Homilía. Domingo XXIV A: Así perdonaba san Juan Pablo II
Vamos a partir de la segunda lectura. Somos de Cristo, en la vida y en la muerte. Somos enteramente de Cristo, queremos, debemos ser de Cristo, que nos ha revelado el rostro misericordioso del Padre, como hemos proclamado en el salmo.
Ser de Cristo. Y uno se pregunta cómo ser de Cristo en todos los momentos y circunstancias de la vida. Hoy nos encontramos con algo cotidiano: las ofensas y los agravios que cometemos y que sufrimos. ¿Hay que perdonar? ¿Siete veces?

Es que parece que quieren convencerte de que eres alguien raro, un cura fuera de la realidad, una mosca incordiante -ya saben de esas…- sin fundamento alguno, y entonces corres el riesgo de creértelo. Será verdad, quizá soy un exagerado, a lo mejor me paso… Porque claro, si el único que lo ve así es un servidor, lo más normal es que esté un tanto perdido y lo que necesito es reconvertirme a la normalidad actual. O eso, o te callas por miedo a hacer el canelo y el ridículo.
Lo de “todos culpables” y “todos responsables” no es más que una forma muy cínica y muy actual de quitarse un peso y una responsabilidad de encima y pretender que la culpa, gravísima culpa de algunos, se difumine en un impersonal “todos”. Conmigo que no cuenten.
No hay nada que más moleste a un progre eclesial laico o, sobre todo, cura, que le suelten un por qué. Ataque de nervios sicalíptico, perdida de la color, vahído, y luego desmayo general o ataque desaforado contra todo el que ose preguntar. Esto último, mayormente.





