De susto en susto
Es que llevamos una temporadita…
Cuando empezó la cosa de los abusos a menores, y de manera especial a jovencitos, se trataba de algunos sacerdotes evidentemente pecadores, depravados y algo del todo excepcional. La segunda fase vino por los encubrimientos, en los que la Iglesia norteamericana fue una gran experta, lo que, por cierto, llevó a varias diócesis a la bancarrota.
Sorpresa fue conocer que los abusos no eran solo cosa esporádica de algunos sacerdotes, sino que había altos cargos no digo que enterados, sino practicantes y de la forma más asquerosa. Por ejemplo. Marcial Maciel, ejemplo de todas las maldades sexuales, económicas y narcóticas. Nadie sabía nada.

Discutir, debatir, reflexionar en común, contrastar opiniones hoy es tarea prácticamente imposible. Ni por lo civil, ni por lo eclesiástico. Aquí no hay más que una corriente de pensamiento única a la que hay que apuntarse sí o sí. Si lo haces serás “de los nuestros”, si te callas te toleraremos, y si llevas la contraria serás un maldito fascista.
Qué quieren que les diga, pues que todo depende…
Siempre decía a mis compañeros curas de la parroquia que uno, ante cualquier cuestión que se pudiera plantear, debía pensar criterios y no salir del paso con ocurrencias puntuales. Por ejemplo, el típico caso de los hermanitos que se llevan apenas un año y los padres quieren que hagan la primera comunión juntos. ¿Qué hacemos en esos casos? ¿Lo prohibimos, lo permitimos en qué condiciones, con que criterios? Y a partir de ahí todos iguales. Eso se llama tener un criterio para un asunto, criterio que se explica y se aplica a todos los casos iguales. Lo que nos deja desarmados y a los pies de los caballos es dar una solución a cada persona, a cada familia, porque eso puede sonar a pura arbitrariedad y favoritismo. Y no es bueno.