Elogio de la parroquia estándar
Hay dos clases de sacerdotes a los que no es nada fácil sustituir al frente de sus parroquias. Por un lado, esos sacerdotes santos, de ardiente apostolado, trabajadores, entregados, conocedores de cada uno de sus feligreses, que dejaron el listón de la vida sacerdotal y parroquial en niveles de medalla de oro olímpica. El sacerdote que llega detrás lo tiene crudo, pero a la vez es un gran estímulo ver lo trabajado hasta entonces y tratar de seguir adelante emulando el celo pastoral del anterior compañero.

Simples sensaciones de uno, pero como son mías, las cuento. Verán, echo en falta en el trabajo pastoral y en general en la vida de la Iglesia más claridad en las cosas. Es como si en la práctica se hubiera llegado a una especie de consenso según el cual la doctrina es la que es pero luego cada uno tiene que discernir, comprender, decidir, ver lo menos malo… El peligro de todo esto es que como nadie te dice nada en concreto, acabas viviendo con el traspuntín al aire, porque sí, tú haces el discernimiento, pero…
¿Y quién es esa Charo y dónde queda Navalafuente?
Luego me dirán que si soy bicho y que pobre sor Teresa Forcades y la cosa del respeto, y bla, bla, bla, y que Cristo estaría con los débiles y que lo que nos molesta es que haya monjas progresistas y que menos ortodoxia y más caridad.





