Me apuesto una de trufas de La Aguilera
Me apuesto un agua del Carmen y una caja de trufas de La Aguilera a que en la homilía de este domingo el último versículo de la segunda lectura va a ser la estrella. Sí, ese que dice: “La religiosidad auténtica e intachable a los ojos de Dios Padre es esta: atender a huérfanos y viudas en su aflicción y mantenerse incontaminado del mundo”.
Es una tentación demasiado grande sobre todo en estos tiempos en los que hablar de Dios nos resulta incómodo, mientras que lo de ayudar a los pobres es gratificante, agradecido y además suscita los aplausos del mundo.
Yo pienso enfocar la homilía de otra manera. Mi punto de partida va a ser otro: el corazón del hombre. Todos los grandes problemas del hombre, de la Iglesia y del mundo tiene su origen en un interior emponzoñado, y mientras no cambie el corazón, la podredumbre interior seguirá marcando nuestra vida.

No podemos seguir así. Llevamos semanas, meses, con las supuestas miserias de la Iglesia abriendo no ya portales de información religiosa, sino informativos de radio y televisión y todo tipo de prensa. Es agotador. He perdido la cuenta de los días, las semanas.
“Socio” y un servidor damos paseos y hacemos excursiones. Le encanta el coche y basta abrir la puerta para que, de un salto, se introduzca en su bolso de viaje dispuesto a hacer kilómetros.
Mala cosa es andar por la vida dejándose uno llevar por filias y fobias, especialmente si uno es o pretende ser periodista. Mal negocio.