Pablo Lope Sagarra reflexiona sobre la heroica misión de los capellanes españoles en el Frente ruso

Pablo Lope Sagarra Renedo, nacido en Valladolid en 1969, está casado y tiene seis hijos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Valladolid y doctor en Historia por la Universidad San Pablo CEU de Madrid. Desde 1994 pertenece al Cuerpo Superior de Administradores de la Junta de Castilla y León y ha trabajado en puestos en la administración pública en las comunidades de Castilla y León y de Murcia.

En esta entrevista analiza la misión de los capellanes españoles en el Frente ruso, dentro del libro División Azul. Hablan los especialistas. Desmontando la leyenda negra antidivisionaria. Un libro de Laus Hispaniae, coordinado por Juan Negreira Parets.

¿Por qué decidió estudiar a fondo el tema de los capellanes católicos en la División Azul?

Lo primero, gracias Javier Navascués por brindarme la oportunidad de compartir esta historia de los capellanes divisionarios, preciosa por lo que supuso de entrega y de sacrificio por Dios ―por las almas, por el pueblo fiel― y por España, en un escenario tan duro, como fue el de la campaña de Rusia durante la Segunda Guerra Mundial.

Lo segundo, decir «capellanes católicos» en la División Azul es una tautología. La División Azul fue unidad de combate expedicionaria y voluntaria, organizada por el gobierno español surgido de una guerra civil como la española que fue vivida como cruzada en el sentido pleno, religioso del término por el bando nacional victorioso ―así fue bautizada por la autoridad eclesiástica, la jerarquía católica en España― aunque evidentemente dicha guerra no fue solo una cruzada; fue también una guerra en la que se ventilaron intereses de orden económico, social, político y territorial. Por consiguiente, los capellanes de la División Azul solo podían ser católicos.

¿Por qué ha investigado sobre los capellanes en la División Azul y en las Escuadrillas Azules?

Por un motivo personal-familiar ya que siempre he admirado a un tío abuelo mío, Cruz Omaechevarría Martítegui, sacerdote secular, quien ejerció de capellán militar durante la Guerra Civil en el llamado Ejército de Euzkadi, en un batallón de gudaris. Siempre nos llamó en casa la atención su disposición a ejercer su ministerio entre los nacionalistas vascos, a pesar de que su padre y hermana hubieran sido encarcelados por el gobierno de Aguirre por ser tradicionalistas. Él también lo era, pero cuando fue movilizado por el Gobierno de Euzkadi, por encima de sus sentimientos e ideas, no dejó de atender a las almas de aquellos soldados. La historia de los capellanes de gudaris es digna, también de ser contada.

A este motivo personal que he mencionado, se le unió mi afán de poner al descubierto el papel ―benefactor― que el sacerdote puede ejercer en la guerra, así como la parte espiritual, religiosa, que se vivió en la cruzada contra el bolchevismo que libraron los españoles de la División Azul. Porque la historia de una campaña no son solo las armas, los bombazos, la sangre y la muerte… El aspecto religioso forma parte de la historia de los hombres y debe ser, también, objeto de estudio. Por tanto, la figura y de la actividad de los capellanes militares, conductores de la espiritualidad de la División Azul en la campaña de Rusia se merecían un estudio. Su historia, así como la historia de la religiosidad de los combatientes, es una más de entre las muchas historias de la División Azul, que debía salir a la luz.

¿Cuántos hubo y qué importancia tuvieron?

La campaña duró casi tres años, desde julio de 1941 hasta abril de 1944 en que regresaron las últimas banderas de la Legión Azul, la unidad sucesora de la División Azul. A lo largo de este tiempo sirvieron en el frente ruso 70 capellanes castrenses españoles: 65 en la División Azul y en la Legión Azul y 5 más en cada una de las Escuadrillas Azules. A estos españoles se les unió un capellán alemán, el Padre Conrado de Hamburgo, un capuchino que había residido como español, y que hacía de enlace con el Vicariato Castrense de la Wehrmacht.

Su importancia es difícil de medir. Sólo ellos, como presbíteros, podían ejercer el ministerio sacerdotal: celebrar la Santa Misa y administrar la Comunión y, además, los sacramentos de la Penitencia y de la Extremaunción (hoy llamada Unción de enfermos). La trascendencia sobrenatural de esta actividad sacerdotal en el frente de Rusia no puede ser expresada con palabras: resulta inefable… humanamente inconmensurable…, ha quedado en la intimidad de las almas y de Dios y los protagonistas directos, sacerdotes y soldados, ahora lo estarán valorando en plenitud, y por la misericordia divina, en la segunda fase de la vida, en el Cielo.

Además de esta labor estrictamente ministerial, los páter divisionarios ejercieron labor de acompañamiento y de consuelo de los heridos, en los hospitales y en los puestos de socorro de primera línea, celebraban las fiestas religiosas ―conectando así a los voluntarios con la Patria y sus tradiciones―, escribían a los familiares en el caso de los analfabetos, y, entre otros servicios, se encargaron, junto al estado mayor divisionario, del registro de la inhumación de los caídos.

¿Hasta qué punto se jugaban la vida?

Hasta el punto de que dos de ellos la perdieron, uno en combate y el otro de enfermedad; y seis resultaron heridos, uno de extrema gravedad ya que quedó ciego por completo y para siempre.

¿Alguno de ellos fue condecorado?

Además de las medallas conmemorativas (española y alemana) de la campaña, los que estuvieron en el frente los períodos establecidos por el ministerio del Ejército (de seis meses con ciertos requisitos) recibieron la Cruz Roja del Mérito Militar española. Y en cuanto a las condecoraciones alemanas, seis capellanes recibieron la Cruz de Hierro de 2.ª Clase, la mayoría la Cruz al Mérito de Guerra de 2.ª Clase con Espadas, uno al menos la Cruz al Mérito de Guerra de 1.ª Clase con Espadas y dos el Distintivo de Asalto de Infantería.

¿Cuántos de los 5000 caídos en la batalla llegaron a confesarse?

No lo sé.

El sentido de la vida de una persona se pone de manifiesto en su final. Y ya se sabe que quien, durante su vida, no quiere a Dios, no le trata y le desprecia, cuando le llega la muerte es difícil que se reconcilie con Él. Uno suele acabar muriendo como ha vivido.

Con carácter general considero que entre los divisionarios había una preparación remota. Sus vidas peligraban de manera constante y se tenía conciencia de la necesidad de estar en gracia de Dios para afrontar el trance de la muerte.

Los que murieron en los hospitales o en puestos de socorro —que fueron bastantes—, sí tuvieron siempre una atención espiritual hasta el final y con toda seguridad la abrumadora mayoría (si no todos) pudo confesarse y recibir la Unción de Enfermos antes de pasar a la otra vida. En primera línea consta que fueron atendidos algunos voluntarios heridos en trance de morir cuando el capellán estaba próximo. Muchos otros murieron sin tener cerca de ellos a un sacerdote. En estos casos, y en todos los demás, hay que confiar en la misericordia de Dios.

En casos de extrema necesidad, la Iglesia permite absoluciones colectivas antes de entrar en combate. ¿Hubo muchas?

Sí hubo. En los golpes de mano ofensivos, preparados con antelación, el capellán se presentaba un rato antes e impartía la absolución colectiva. En la posición de Possad, una aldea rodeada de enemigos y constantemente batida, me consta que el páter Larruy tuvo que recurrir a las absoluciones colectivas en varias ocasiones.

¿Se dieron muchas conversiones en el frente?

La guerra es una situación extrema que te coloca ante la trascendencia, ante Dios, de forma inapelable.

Estamos hablando de un cambio —de una conversión— en la relación íntima que mantiene una persona con Dios (con la Trinidad Beatísima). Si esa persona no lo ha manifestado públicamente, es difícil de saber. Tenemos indicios de que debió haber muchas conversiones entre los divisionarios, grandes y pequeñas. En los diarios personales y en la correspondencia se intuye. En algunos casos el voluntario lo expresa de forma fehacientemente…

¿Llegaron a tomar las armas y combatir directamente en algunas ocasiones los sacerdotes?

En su maleta o mochila, estaba previsto que, además de los arreos religiosos propios de su oficio, los capellanes del Ejército alemán, en los territorios ocupados, llevasen pistola como medio de autodefensa. Sin embargo, ha sido tradición en los cuerpos eclesiásticos españoles el no llevar armas de autodefensa, ni siquiera en campaña. Es probable que, en la Wehrmacht, siendo oficiales, proporcionara una pistola a los capellanes, sobre todo a los que se encuadraron en las unidades de primera línea. El padre Tarracó Planas, del II Batallón del 262, consta que llevó pistola durante la campaña.

No me consta que empuñaran las armas y dispararan directamente a los rusos. Sí me consta que en la batalla de Krasny-Bor el capellán del Batallón de Zapadores, el páter Dehesa Manuel, al causar baja los oficiales tuvo que hacerse cargo de una sección y dirigirla en el combate.

¿Se podría decir que la labor de estos sacerdotes contribuyó grandemente a mantener la moral de los divisionarios en el frente?

La moral del soldado descansa en varios factores. Es decisivo el componente espiritual que ofrece un sentido cabal al sacrificio y a la entrega de la vida. Y es evidente que el sacerdote ayuda de una manera superlativa —hace de canal de la gracia divina a través de los sacramentos— a mantener encendida y ardiente el alma del soldado.

Por supuesto que los capellanes divisionarios realizaron un gran aporte de moral a los combatientes, de evidentes consecuencias militares.

Imagínese la campaña de Rusia que libraron los españoles sin haber estado acompañados de sus capellanes… Estoy convencido de que habría discurrido de manera muy distinta.

¿Qué diferencias había entre la presencia y el papel de los sacerdotes españoles en la División Azul y el de los sacerdotes alemanes en las filas de las divisiones alemanas?

Menuda pregunta… Requiere una explicación un poco más larga.

El papel del capellán castrense es igual en todos los ejércitos del mundo: servir a su grey, a sus fieles militares. En este plano no hubo diferencia entre la División Azul y sus homólogas alemanas.

La división era la unidad base del Ejército alemán, a todos los efectos. En cuanto al servicio religioso, antes de empezar la contienda estaba previsto, y con base en el Concordato de 1933 que cada división tuviera dos capellanes en plantilla, uno católico y otro protestante. El número es muy escaso, pero estamos hablando de tiempo de paz.

¿Cómo podían, en campaña, dos sacerdotes atender a unos 12.000 hombres? Gracias a los llamados Kriegspfarrer, luteranos o católicos (similares a los capellanes provisionales del Ejército nacional español en la Guerra Civil), los cuales, iniciada la contienda y comenzando a ser organizadas y llevadas al frente nuevas divisiones, se convirtieron en la columna vertebral del servicio religioso del Heer.

Las divisiones alemanas de infantería se reclutaban con base en el Ejército de Reemplazo, de base territorial, y se nutrían con hombres de los distritos territoriales del Reich. Las unidades bávaras o austriacas tenían mayor número de soldados católicos que las del norte de Alemania, regiones luteranas por excelencia. Esta recluta territorial favorecerá la presencia de más capellanes católicos en las divisiones cuyo origen se encontraban en el sur y centro de Alemania.

Los dos capellanes castrenses de plantilla eran auxiliados por los Kriegspfarrer y por los llamados Priestersoldaten, sacerdotes, seminaristas y novicios católicos que, con la movilización general, fueron desembarcando en el Ejército. Los que eran sacerdotes ejercían como tales en la unidad (compañía…, sección, depende también del jefe en cuestión que tuvieran) en la que se encontrasen destinados; y los seminaristas y novicios podían dirigir actos religiosos (exequias, preces antes del combate…) o repartir la comunión en ausencia del capellán propiamente dicho.

A la vista de lo comentado, sí hubo, pues, diferencias de orden numérico y confesional entre la División Azul y las divisiones alemanas. La División Azul estuvo dotada, en plantilla, de mucho mayor número de capellanes que las divisiones homólogas de infantería alemanas. Cada batallón o grupo divisionario de la División Azul tenía un capellán asignado, lo que da una ratio aproximada de unos 800 hombres por cura. Y, además, todos sus capellanes eran, claro está, católicos.

Es verdad que las divisiones alemanas, a diferencia de la División Azul, tenían, de entrada, menos efectivos y que, a partir de la primavera de 1942, sus regimientos de infantería pasaron de tener tres a dos batallones mientras que la División Azul mantuvo 10 batallones.

En la División Azul, salvo un soldado presbítero, y sin perjuicio de la presencia de algún voluntario procedente del seminario que podía ayudar al capellán en cuestión, todos los capellanes eran del clero castrense. Tenían capacidad para moverse por todo el batallón o grupo y, al tener que atender a menos volumen de soldados, podían llegar con más facilidad a todos ellos.

Los hospitales militares alemanes, estaban mejor atendidos por capellanes que las unidades del frente. Los situados en territorio del Reich, gozaban de la posibilidad de ser atendidos por sacerdotes civiles.

Por Javier Navascués

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