Lo de Dios y lo del César

Nada nuevo bajo el sol. Pasó el Papa por España, y los anticatólicos de carrera se fueron a recibirle vestidos con los mismos atuendos comecuras de siempre. Esta vez el traje que ha hecho furor entre los pancarteros anticlericales que le salieron al paso fue el de los gastos del viaje. Pero ésa es vestimenta ya muy ajada, tiene los tejidos deshilachados y un tinte descolorido y sin brillo, está lleno de remiendos y huele a sudor rancio y a sobaco de comuna hippy.

En la misma trinchera donde se apostaron para ver si, al paso del papamóvil, lograban lanzarle una tarta al Santo Padre o sacarle un ojo con un preservativo envenenado de odio, en ese foso, digo, se mezclaron ateos y librepensadores, anarquistas y sindicalistas, transexuales, gais y feministas, fuerzas de asalto progre que, como todos sabemos, hacen tanto por la humanidad, predican la paz y la tolerancia, atienden ancianos y visitan enfermos. No hay más que verles la cara a los angelitos cuando salen por la tele, la sonrisa franciscana, los ojos limpios, ni una mala palabra ni un mal gesto contra nadie. Dan ganas de comérselos a besos. Siempre son los mismos saliendo todos los días en todos los telediarios, todos las jornadas del año, las veinticuatro horas, apriete el sol de agosto o llueva a mares, siempre los encontraremos al otro lado de la pantalla haciendo guardia esperando el avión del Pontífice o a punto de romper el cordón policial al grito de vamos a quemar la Conferencia Episcopal.

Y no nos preocupemos si no tienen tiempo para ganarse la vida. De eso ya se ocupa papá estado que, religiosamente, cada año le extiende el cheque de la subvención con el que mantener abiertos sus chiringuitos. Son los niños pijos y malcriados, gamberros pero graciosos que se pasan la vida mano sobre mano, organizando botellones, viviendo a cuerpo de rey, preñando novias y quemando mobiliario urbano o destrozando las tiendas capitalistas. Y no deben preocuparse por las consecuencias, siempre estará papá estado pagando el aborto a la chica de turno o contando con fiscales comprensivos para que sus delitos contra el honor o la propiedad sean liquidados en algún campamento de verano.

Según leo, las ochenta organizaciones que convocaron el otro día a unos dos mil manifestantes contra la visita de Benedicto XVI, recibieron el año pasado más de dos millones de euros en subvenciones. Es decir, unos veinticinco elementos de media por convocante, mil euros por persona, obtenidos del erario público, del ustedes y del mío, del doctor Morín y de los católicos a los que fueron a sacudir. He estado en partidas de mús con más participantes. En otras palabras, sacan la pancarta, la pandereta, la burra y el buey para cargar porque con el dinero de todos se han sufragado parte de los gastos de la visita. Y nos lo gritan los estómagos agradecidos de la ayuda pública, los palanganeros que le hacen el caldo gordo a la cultura de la muerte, los aplaudidores de la aniquilación de los inocentes, del condones para todos, de la barra libre a cualquier forma de perversión sexual, y al que no esté de acuerdo que se calle o le corto la lengua.

Ningún contribuyente está obligado a ayudar a sostener la Iglesia, y sí todos lo estamos para mantener a sindicatos, partidos y organizaciones de toda calaña. ¿Cuántos hospitales, ambulatorios y asilos atienden los sindicatos? ¿A cuántos parados dan de comer, a cuántos inmigrantes acogen, a cuántos drogodependientes sacan del infierno de la droga estas feministas, liberadores de gais y transexuales? ¿No son las organizaciones obreras partidarias del gasto público para crear el empleo? ¿Por qué se quejan entonces de que el dinero de la visita sirviera para el servicio de policías, médicos y bomberos, para pagar las horas extras del personal de la limpieza, para dar empleo a los montadores de escenarios, electricistas, carpinteros, técnicos de iluminación y sonido? Porque del griterío infernal de estos angelitos da la impresión que el dinero de la visita se la desembolsó íntegra la Guardia Suiza, y no me a Benedicto él solito colocando bombillas, repartiendo las sillas, barriendo el suelo de la plaza del Obradoiro o reorganizando el tráfico a la entrada de la Sagrada Familia.

He estado repasando la hemeroteca y no he visto a los mismos que denunciaron el despilfarro de la visita papal cargando contra la señora Obama cuando en verano pasó por Marbella. Se movilizaron cientos de policías, se cerraron playas, se pagaron el sueldo de muchísimos de periodistas; los paseos de la gran dama y su séquito se convertían en romerías cada vez que salía del hotel para visitar la Alhambra, ir a cenar en familia o meterse en una tienda. No los he oído protestar cuando los Rolling Stones, Madonna o U2 organizan conciertos, cortan el tráfico y movilizan funcionarios públicos. Ni cada domingo en los estadios de fútbol, ni cuanto treinta mil moteros celebran cada año un concierto infernal de tubos de escapes picados, y olor a aceite quemada y neumático recalentado. Sospecho que el interés de estos progres por el dinero público es una coartada para montarle el follón a los creyentes. Qué le vamos hacer: Dios le da sombrero a quien no tiene cabeza.

Rosendo Melián Perera

2 comentarios

  
filotea
De acuerdo en todo.
Has expresado perfectamente lo que pensamos la mayoría (al menos la mayoría de los católicos).
19/11/10 3:24 PM
  
cristobal garcia
Soy un adulto mayor, desde el comienzo de la democracia hasta el final del Felipismo, fuí simpatizante y voté a la izquierda y por supuesto odiaba todo lo que olía a iglesia católica.
Aquella banda de ladrones socialistas de la ultima etapa
de Gonzalez, me hicieron sentirme engañado y abrir los ojos. Hoy estoy con la iglesia católica siendo conciente
que entre sus miembros hay algunos indeseables obispos y sacerdotes que empañan la inmensa labor social de muchas de sus instituciones.
06/02/11 8:32 PM

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