Cuál será ese regalo especial que he recibido esta mañana
Llego de Gascones ahora mismo. Los martes suelo celebrar por la mañana para poder disponer de un día algo más tranquilo a lo largo de la semana. Siempre hay alguien, aunque no crean que muchos: dos, tres, quizá cinco el día que acuden las religiosas catequistas con alguna voluntaria de Cáritas. Siempre… o casi siempre.
Hoy he celebrado no solo, sino, mejor dicho, sin pueblo. Llegué a la parroquia con suficiente antelación para preparar y prepararme sin prisas. Toque de campana y… nadie.
Estos días raros en que celebro sin pueblo he decidido tomármelos como un regalo especial que me hace Dios que me permite celebrar sin prisas, sin preocupaciones, sin tener que estar pendiente del pueblo, de la gente. El primer capricho que me doy es el de celebrar en el altar mayor, exento, pero “ad orientem”. Tan fácil como dar media vuelta y oficiar vuelto a Cristo.

No sé los años que algunos llevan pidiendo un Vaticano III. Tampoco sé muy bien para qué. Si de lo que se trata es de libertad para que cada uno haga lo que quiera y se organice como le parezca, eso ya lo tenemos. Estamos instalados en la Iglesia del “depende” en la que lo único fijo son los horarios de misas y casi que tampoco.
Lo vemos y lo decimos todos, pero no cabe duda de que tiene especial importancia que lo afirme y reconozca nada menos que el obispo portavoz de la Conferencia Episcopal, monseñor Luis Argüello, durante un desayuno con el Nueva Economía Fórum.
Parece que aquí todo quisqui va mostrando las cartas, la patita, las intenciones y el traspuntín. Hasta ahora, con disimulo, ahora, a pecho descubierto y calzón quitado.
Hay que jorobarse lo que le hace pensar a uno algo tan simple como limpiar el coche. Esta mañana he dedicado un ratito a esta tan humilde como necesaria tarea de adecentar el vehículo ¡incluso por dentro!, que el polvo se mete por todos los rincones.





