Jim de Picadilly (1917). Igualmente, un romance memorable ––el del protagonista, Jim, con Ann Chester–– en medio de una trama vertiginosa, en la que las suplantaciones de las suplantaciones se concatenan y hacen que, finalmente, Jim acabe fingiendo ser él mismo. En todo caso, como pueden suponer, las cosas se complican antes de poder desenredarse, lo que, como también intuyen, termina sucediendo. Esta historia fue llevada al cine tres veces, una de ellas, en 1936, protagonizada por Robert Montgomery y Madge Evans.

 

 

   Ilustración de Psmith y «La visión de Juana de Arco» de Pierre Fritel (1853-1942).

 

Por último, alguna biografía. Por ejemplo, Juana de Arco (1896) del muy ateo, y a pesar de ello, enamorado y admirado por la figura de la santa francesa, Mark Twain. Esta sorpresiva fascinación dio lugar a un libro maravilloso e inesperado que algunos han calificado de «enigmático acto de devoción». Twain escribió poco antes de su muerte, «es lo mejor que he hecho; Lo sé perfectamente bien. Y además, me proporcionó siete veces más placer que cualquiera de los otros libros; doce años de preparación y dos años de escritura. Los otros no necesitaban preparación y no la obtuvieron», e insistió en su autobiografía: «Escribí el libro por amor, no por dinero». Se trata de un libro atípico para él y que le llevó a viajar a Francia y, como nos ha dicho, a más de una década de investigación y preparación. En cada página encontramos la admiración total del autor por la niña santa/guerrera. Twain, como buen escéptico, acudió a los hechos, lo que le llevó a examinar con detenimiento, en la misma Francia, los documentos del famoso y nefasto juicio y condena de santa Juana y los del posterior proceso de rehabilitación. Lo que de allí emergió para Twain fue una santa con todos sus milagros, profecías y visiones. Todo lo cual es plasmado magistralmente por el escritor norteamericano en su libro, dando como resultado un testimonio que apunta inequívocamente al poder de Dios. Es como si el compromiso de Twain con el realismo hubiera derrotado a su personal escepticismo. Aquellos que lean esta biografía encontrarán el coraje, la ternura, el misticismo y la sencillez de una niña santa contados por un maestro de la pluma, cuyo corazón fue una conquista más de la aguerrida santa francesa.

 

P. D. En las dos próximas entradas me centraré en los más pequeños de la casa.

 

 

30.06.20

De los buenos libros y la importancia de las formas

 «Entre las montañas de Sierra Nevada, California». Albert Bierstadt (1830-1902).

 

 

«Los hombres parecen haber perdido la percepción de la dependencia instantánea de la forma respecto del alma».

Ralph Waldo Emerson




«Cada línea que podemos dibujar en la arena tiene expresión».

Ralph Waldo Emerson



 

Las dos frases del frontispicio, extractadas del conocido ensayo de Emerson El poeta (1843), hacen referencia a algo que en nuestros tiempos postmodernos ha pasado a un segundo plano. A algo que desde la aurora de los tiempos ha encontrado expresión en todas las acciones del hombre como resultado de una pesquisa siempre infructuosa, pero siempre insaciable, de un anhelo que habita en todo corazón humano: La búsqueda de la Belleza como expresión de Dios. 

Y como la Belleza (con mayúsculas) ha sido proscrita, con ella ha sido proscrita también la forma en la que se nos manifiesta, tachada de superflua, de caprichosa y de indiferente. La forma es prescindible, se nos dice, la forma es una tiranía que agobia nuestra libertad de expresarnos, de decirnos, de ser. La forma ha de ser abolida, y así se nos proclama y se nos impone. Es el trabajo de la forma hacer el orden, y pocos tiempos han estado fundados en el desorden más que el nuestro. La expresión irredenta y manifiestamente absurda de este pensamiento se revela estéticamente en la obra Cuadro blanco sobre blanco (1918) de Kazimir Malévich, en el que el artísta esquiva toda forma que remita a una cosa y que delimite una cosa. 

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