El borrico en la linde
Amigos, muy amigos. Desde niños. Pedro y José. Inseparables. Tan amigos que Pedro de cuando en cuando permitía que su borriquillo se saliera de su linde para colarse en un pequeño huerto de José. Hasta que José, muy amigos ambos dos, le dijo: “amigos, muy amigos, pero el borrico en la linde”. Pues esto digo yo en las relaciones de los católicos con los demás. Amigos lo que haga falta, pero el burro en la linde.
Por ejemplo. Se ha celebrado hace unos días el juicio contra un grupo de proabortistas que irrumpieron en una iglesia de Palma de Mallorca interrumpiendo la normal celebración de la eucaristía. Me sorprendió, evidentemente por mi falta de espíritu misericordioso, la declaración del sacerdote oficiante en el juicio, cuando afirmaba que los asaltantes “tenían sus razones”. Hombre, claro. Y si llega uno de ISIS y te rebana el pescuezo también las tiene.

Lo de estudiar historia de la Iglesia, leerse el catecismo, no digamos aprender un poquito de teología de la buena, consultar el Denzinger o los textos de los padres de la Iglesia supone esfuerzo y una buena dosis de humildad para reconocer que uno puede estar equivocado.
Cosas que le cuentan a uno, o que le dejan caer, o que te sugieren… Pero uno no tiene tiempo para hacer de detective ni para buscar todos los pies que tenga el gato.
Qué éxito las nuevas sotanas de los monaguillos de la parroquia. Rojas y con roquete. Ahí es nada. Teníamos una especie de túnicas que más que devoción daban lástima y que en lugar de convertir a los monaguillos en ministrillos del Señor los trocaban en pordioseros venidos a menos. Así que decidimos reconvertirlas en trapos para los cristales y hacer una pequeña inversión en dignidad.
Parto de la constatación de que cada día, independientemente de zona geográfica, cultura, aficiones propias, manías particulares y demás zarandajas particulares, tiene veinticuatro horas. También, incluso, cosa curiosa, resulta que cada sacerdote, cada parroquia, tenemos las mismas horas cada día.





