Bocazas eclesiales
Dice el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua que bocazas es “persona que habla más de lo que aconseja la discreción”. Mala cosa tener alguien cercano de esa condición, porque eso resulta estar en un constante peligro.
Cualquiera de nosotros hemos tenido con algún jerarca de la Iglesia, un sacerdote, un compañero, algún personaje, momentos de diálogo en los que se han podido deslizar pequeñas observaciones o desahogos que deben quedar en el ámbito de lo privado y el respeto a la intimidad. Más aún si encima se diera el caso que pudiera ser causa de escándalo.
Lo que vengo observando es que hay gente con un afán de notoriedad tal, que está deseando la más mínima confidencia para salir en todos los medios y soltar en público lo que no debería pasar de charla a todas luces privada. Me sorprende la cantidad de bocazas eclesiales que están apareciendo últimamente.

Pues para que esté con un matrimonio de los de siempre que se lleven mal o no sepan cuidar al niño, para eso mejor con una pareja de gays. Por favor, lean de nuevo despacito, y relean entre líneas toda la carga de profundidad que encierran esas palabras.
En la liturgia, como en tantas cosas de la vida de la Iglesia, hay que saber distinguir entre lo mínimo, lo bueno, lo óptimo y lo posible. Lo mínimo es celebrar según mandan las rúbricas. Qué menos. Lo bueno, poder disponer de algo más como lectores que sepan su oficio, monitor si es necesario, algo de canto, acólitos. 
Es igual lo que se diga ni lo que suceda en realidad. Hay gente que sigue estando convencida de que a los curas nos paga el estado y de que la iglesia vive de los presupuestos generales del ídem. Pues me gustaría, una vez más, explicar estas cosas, partiendo de lo que uno escucha en los medios de comunicación y a bastante gente todavía. Voy a hacerlo tratando de explicarlo frase a frase, sabiendo que al que ha decidido que la Iglesia vive del Estado le da todo lo mismo, lo ha decidido y punto y le dan igual los datos.