Vivir de la prudencia de los demás
Me decía Rafaela que hay gente que vive haciendo lo que le da la gana gracias a la educación y la prudencia de los demás. Por eso me llaman deslenguada, me decía, por no callarme como el resto, que encima nos toman por tontos.
Me contaba en una ocasión que unos vecinos suyos empezaron a marchar de dinero estupendamente. Todos sabían la razón: alquilaban habitaciones de un piso en Madrid para que pasaran el rato las pilinguis con los clientes. Todos lo sabían. Todos callaban.
Menos Rafaela. Salían de misa mayor un día de fiesta. ¡Cuánto tiempo! ¿Qué tal os va? Nos va bien. No me extraña, ya se sabe que eso de las zorras deja mucho dinero.

Sé que voy a rozar lo prohibido y tocar el ultimo tótem, porque en este mundo eclesial nuestro hay cosas y personajes que han adquirido el estatus de la intangibilidad, la infalibilidad, la altura de la santidad ya en este mundo y la garantía de que nadie cuestione su vida y su obra. A ver quién tiene las narices, por ejemplo, no de decir una palabra, sino de hacer siquiera un levísimo gesto de desagrado ante el P. Ángel. No digamos si encima está de visita a don Pedro Casaldáliga. No digamos si además todo esto lo hace acompañado por José Manuel Vidal. Los intocables.
Estábamos en cierta ocasión un grupo de sacerdotes reflexionando sobre la parábola del sembrador que leeremos en la liturgia de este domingo. La conclusión era que tenemos que sembrar, sembrar y sembrar, hartarnos de esparcir la semilla, y que luego ya sabemos que los frutos serán más bien escasos, o incluso, muchas veces, aparentemente estériles. Quién sabe, repetía una vez un buen sacerdote, si los frutos los recogerán otros dentro de mucho tiempo. Como ven, nada original.
He oído la historia varias veces, aunque sin demasiadas concreciones. En resumidas cuentas, era más o menos de este tenor:
Llevo tiempo diciendo que se nos ha ido la olla. Espero que sea solo eso. Pero es que ves y lees unas cosas que no sabes si reír, llorar, patalear o directamente cachondearte.





