Receta infalible para no equivocarse en jamás de los jamases
Tiempos del Concilio Vaticano I. Era sorprendente lo de aquel obispo. Sordo no como una tapia, sino como dos. Asistía a todas las sesiones conciliares sin enterarse prácticamente de nada, pero a la hora de votar cualquier cosa, jamás erraba en su opción. Hombre de talante conservador, ni una sola vez tenía dudas, y eso que, como decía, era sordo de solemnidad. Llegado el momento del voto jamás dudaba: esto sí, esto no, esto me abstengo.
Un día, saliendo de una de aquellas interminables sesiones, alguien le preguntó cómo era posible que, sordo como estaba, a la hora de votar no se equivocara jamás. Sonrió pícaramente el obispo para revelar su secreto. Es sencillo, explicó: me fijo en lo que vota Dupanloup, y ya sé que debo votar exactamente lo contrario.

Me decía Rafaela, y repetidas veces, que a los curas no hay quien nos entienda. Llega uno, contaba, y decide quitar el altar de donde está y colocarlo en medio de la iglesia para que las misas sean más comunitarias. Dinero para el invento. El siguiente cree que el altar mucho mejor donde estaba antes. Más dinero. Y de paso, una nueva sede más austera, que la que tienen forrada de terciopelo es demasiado. Dinero para la sede y la anterior al trastero o el vertedero. Pero llega otro cura y prefiere la solemnidad, así que se acabó la sede actual y a comprar un sillón a todo trapo porque la liturgia requiere grandiosidad. Todo, evidentemente, a cargo de Rafaela, Joaquina, y todos los demás, porque los curas en esto no solemos poner un euro de nuestro bolsillo.
Eso quisiera yo. Que todo lo que se viene escuchando estos días respecto a la relación entre China y la Iglesia católica o a la viceversa, que tanto monta, se quedara en cuentos chinos, y ya saben lo que es eso: pura fabulación sin parecido alguno con la realidad.
Va para dos meses que empecé a pedir paga por leer mis posts. Paga chica o grande, depende. Chica porque una avemaría es apenas unos segundos. Grande, porque el valor de la oración es inmenso. En estos dos meses son cientos, miles, las avemarías que se están rezando por tres pequeñísimas parroquias de la sierra norte de Madrid: Braojos, Gascones y La Serna del Monte.
Me sigue sorprendiendo cuando se acerca alguien a confesar o pedir consejo para su vida espiritual, muchas veces me diga que “tiene que ser capaz”. No solo es que me sorprenda. Es que cuando oigo esas cosas, directamente corto y digo que no, que no es eso.