La misa que tuvo que aguantar Javier
Cuando Javier traspasó la puerta de acceso a aquella iglesia para asistir a la celebración de un funeral por el eterno descanso de un amigo, de entrada ya se temió lo peor. Los bancos sin reclinatorio y un altar principal perfectamente móvil no podían barruntar cosa buena. Así que se preparó para intentar vivir la celebración lo más serenamente posible.
Sacerdote con las vestiduras litúrgicas prescritas ¡menos mal! Pero casi fue lo único correcto. Porque en aquella misa se dieron algunas cosas de menos, otras de más y otras de aquella otra forma.
De menos echó el acto penitencial, que no se explica porque había que omitirlo. De menos el lavabo, aunque ya se lo imaginaba. A cambio, moniciones sin parar en todo momento. Abundantísimas morcillas a lo largo de toda la plegaria eucarística, que no respetaron la exactitud ni siquiera de las palabras mismas de la consagración.