Señores obispos: aunque solo fuera por espíritu de cuerpo
Una de las cosas más gratas que he vivido con mis compañeros curas es la fraternidad y el apoyo mutuo en todo momento y especialmente cuando ha surgido algún problema.
Sé lo que es ser acusado de adúltero en un pueblo y al día siguiente tener a media docena de compañeros paseando por el pueblo y comiendo conmigo. Más aún: gente hubo en mi pueblo que, ante estas acusaciones, y jugándose su negocio, echaron de su bar a personas por hablar mal del párroco. Simplemente dijeron que no lo consentían. Eso es dar la cara y jugársela por alguien.
Los curas podemos hablar cosas, discutir, reconvenir a un compañero si hace falta, pero no acepto, y mis compañeros jamás han aceptado, que nos venga alguien a poner verde a un hermano sacerdote. Una cosa es aceptar y acoger una queja propia o del otro que puede ser merecida, y presentada con respeto, y otra la ofensa. Más aún, cuando se ha producido algún hecho, aunque fuera aislado, de ataques inmerecidos al compañero, hemos hecho piña y hemos sabido estar con él, no dándole razón como a los tontos, sino analizando, reconociendo errores si los ha habido, pero con él, como hermanos, como presbíteros. Nunca entendería estar, colaborar, sonreír, dar palmadas allá donde un sacerdote es calumniado y vituperado, allá donde la Iglesia es puesta en solfa.

Nadie es perfecto. Ni un obispo, un párroco, un padre de familia o un empleado de correos y telégrafos. Todos sujetos a crítica, y cuanto más público el personaje, más. Pero vamos a convenir que una cosa es la crítica, y otra la fijación y el ensañamiento. Y eso es lo que vengo observando desde hace tiempo en Religión Digital, que hoy ha decidido caer todo lo bajo que se puede. Porque
Las parroquias van desarrollando su labor pastoral gracias a tantos y tantos voluntarios. Una suerte contar con ellos, pero un peligro si no sabemos mantener las cosas en su justo lugar.





