Ojo con los que hablan mal del cura anterior (o del papa, o del obispo)
Cuando un párroco llega a su nuevo destino, lo hace para suceder a un compañero que antes que él, con sus luces y sombras, pero aceptando siempre su buena voluntad y su deseo sincero de servir al evangelio y a los fieles. El compañero anterior es merecedor de todo el respeto, el aprecio y el agradecimiento por la labor realizada.
El anterior párroco es alguien que dejó a su paso mucha gente buena que vivió su vida cristiana en la parroquia, un buen equipo de colaboradores, y siempre alguna familia o algún feligrés despechado por la cosa de que no a todos se puede caer bien. Cosas de la condición humana.
¿Qué hace el cura nuevo? El cura nuevo yo creo que ha de moverse con la gente en líneas diversas:

Cosas que uno escucha y le hacen pensar. Una reflexión que ayer mismo me hacía un feligrés muy bien formado, que se ha leído la “Relatio” y tampoco sale de su asombro. Porque además de asegurar que hay cosas en ella que van directamente en contra del magisterio de la Iglesia, tanto que me afirmaba -yo también lo afirmo- que con un trabajo así no pasaría el examen un alumno de teología, hay otra cosa que le duele aún más si cabe.
Ayer, al acabar la jornada, cuando salí a la calle un rato con el buenazo de “Socio” –“Socio es mi perrillo”- me encontré con unos feligreses que me preguntaron a bocajarro: “oye, ¿es verdad eso de que los divorciados que se han vuelto a casar pueden comulgar y que la Iglesia acepta las parejas de hecho y las parejas de homosexuales?” Mi respuesta: “no me consta”. Y ellos de nuevo: “pues lo acaban de decir en la tele”.
Antes de meternos en otros berenjenales, yo creo que la primera norma litúrgica, tanto para celebrante como para fieles, es la exquisita puntualidad. Por respeto mutuo y por saber a qué atenernos.