El qué dirán
A nadie le importa. Al menos en teoría. Todos qué digo libres, libérrimos ante lo que los demás digan, opinen, piensen o critiquen. Hemos hecho nuestra la canción de Alaska y vamos por calles y plazas, templos y sacristías, curias provinciales y episcopales repitiendo el estribillo: “¿a quien le importa lo que yo haga? ¿a quien le importa lo que yo diga?” Y ahora van ustedes y se lo creen.
El caso es que en “petit comité” todo el mundo dice, cuenta, denuncia, saca pecho o lo que haya que sacar, proclama que dice lo que quiere y que a él o a ella nada ni nadie le para los pies porque no tiene pelos en la lengua.
Pero… llega esa comida de empresa, la reunión de amigos, un encuentro de trabajo y ¡oh sorpesa! que nadie tiene nada que decir, ni aportar, ni denunciar ni mucho menos llevar la contraria a nadie, especialmente si nadie es aquel que manda.

Es cansado escribir y vivir contra corriente. El caso es que todos proclamarán y afirmarán con la mejor sonrisa que, por fin, hemos llegado a la libertad, la solidaridad, el nuevo paradigma, la conquista de la liberté, égalité, fraternité. Pobre de aquel que ose afirmar lo contrario. Será tachado por todos los medios, absolutamente todos, por lo civil y por lo eclesiástico, de troglodita, insolidario, fascista, sobre todo facha, y, en lo religioso de ultra conservador, cosa que me trae bastante perplejo, ya que para empezar no sé qué cosa sea lo de progresista, moderado, conservador y ultraconservador, ni los matices que tales adjetivos conllevan.
¡Ay si vinieran los jóvenes!