Lo que a Dios le importa o le deja de importar
Lo de estudiar historia de la Iglesia, leerse el catecismo, no digamos aprender un poquito de teología de la buena, consultar el Denzinger o los textos de los padres de la Iglesia supone esfuerzo y una buena dosis de humildad para reconocer que uno puede estar equivocado.
En esta Iglesia nuestra gente hay tan llena del Espíritu de Dios, tan agraciada con sus dones, tan privilegiada en las revelaciones recibidas, que de vez en cuando baja de sus alturas místico espirituales para solventar cualquier cuestión con una frase tan inteligente, teológicamente precisa y moralmente exacta ante la cual el mismo doctor angélico caería mudo de asombro: “¿Tú crees que a Dios le importa mucho?”, que desemboca impepinablemente en el corolario “lo que a Dios le importa es…”

Cosas que le cuentan a uno, o que le dejan caer, o que te sugieren… Pero uno no tiene tiempo para hacer de detective ni para buscar todos los pies que tenga el gato.
Qué éxito las nuevas sotanas de los monaguillos de la parroquia. Rojas y con roquete. Ahí es nada. Teníamos una especie de túnicas que más que devoción daban lástima y que en lugar de convertir a los monaguillos en ministrillos del Señor los trocaban en pordioseros venidos a menos. Así que decidimos reconvertirlas en trapos para los cristales y hacer una pequeña inversión en dignidad.
Parto de la constatación de que cada día, independientemente de zona geográfica, cultura, aficiones propias, manías particulares y demás zarandajas particulares, tiene veinticuatro horas. También, incluso, cosa curiosa, resulta que cada sacerdote, cada parroquia, tenemos las mismas horas cada día.
La estrategia de callar y sonreír no solo no sirve de nada, sino que da pie a que nos tomen el pelo más cada día. Nuestros queridísimos políticos, en aras a una laicidad que nadie entiende y que no sabemos de dónde se han sacado, poco a poco van cachipodando todo lo religioso de la vida de los españoles so capa de respeto, pluralismo y no sé qué más leches.





