Rafaela y la censura de don Jesús
Decidió don Jesús aprovechar el verano para ofrecer a los fieles de su pequeña parroquia unas sencillas charlas de formación. Decía el buen cura que en cuaresma había cuatro en el pueblo, pero que ahora, con la cosa de los veraneantes, siempre se llegaba a más gente. Así que lo tenía como costumbre.
El caso es que el reverendo tenía buenos amigos sacerdotes que acudían a la parroquia sin demasiadas dificultades y aprovechaban para pasar un día en el campo y comer productos de la tierra.
El primer día acudió D. Francisco, aunque les dijo que le llamaran mejor Paco, por lo visto teólogo de campanillas y profesor de una prestigiosa universidad católica con sede en Madrid. Qué bien hablaba el profesor. Les explicó lo que era la Iglesia y cómo entenderla dese el Vaticano II. Una Iglesia de todos, donde todos fueran escuchados, nada de seguir dependiendo de los clérigos, abierta, participativa, donde fuera posible la libertad de expresión y de pensamiento, con un clarísimo protagonismo de los laicos y opción preferencial por los pobres.

Esta mujer es que ya ni duerme. Antes de las nueve el teléfono. Desayunando me ha pillado.
El pleno municipal se presentaba movidito. Tras unos cuantos chanchullos del partido ahora el alcalde era Tomás, el de la mina. Después de unos años fuera del pueblo trabajando en la minería asturiana, de ahí el apodo, regresó prejubilado y con un cierto caché de conocer y saber. Sindicalista de joven, y experto en todas las reivindicaciones, rápido fue pescado por la izquierda del municipio primero como concejal y, cosas de la vida, ahora alcalde y de rebote.
Harto estoy de curas, laicos, frailes y monjas, qué le vamos a hacer, y más arriba no quiero presentarme, que no tienen problema en ponerse la doctrina de la iglesia por montera, hacer de la liturgia su propio sayo y reinventar la moral católica con el aparentemente indiscutible argumento de que todo lo que dicen, hacen o declaran es “en conciencia”.





