La Fundación Monfort de Barcelona te invita a consagrarte a la Virgen el día de la Inmaculada

Entrevistamos a Roberto Arjones Rodríguez - Dr. Ingeniero Industrial y Profesor Universitario, que nos explica todos los detalles relativos a esta iniciativa.
Háblenos brevemente de la Fundación Monfort, cómo nace y sus fines…
Los orígenes de la Sociedad Montfort se sitúan en 1980, cuando, movidos por el Espíritu Santo, un grupo de fieles laicos profundamente tocados por la espiritualidad de San Luis María Grignion de Montfort fundó en Barcelona la entonces Sociedad Grignion de Montfort. Su fin era vivir y difundir la vocación de la “esclavitud de amor a María”, camino de entrega total a Jesucristo por medio de su Santísima Madre.
Desde entonces, la Sociedad ha perseverado en su misión, acogiendo a quienes sienten el llamado a consagrarse al Inmaculado Corazón de María, refugio seguro de los pecadores y senda hacia el Corazón de Cristo. Consideramos esta consagración como una de las gracias más transformadoras, pues quien se entrega a María pertenece plenamente a Jesús.
Hoy, la Sociedad Montfort continúa su labor apostólica ofreciendo guía, acompañamiento y formación a quienes desean vivir esta devoción con autenticidad evangélica. Bajo la protección maternal de la Virgen, buscamos extender su amor y su paz en un mundo necesitado de la luz del Evangelio.
Nuestra sede está en Barcelona, en la Calle Jonqueres, 18, 8º C, donde acogemos con alegría a quienes desean conocer esta espiritualidad mariana y unirse a esta familia consagrada al servicio de Jesús por medio de María.
¿Por qué promueven dos consagraciones a la Virgen al año en días muy concretos?
La Sociedad Montfort promueve dos consagraciones al año al Inmaculado Corazón de la Santísima Virgen María para que los fieles vivan este acto no como rito pasajero, sino como camino de conversión interior y renovación espiritual, arraigado en el misterio de la Redención.
San Luis María Grignion de Montfort enseñó que consagrarse a Jesús por María —o “esclavizarse por amor a la Santísima Virgen”— es el medio más perfecto para pertenecer a Cristo, pues quien se entrega a María se da a Aquel que nació de Ella. Esta consagración exige preparación, meditación y una profunda disposición del alma; por ello, la Iglesia y la Sociedad señalan tiempos concretos para vivir este itinerario con orden y solemnidad.
Las consagraciones anuales se celebran cerca de fiestas marianas o de Cristo, de modo que el devoto se vea envuelto por la gracia propia de esos tiempos santos. Cada consagración renueva los votos bautismales en un acto de fe y de amor, por el cual el alma se entrega al servicio de Jesús bajo la guía de María.
Promoverlas dos veces al año tiene un sentido pastoral y místico: pastoral, porque permite prepararse en comunidad según el método montfortiano; místico, porque el alma puede recorrer de nuevo el camino de purificación y amor, profundizando en su unión con Cristo por medio de María.
Así, la Sociedad Montfort procura que cada consagrado mantenga vivo el fuego del amor mariano, recordando que la consagración no es un acto único, sino un estado permanente del alma que se renueva, crece y madura bajo el amparo de la Virgen. Por ello, las dos consagraciones anuales son una doble oportunidad de gracia y de renovar la alianza de amor con María y, por Ella, con Jesucristo Salvador.
Como no podría ser de otra manera lo hacen bajo el método de San Luis María Grignion de Monfort… ¿En qué consiste este método?
Este método consiste en un camino espiritual de 33 días de preparación previa a la consagración solemne. San Luis María Grignion de Montfort, movido por el Espíritu Santo, estructuró este itinerario como una verdadera escuela del alma para llevarnos, por manos de María, a la unión más perfecta con Jesucristo.
Los doce primeros días, llamados preliminares, están dedicados a desprendernos del espíritu del mundo, porque este espíritu —hecho de soberbia, sensualidad y amor desordenado a las criaturas— es absolutamente contrario al Espíritu de Jesucristo. Es un tiempo de purificación interior, de renuncia a los ídolos del corazón y de apertura a la gracia.
Luego se entra en la primera de las tres etapas fundamentales:
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Una semana para conocernos a nosotros mismos, contemplando humildemente nuestra miseria, nuestra incapacidad radical para hacer el bien sin el auxilio de la gracia. Es una escuela de humildad verdadera, para reconocer que, sin Jesucristo, nada podemos, y que necesitamos su misericordia como el aire que respiramos.
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Una segunda semana para conocer a María, la Madre amadísima de Dios. No se trata sólo de admirarla, sino de contemplar sus virtudes: su humildad perfecta, su fe inquebrantable, su caridad ardiente, su pureza luminosa. Por medio de la meditación y la oración, buscamos asemejarnos a Ella, para que nuestro corazón lata al ritmo del suyo.
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Una tercera semana para conocer a Jesucristo, nuestro fin último, nuestro todo. Bajo la guía de María, penetramos en los misterios de su Amor redentor: su Encarnación, su Pasión, su muerte en la Cruz y su Resurrección gloriosa. Contemplar a Jesús es aprender a vivir para Él, en Él y con Él, como hijos que se abandonan confiadamente a su Corazón.
Finalmente, llega la consagración solemne, por la cual el alma se entrega totalmente a María para, por Ella, pertenecer plenamente a Jesús. Sin embargo, cuidado: esta devoción no es un simple formalismo exterior ni un acto pasajero. San Luis María nos enseña que la verdadera consagración debe ser interior, tierna e íntima, nacida de lo más profundo del corazón. Es un acto de amor, confianza y abandono total a la Madre, que nos conduce siempre a la voluntad santísima de Dios.
Por eso, el alma consagrada exclama:
“Me entrego por entero a ti, María, sin reservarme nada, para que dispongas libremente de mí y de toda mi vida, para mayor gloria de Dios.”
Así, el método de San Luis María es un camino de transformación espiritual: un despojarse del hombre viejo para revestirse de Cristo, viviendo siempre bajo la guía maternal de la Santísima Virgen, hasta alcanzar la perfecta unión con Jesús, único Salvador y Señor de nuestras vidas.
¿Por qué es muy necesario para un católico consagrarse a la Virgen?
La consagración a la Santísima Virgen es de suma importancia para el católico porque responde al designio mismo de Dios en la historia de la salvación. El Señor quiso venir a nosotros por María, y por María desea conducirnos nuevamente a Él. La Madre no es un adorno en la fe; es parte esencial del plan divino.
Consagrarse a María significa acogerla como Jesús la acogió:
«He aquí a tu Madre» (Jn 19, 27).
En el Calvario, Cristo nos la entregó no sólo como recuerdo o consuelo, sino como Camino seguro para llegar a Él. Nadie conoce el Corazón de Cristo como su Madre; nadie puede formarnos mejor como verdaderos discípulos suyos.
La consagración es profundamente necesaria porque:
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María nos conduce con seguridad a Cristo.
La Virgen nos toma de la mano para enseñarnos a vivir en gracia, a amar la voluntad de Dios, a evitar el pecado y a crecer en santidad. Ella, “llena de gracia”, distribuye los tesoros del Cielo porque Dios la constituyó Mediadora amorosa de sus dones. -
Nos ayuda a vencer nuestra fragilidad.
El corazón humano es débil, inconstante, herido por el pecado. María, Madre espiritual, nos reviste de sus virtudes: humildad, pureza, obediencia, docilidad al Espíritu Santo. En sus brazos aprendemos a amar a Jesús con un amor indiviso. -
Es el camino más corto, seguro y perfecto.
San Luis María Grignion de Montfort enseña que la devoción a María es el “camino fácil, corto, perfecto y seguro” hacia la unión con Cristo. Otros caminos pueden extraviarnos; el suyo jamás. Quien se entrega a María se entrega directamente al Corazón de su Hijo. -
Protege y fortalece al alma contra el enemigo.
El demonio teme a la Virgen como a ninguna otra criatura. Ella aplastó su cabeza (cf. Gn 3,15) y continúa defendiéndonos contra sus engaños. El consagrado vive bajo su manto, donde encuentra refugio, consuelo y fortaleza en las pruebas.
Consagrarse a María no es poner un intermediario entre Cristo y nosotros, sino permitir que aquella que está más unida a Él nos configure con su Divino Hijo. Ella es la obra maestra del Señor: su escuela viva.
Quien se confía a la Madre, llega más plenamente al Hijo.
Por eso, para el católico que anhela la santidad, consagrarse a la Virgen no es algo opcional, sino un tesoro inmenso, un privilegio y una ayuda indispensable. Es entrar en el corazón del Evangelio, donde María acompaña silenciosa, humilde y fielmente a sus hijos hasta que Cristo sea formado en ellos (cf. Gal 4,19).
Consagrarse a María es, en definitiva, consagrarse más perfectamente a Jesús.
Y no hay vocación más alta que esa.
¿En qué consiste la consagración y cómo pueden apuntarse para la próxima del 8 de diciembre las personas que lo deseen?
A modo de resumen, consagrarse a Jesús por María consiste en entregarse totalmente a la Santísima Virgen para, por Ella, pertenecer más perfectamente a Jesucristo. Es un acto de amor, confianza y disposición absoluta para que María guíe, proteja y forme el corazón del consagrado según la voluntad de Dios.
Y para participar en la preparación de la Consagración a la Inmaculada del 8 de diciembre, basta con inscribirse antes del lunes 27 de octubre. La inscripción se hace de forma muy sencilla: solo hay que escanear el código QRdel cartel o acceder directamente al enlace http://bit.ly/48JUWtsy rellenar el formulario.
Una vez inscritos, podrán escoger entre dos modos de preparación, que se realizan durante los 33 días previos a la fiesta de la Inmaculada:
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Modo semipresencial (recomendado):
Incluye seis encuentros en persona, todos los sábados a las 9:00 h, desde el 1 de noviembre (Día Cero, presentación y entrega de materiales) hasta el 6 de diciembre, en la rectoría de Santa Tecla (Av. de Madrid, 107 – Barcelona). El resto de días, la preparación se continúa personalmente, con acompañamiento por WhatsApp.
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Modo online (solo por WhatsApp):
Pensado para quienes viven lejos o no pueden asistir presencialmente. En este caso, toda la preparación se realiza a distancia a través de WhatsApp durante los 33 días, comenzando el 5 de noviembre, después del Día Cero.
En ambos modos, quienes acompañan el proceso son:
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Núria Castro – 659 87 23 55
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Roberto Arjones – 626 84 80 48
La Consagración solemne tendrá lugar el 8 de diciembre, a las 18:00 h, en la iglesia de Santa Tecla (Barcelona). Será presidida por su párroco, Mn. Marc Aliguer, quien celebrará también la Misa parroquial a las 19:30 h.
¿Qué cambios de vida ha visto en todo este tiempo por medio de María?
A lo largo de este camino, he sido testigo de transformaciones interiores que sólo pueden explicarse por la acción maternal de María. Antes, muchas veces me movía por mis propias fuerzas, y tropezaba en mis límites, mis temores y mis apegos. Pero cuando me entregué a Ella, comencé a ver cómo, silenciosa y delicadamente, la Virgen purificaba mis intenciones, enderezaba mis pasos y me guiaba hacia Cristo. He experimentado cómo los sufrimientos que antes me aplastaban, ahora se han convertido en ocasiones para unirme más profundamente a la Cruz del Señor; cómo las alegrías se han vuelto motivo de alabanza, y no de orgullo; cómo mis luchas internas encuentran consuelo bajo su mirada misericordiosa.
María me ha enseñado a vivir en la verdad, a no temer mi propia fragilidad, porque conoce bien de qué barro estoy hecho. Me ha enseñado a confiar cuando no veo, a esperar cuando todo parece perdido, a creer que Dios saca bienes incluso de mis miserias. En Ella he encontrado un canal de gracia que me ha permitido crecer en humildad, en paz, en deseo ardiente de santidad. Lo que antes estaba torcido, Ella lo ha enderezado; lo que estaba roto, lo ha sanado; lo que estaba muerto, lo ha resucitado. No puedo explicar estos cambios sino afirmando con certeza que María, cuando entra en un alma, la transforma desde dentro.
¿Cómo es su relación filial con su Madre del Cielo?
Mi relación filial con la Madre del Cielo es un misterio dulce y profundo. La siento cercana, viva, presente en cada paso. No es una idea, no es un símbolo: es mi Madre real, que me toma de la mano y me conduce. Aprendo a tratarla con la sencillez de un niño que se sabe amado sin condiciones. Ella escucha mis penas como ninguna otra, guarda mis secretos, seca mis lágrimas, fortalece mi alma. A veces basta con pronunciar su nombre para sentir paz. En su silencio, aprendo a escuchar la voz de Dios; en su humildad, aprendo a bajar al último lugar; en su entrega, a ofrecerme sin reservas.
Su maternidad espiritual se manifiesta en detalles: en luces interiores inesperadas, en consuelos discretos, en fuerzas nuevas para seguir a Cristo. A través de Ella, el Evangelio se vuelve más claro, la oración más profunda, la vida más luminosa. Siento que su presencia me sostiene en la batalla espiritual, me cubre cuando soy débil, me anima cuando estoy cansado. Y cuando caigo, Ella no me reprocha; me levanta, me limpia, y me dice con dulzura: “Hijo mío, volvamos juntos a Jesús”.
¿Podría dar un mensaje final para animar a los indecisos a consagrarse?
A quienes aún se sienten indecisos o temerosos de consagrarse a María, quisiera hablarles desde el corazón: no tengan miedo. La consagración no es una carga, sino una gracia inmensa. No es pérdida, sino ganancia; no es una renuncia estéril, sino la puerta hacia una vida más profunda en Cristo. Entregarse a María es permitir que la mejor de las madres nos conforme, como lo hizo con Jesús, según el Corazón de Dios.
Ella no se impone: respeta nuestra libertad. Pero si le abrimos la puerta, penetra en nuestro interior con la suavidad del Espíritu y nos transforma. Bajo su guía, la santidad deja de ser un ideal lejano y se convierte en un camino concreto, posible, luminoso. A través de su ternura, aprendemos a amar más; a través de su pureza, a desear lo que agrada a Dios; a través de su fe, a caminar incluso en la noche.
Si pudiera resumir lo que he vivido, diría esto: todo lo que he depositado en manos de María, Ella lo ha devuelto multiplicado y purificado. Mi pobre amor, Ella lo devuelve grande; mi debilidad, Ella la transforma en fortaleza; mi pequeñez, en un lugar donde Dios se complace en actuar. Por eso, a quienes dudan, les digo: atrévanse a confiar. Quien se consagra a María, jamás queda defraudado. Ella lleva, siempre y sin desvíos, al Corazón de Jesucristo.
Y yo lo sé, porque lo he visto en mi propia vida.
Por eso os invito: daos a María, y por Ella, seréis totalmente de Jesús.
Por Javier Navascués
1 comentario
Con María, vayamos a Jesús, que siempre ha de ser nuestra meta.
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