Sí, sí, si todos cabemos en la Iglesia, pero...
No hay que ser especialmente espabilado para sacar en conclusión de la liturgia de la Palabra de hoy que Dios no es un Dios que se ciña a un pueblo, una lengua, raza o idioma. Dios es para todos. Cristo es para todos, la Iglesia es católica, universal, a nadie se le puede negar la gracia de la salvación en razón de su peculiaridad personal.
Tampoco hace falta ser un lince para comprender que ser seguidor de Cristo en la Iglesia católica no exige absoluta uniformidad en todos y cada uno de los aspectos de la vida cristiana. En esto las órdenes y congregaciones religiosas son modelo y muestras de lo que es vivir la unidad de la fe en los distintos carismas que el espíritu suscita.

No es la primera vez que me lo plantean. Llegan los papás a pedir el bautizo de su retoño y te sueltan que quieren que el niño tenga dos madrinas. Mi respuesta es que no puede ser, y que lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. No es fácil hacerles comprender que hay una cosa en la iglesia que se llama el derecho canónico que regula todas estas cosas para que se hagan con seriedad y no queden al capricho de cada cual. Inútil agarrarte al canon 873: “Téngase un solo padrino o una sola madrina, o uno y una”.
Salíamos de misa una tarde y una Rafaela cualquiera me dice: qué cosa más rara lo del salmo de hoy. ¿Rara? Sí, la respuesta, eso de que “El Señor es mi lote y mineral". Evidentemente la respuesta era otra cosa: “El Señor es mi lote y mi heredad".
Si a un servidor eso de acabemos con las armas, lancemos los fusiles al mar, viva el diálogo, y no a la guerra le parece bien. Me creo a pies juntillas lo de bienaventurados los pacíficos, prefiero los claveles a los rifles de asalto y me gustan más los atardeceres junto al mar que el resplandor de las bombas sobre las personas.





