Día de la blasfemia
Anda que no tiene que cansar eso de levantarse cada mañana a ver cómo le sacudes una patada en los mismísimos a aquellos que piensan de una manera diferente, y sobre todo hacerlo para que ese supuesto rival, al que encima le importas un bledo, aprenda tolerancia, democracia y moderación, amos, moderancia que decía uno de mi pueblo.
Existe por ahí, una cosa llamada laicismo, o movimiento laicista o algo semejante que se nutre de esa vieja aspiración, vaya usted a saber motivada por qué, de sacudir estopa a la iglesia católica y, para disimular, decir algo alguna vez de otras religiones y creencias. Dentro de sus más sonadas acciones se recuerdan la heroicidad con que atacaban a los jóvenes peregrinos de la JMJ, incluyendo a religiosas e incluso a una persona con discapacidad. Se les echó en falta en la Puerta del Sol recriminando a los legionarios que portaran al Cristo de la Buena Muerte, pero entiendo que no se puede estar en todo. También una pretendida procesión laica precisamente un jueves santo.

Es que vienen días muy cargaditos de cosas. Desde hoy, y hasta el domingo de pascua de resurrección, en cada parroquia andamos medio locos preparando la liturgia sin reparar en detalles. En apenas doce días tenemos por delante qué menos que una celebración penitencial, domingo de ramos, triduo pascual con sus oficios propios más otras devociones como el via crucis o la hora santa, muy probablemente rezo comunitario de la liturgia de las horas, amén de otras peculiaridades de cada parroquia o comunidad como procesiones o actos propios de culto.
Sé que mi gran amigo, el agustino José María Torrijos, se va a tronchar de risa al ver este título que nos retrotrae a los años noventa.
No. No se crean para nada que el lenguaje es secundario y que en definitiva usar una palabra o alguno de sus sinónimos no tiene mayor importancia. La tiene hasta el punto que basta un pequeño cambio de lenguaje para convertir lo peor en una obra de caridad.