InfoCatólica / Contra corriente / Categoría: Sin categorías

30.09.13

Fátima: remedios espirituales para males espirituales

La vida cristiana es difícil en un mundo exacerbado de hedonismo, que sueña y predica sólo el placer material. Es arduo el seguimiento de Cristo en un ambiente en el que sólo tienen importancia el dinero, las diversiones, los deleites y el dominio, por eso a nadie debe extrañar los abandonos de cristianos, el bajón en el cumplimiento de sus obligaciones de católicos, los escándalos y las flojedades.

En el apostolado cotidiano, encontramos que la gente admite que su fe no es tan fuerte como antes, palpamos ese debilitamiento de la fe por todas partes, es que la fe se alimenta de la oración, la mantiene viva, y sin embargo, cuántas personas hay que ya no conceden prioridad a la oración en sus vidas.

Octubre es el mes dedicado al Rosario. Una de las armas más exitosas contra el espíritu anticristiano actual y el diablo que está detrás de ello, es la oración sincera y diaria del Santo Rosario.

Leer más... »

26.09.13

“Una tormenta del diablo”

Aunque la convicción de la mayoría de los creyentes es, que si una persona es buena y recta, Dios no puede permitir que sea maltratada y envilecida en su fama, San Alfonso María de Ligorio recordaba: «Quien quiera ser glorificado con los santos en el Cielo, necesita como ellos, padecer en la tierra, pues ninguno de ellos fue querido y bien tratado por el mundo, sino que todos fueron perseguidos y despreciados, verificándose lo del propio Apóstol: Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, serán perseguidos (2Tim 3, 12)».

Un signo perenne, pero hoy particularmente significativo de la verdad del amor cristiano es la memoria de los mártires. Que no se olvide su testimonio. Ellos son los que han anunciado el Evangelio dando su vida por amor. El mártir, sobre todo en nuestros días, es signo de ese amor más grande que compendia cualquier otro valor. (Incarnationis mysterium, n. 13).

Leer más... »

23.09.13

Fe de pacotilla

Hay gente bravísima cuando se le toca el tema de la fe. Son cristianísimos y creen en la Virgen y basta, y así frecuentemente, su fe se reduce a la ignorancia, a algunas fórmulas casi supersticiosas, a alguna visita a los santuarios, aparte de participar en, quién sabe, qué procesión.

Esa es fe de pacotilla, pura mentira. ¿En qué se distingue la verdadera fe? En editar estas cuatro caricaturas de la fe.

1ª. La fe es igual a conjunto de conocimientos religiosos. No. Los conocimientos religiosos son muy útiles y pueden ser necesarios, siempre constituyen una valiosa ayuda para ilustrar la fe cristiana, pero por sí mismos no. La fe no consiste en saber, sino en vivir.

«La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo, e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado» (Catecismo, 150), es un don de Dios, «creer es un acto del entendimiento que asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante la gracia» (Santo Tomás de Aquino), gracia que «abre los ojos del corazón» (Ef 1, 18), «creo para comprender y comprendo para creer mejor» (San Agustín).

El hombre, aunque esté hecho para lo infinito, no puede conocer a Dios sólo a través de las propias fuerzas o capacidades. La fe cristiana es sobre todo un don de Dios que lo ayuda a adherirse a esta revelación. (Para vivir el año de la fe, Pont. Consejo para la Nueva evangelización).

2ª falsa opinión. Una fe desconectada de la vida. Hay quien dice tener fe, pero ésta a veces, no es más que un simple sentimiento religioso, una tradición heredada, un barniz superficial de religiosidad.

Es una fe-creencia, más que una fe-vivencia. Fe-sabida, más que una fe-vivida, una fe desconectada de la fe vida es una fe no profundizada, ni asumida, ni testimoniada. No representa ningún estilo de vida, ni tiene ninguna incidencia ética en la existencia diaria.

Puede ayudarnos una expresión de san Pablo, cuando afirma: «Con el corazón se cree» (Rm 10,10). En la Biblia el corazón es el centro del hombre, donde se entrelazan todas sus dimensiones: el cuerpo y el espíritu, la interioridad de la persona y su apertura al mundo y a los otros, el entendimiento, la voluntad, la afectividad. Pues bien, si el corazón es capaz de mantener unidas estas dimensiones es porque en él es donde nos abrimos a la verdad y al amor, y dejamos que nos toquen y nos transformen en lo más hondo. La fe transforma toda la persona, precisamente porque la fe se abre al amor. Esta interacción de la fe con el amor nos permite comprender el tipo de conocimiento propio de la fe, su fuerza de convicción, su capacidad de iluminar nuestros pasos. La fe conoce por estar vinculada al amor, en cuanto el mismo amor trae una luz. La comprensión de la fe es la que nace cuando recibimos el gran amor de Dios que nos transforma interiormente y nos da ojos nuevos para ver la realidad (Lumen fidei, 26).

3ª falsa fórmula. Una fe que es sinónimo de compromiso cívico, sin proyección trascendente. Hay quien reduce su fe a una esforzada acción humana en favor de los demás. La genuina fe implica sin duda el compromiso social, pero no se agota en él. Para trabajar en favor del hombre y de la transformación de la sociedad no es necesario ser creyente. La fe además de comprometernos en la construcción de una sociedad más justa, humana y fraterna, debe abrirnos un camino de esperanza trascendente, debe proyectarnos hacia Dios como principio y fin de todo lo creado.

Las manos de la fe se alzan al cielo, pero a la vez edifican, en la caridad, una ciudad construida sobre relaciones, que tienen como fundamento el amor de Dios (Lumen fidei, 51).

Y 4ª falsa fórmula de la fe. Una fe hipócrita, en contradicción con la vida. Alguien a veces ha utilizado la fe como tapadera farisaica para ocultar una vida injusta y mentirosa. Una actuación de esas características es un desprestigio flagrante para la comunidad cristiana y rompe violentamente la comunión eclesial.

Quien confiesa la fe, se ve implicado en la verdad que confiesa. No puede pronunciar con verdad las palabras del Credo sin ser transformado, sin inserirse en la historia de amor que lo abraza, que dilata su ser haciéndolo parte de una comunión grande, del sujeto último que pronuncia el Credo, que es la Iglesia. Todas las verdades que se creen proclaman el misterio de la vida nueva de la fe como camino de comunión con el Dios vivo (Lumen fidei, 45).

Nadie debe parapetarse en la fe para ocultar una vida de pecado, o para no perder privilegios, injustamente adquiridos.

Son, no cuatro retratos, sino cuatro caricaturas de la fe, bastante corrientes, y con las que muchos quisieran engañar sin fuera posible al mismo Dios, y con la que en la mayoría de los casos se engañan a sí mismos. La fe verdadera es rectitud, conducta fiel, alejamiento de todo pecado. Todo lo demás es puro humo.

19.09.13

El pecado más diabólico

¿Sabe Usted cuál es el pecado diabólico por excelencia? Así llama San Agustín a la envidia: pecado diabólico por excelencia. San Gregorio Magno afirmaba que de la envidia nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría causada por el mal del prójimo y la tristeza causada por la prosperidad del prójimo.

No es de extrañar que San Pablo dijera que «la caridad no es envidiosa» (1 Cor 13, 4).

La envidia puede cegar a la persona hasta el punto de que realice las mayores monstruosidades. El primer abuso humano que describe la Biblia es consecuencia de la envidia. Así de sencilla y emotiva es la descripción del libro sagrado del Génesis. Caín presentó a Yahweh una ofrenda de los frutos de la tierra, también Abel le hizo una ofrenda sacrificando los primeros nacidos de su rebaño. A Yahvé le agradó Abel y su ofrenda, mientras que le desagradó Caín y la suya. Caín se enojó mucho y su rostro se descompuso. Yahvé le dijo:

¿Por qué te enojas y vas con la cabeza agachada? Si tú obraras bien, irías con la cabeza levantada. En cambio si haces mal, el pecado está agazapado a las puertas de tu casa. Él te asecha como fiera que te persigue, pero tú debes dominarlo.

Leer más... »

16.09.13

Opción por los pobres más allá de las ideologías

Tres tiempos: 1º) La información de que el Papa estría trabajando un «Tratado sobre la pobreza». 2º) El artículo del sacerdote Gustavo Gutiérrez OP,«Los preferidos de Dios» que ha publicado el Osservatore Romano. 3º) El pedido del cardenal Cipriani a Gustavo Gutiérrez de que corrija sus planteamientos de «la teología de la liberación».

De ahí que el quid está, en qué entendemos por «pobres» a fin de no confundir el sentido bíblico y evangélico del término «pobre» en un sentido sociológico.

Discurso programático de Jesús

La primera vez que Jesús predica en Nazaret, es ya famoso tanto por sus predicaciones como por sus milagros verificados en otras partes de Israel, y ahora en su pueblo se le invita a comentar la escritura, entregándosele un rollo de Isaías, y Jesús lee la profecía de Isaías sobre la misión del Mesías: «El espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido, para anunciar a los pobres la Buena Nueva» (Lucas 4, 18). Texto muy discutido sobre si el Mesías llegaba sólo para los pobres excluyendo a los ricos como han querido defender algunos grupos de vanguardia.

«El Antiguo Testamento apenas desvela el valor religioso de la pobreza. En Israel la riqueza es considerada signo de la bendición de Dios sobre los justos (Job 42,10; Ez 36,28-30; Joel 2,21-27).

El camino de la pobreza se revela poco a poco ya en el hecho mismo de que Dios elija entre todos los pueblos a Israel, «el más pequeño de todos» (Dt 7,7), o en que varias veces escoja misteriosamente a mujeres estériles como portadoras de la promesa (Sara, Rebeca, Raquel… Isabel: Gén 16,1; 21,1-2; 25,21; 29,31; Lc 1,36). La austera figura de Elías anticipa la de Juan Bautista (2 Re 1,8; Mt 3,1.4), como el Canto de Ana, elevando a los pobres, anticipa el Magníficat de María -y el de Jesús- (Lc 1,46-55; 10,21; +1 Sam 2,1-10). El Siervo de Yavé, que se anuncia como Salvador (Is 52-53), no es descrito en riqueza y gloria, sino en pobreza y humillación. Y en fin, en el Antiguo Testamento los pobres de Yavé, desvalidos y humildes, fieles a la Alianza en medio de generalizadas rebeldías, tienen notable importancia. Ellos cumplen el proyecto del Señor: «Dejaré en medio de ti [Israel] como resto un pueblo humilde y modesto, que esperará en el nombre de Yavé» (Sof 3,12). «Se regocijarán en Yavé los humillados (anawim), y aun los más pobres (ebionim) se gozarán en el Santo de Israel» (Is 29,19). Por estos pobres vendrá la salvación de Dios, pues el Santo se hará uno de ellos.» (Síntesis de espiritualidad católica, José Rivera, José Mª Iraburu, pág. 336).

Respecto a los «pobres de Yavé», o «pobres de la tierra», ensalzados en el Antiguo Testamento, ciertas «teologías de la liberación» han intentado la exégesis de esta categoría bíblica –los anawin- en términos de «una clase social oprimida» por los ricos, con una connotación de verdadero «oprobio institucional», que se manifestaría incluso en el «Magníficat», interpretado en su «relectura política» como un manifiesto de la lucha de clases.

Para Jesús, los pobres y los afligidos, son aquellos que no tienen nada que esperar del mundo pero todo lo esperan de Dios. Los que no tienen más recursos que en Dios, pero también se abandonan a Dios, los que en su sed y en su conducta son mendigos ante Dios.

El Magníficat epicentro de la TL

Los anawim son los que ponen en Dios toda su confianza, razón por la cual, son «el Israel por excelencia», «los herederos de las promesas que se cumplen en Cristo». Su contrario es el «rico», pero también en buena medida con una connotación moral: el orgulloso, el altivo, el autosuficiente.

La relectura del Magníficat conduce a una «amalgama ruinosa entre el pobre de la Escritura y el proletariado de Marx. Por ello el sentido cristiano del pobre se pervierte y el combate por los derechos de los pobres se transforma en combate de clase en la perspectiva ideológica de la lucha de clases» (Instrucción Libertatis nuntius, 6-6-1984).

Queda patente el «estilo» en el que el Señor de la historia inspira su comportamiento: se pone de parte de los últimos. Con frecuencia, su proyecto queda escondido bajo el terreno opaco de las vicisitudes humanas, en las que triunfan «los soberbios», «los poderosos» y «los ricos». Sin embargo, al final, su fuerza secreta está destinada a manifestarse para mostrar quiénes son los verdaderos predilectos de Dios: los «fieles» a su Palabra, «los humildes», «los hambrientos», «Israel, su siervo», es decir, la comunidad del pueblo de Dios que, como María, está constituida por quienes son «pobres», puros y sencillos de corazón. Es ese «pequeño rebaño» al que Jesús invita a no tener miedo, pues el Padre ha querido darle su reino (Cf. Lucas 12, 32). De este modo, este canto nos invita a asociarnos a este pequeño rebaño, a ser realmente miembros del Pueblo de Dios en la pureza y en la sencillez del corazón, en el amor de Dios. (Benedicto XVI, Comentario al Magníficat, 15-02-2006).

«Pobreza» y «riqueza» designan dos categorías morales, es decir, dos estados del corazón humano, el de desprendimiento y el de apego a la «riqueza» en sentido material, «y que ésta última no es condenable en sí misma ni en el sentido cuantitativo, sino en cuanto se apodera del corazón del hombre y en cuanto se hace de ella un mal uso en términos de justicia y caridad» (Doctrina social de la Iglesia, José Miguel Ibañez Langlois).

En la TL de Gutiérrez, los pobres adquieren la categoría de proletariado marxista, cuando afirma que los pobres no son solamente «los herederos del reino», sino que son asimismo «los portadores del sentido de la historia». Los promotores de la TL leen «proletario» donde la Escritura dice «pobre». «Pobreza» en el Evangelio no es indicativo de una categoría económico-social… tampoco en el marxismo.

Opción o exclusividad por los pobres

La opción por los pobres está fuera de discusión. Es, la opción evangélica por excelencia, y no hay fidelidad al Evangelio de Cristo que no se exprese en el amor preferencial a los pobres. Es justo también decir que hay una forma paternalista del amor a los pobres que no corresponde al espíritu evangélico, el cual va mucho más allá. Se puede hablar de una Iglesia de los pobres y de una Iglesia a la cual están llamados todos los pobres del mundo y en la cual deben vivir como en su propia casa. La parábola del festín del Reino (Lucas 14, 15) lo expresa claramente. Podemos ir todavía más allá y afirmar que la presencia de los pobres en la Iglesia representa para ella una promesa de renovación (Reflexiones en torno a la TL, P. François Francou, S. J.),

en contraposición «las diversas teologías de la liberación se sitúan, por una parte, en relación con la opción preferencial por los pobres reafirmada con fuerza y sin ambigüedades, después de Medellín, en la Conferencia de Puebla, y por otra, en la tentación de reducir el Evangelio de la salvación a un evangelio terrestre» (Libertatis nuntius, VI, 1).

Cristo manifiesta en muchas otras ocasiones, que vino a salvar a todos sin excluir a nadie por su posición social, ni por su sabiduría, es salvador necesario y universal. Pero Jesús no desdeña la amistad de los ricos. José de Arimatea, Nicodemo, que también poseen un alma que han de salvar, y que siempre está en peligro, quizá más que el alma de los pobres.

Jesús comprende que el rico tiene cubiertas las necesidades y puede evitar muchos sufrimientos que le sobrevienen al pobre simplemente por falta de medios humanos. Por eso, desea acercarse más al pobre que requiere y anhela el consuelo que no puede hallar en las riquezas. Sólo pertenecerán al Reino de Jesús quienes realmente sólo apoyen su vida en Dios, no quienes opongan toda gran parte de su confianza en los ídolos que son la riqueza deseada o poseída, en placer, el poder, el orgullo, la seguridad en sí mismo o en los valores de este mundo.

La raíz profunda de la dependencia, de la opresión, es el pecado personal y social que presenta en la idolatría de la riqueza, del poder y del placer (cf. Doc. Puebla, ns. 470-506). No obstante Puebla habla de «opción» o «amor» preferencial por los pobres, pero no exclusivo por los pobres (cf. nº 1165).

El Cristianismo se funda en el amor, el marxismo parte del odio, de la lucha de clases, cree en el inmisericorde aniquilamiento de los adversarios. El Cristianismo es un llamado a todos los hombres, el marxismo convoca sólo a los proletarios, a los explotados. Uno cree en la Redención, el otro en la revolución (Encuentro de dos herejías, Luis E. Aguilar).

San Francisco de Asís nos obtenga «ese amor de Cristo que no necesita de revoluciones».