Eduardo Bittar, un paraguayo viviendo en Australia, peregrina a Chartres con un capítulo español

Eduardo Bittar, 37 años, católico nacido en Paraguay. Casado con Raquel, padre de María Isabel y Ana María (hasta ahora). Trabaja como ingeniero civil y, en su tiempo libre, disfruta de pasar tiempo con su familia. A veces juega al fútbol y comparto asados con amigos. Busca lo bueno, lo bello y lo verdadero.
¿Cómo acabó un paraguayo viviendo en Australia?
Estudié una maestría en Ingeniería Civil en Brasil. Uno de mis profesores me ofreció luego la posibilidad de hacer un doctorado en Australia o en el Reino Unido. Consulté con mi esposa, Raquel, si le gustaría la idea de vivir en otro país por algunos años, y me dijo que sí, pero que si íbamos a hacerlo, prefería Australia. Y así fue. Creo que fue una excelente decisión. Fuimos a Australia en el 2018, y nuestras dos hijas, María Isabel y Ana María, nacieron allí.
¿Le costó mucho adaptarse a las costumbres del país?
Sí, no fue fácil. Vivimos en una ciudad hermosa, con muchos espacios verdes y parques para niños por todos lados. Sin embargo, la cultura australiana es distinta: es bastante individualista y, en cierto modo, fragmentada, debido al multiculturalismo que se ha promovido.
Pero esa cierta soledad al principio también nos ayudó: fortaleció nuestro matrimonio, nos permitió conocernos mejor y enfrentar juntos nuestras dificultades.
¿Qué supuso para usted conocer la Misa Tradicional allí?
Un cambio radical en nuestras vidas. Tres acontecimientos importantes coincidieron y transformaron completamente nuestra vida: el COVID, el descubrimiento de la Misa Tradicional y el nacimiento de nuestra primera hija, Isabel.
Hasta entonces íbamos a la parroquia local, pero con la llegada del COVID todo se volvió caótico: mascarillas obligatorias, alcohol en gel en cada rincón (incluso en el altar), el agua bendita retirada… Como la mayoría de los asistentes eran personas mayores, las restricciones se volvieron cada vez más intensas. Luego, el obispo de Perth da una quasi-imposición a que la comunión debía darse en la mano. Y, finalmente, suspendió las Misas públicas, justo en plena Cuaresma, a días de la Semana Santa.
Durante esa suspensión, asistimos a una Misa televisada celebrada por el propio obispo. Recuerdo claramente cómo me sentí en ese momento: mi conciencia no solo no estaba tranquila, estaba rabiada y cuando terminó, me di cuenta de que ya ni siquiera mi razón estaba en paz. Me sentí ridículo frente al televisor. Miré a Raquel y le dije: “Esto está muy mal”. Y ella, me respondió que pensaba exactamente lo mismo.
Cuando se levantó la suspensión de las Misas, le dije a mi esposa que ya no quería volver a la parroquia, que no iba a recibir la Eucaristía de la forma impuesta. Desde los 25 años, por una promesa, solo comulgo de rodillas y en la boca. Le dije que iría a la Misa Tradicional. Raquel, sin dudarlo, dijo que me acompañaría.
Fuimos a la comunidad de la Saint Anne’s Traditional Latin Mass. Raquel me dijo: “No entiendo nada”, y yo le respondí que yo tampoco, pero que debíamos darle tiempo. Sin embargo, algo fue claro desde el principio: la forma en que se recibía al Señor era algo que jamás habíamos experimentado, una reverencia única.
La Misa Tradicional fue, para mí, una verdadera bofetada de humildad. Me hizo comprender que esto no se trata de mí, que mi naturaleza caída jamás podrá “entender” plenamente el misterio sobrenatural que allí acontece. El centro absoluto es Dios. No hay necesidad de repartir protagonismos: esta Misa no gira en torno al sacerdote, ni a los laicos, ni al coro, ni a los lectores, ni a los ministros extraordinarios. Todo está orientado hacia Dios y solo hacia Él. Y detrás del sacerdote, todos estamos al mismo nivel.
Semanas después nació Isabel, y fue bautizada según el rito tradicional por el padre Michael Rowe. Ese bautismo fue una experiencia que jamás habíamos vivido: profunda y misteriosa. Por primera vez sentimos con claridad que allí estaba ocurriendo algo realmente serio. Raquel quedó profundamente impactada.
Desde entonces, la Misa Tradicional es el centro de nuestra vida espiritual. Yo, personalmente, encontré en ella lo que llevaba buscando desde que volví a acercarme a la Iglesia a los 24 años. En ese tiempo, busqué a Dios en todos aquellos lugares donde hoy se repite constantemente que está: en los pobres, en los marginados, en los olvidados. Participé en numerosas actividades de caridad: acompañé a personas en situación de extrema pobreza, a enfermos terminales, a jóvenes privados de libertad. Y aunque todas esas experiencias me ayudaron a crecer en muchos aspectos humanos, nunca sentí que había encontrado realmente lo que estaba buscando. Fue en Australia —paradójicamente, uno de los países más seculares del mundo— donde encontré a Dios por completo. Encontré la verdad. Y la verdad me hizo libre.
¿En qué medida le ayudó a mejorar su vida de piedad?
En absolutamente todo. La Misa Tradicional me inspiro a buscar orden: orden en el alma, en la vida cotidiana, en el hogar. Siento que ese orden ritual de la misa inspira al orden en todo. Se distingue claramente entre lo sagrado y lo mundano, y eso permite comprender mejor el sentido de cada cosa. La Misa Tradicional no solo fue un rito, sino que también me conectó con la tradición que cambió mi modo de ver el mundo, como veo la política, la economía entre otras cosas.
Como matrimonio, entendimos nuestra vocación: nos abrimos plenamente a la vida y a la voluntad de Dios. Pusimos las prioridades en su lugar: lo eterno por encima de lo inmediato. Raquel decidió que su vocación más importante era ser madre, y dejó su trabajo fuera de casa cuando nació Isabel. Yo entendí que mi deber principal era ser padre y que todo lo que hago es para ellas y nada para mí.
Rezamos el Rosario en familia todos los días (o casi todos los días), y la prioridad número uno es transmitir la fe católica a nuestros hijos. Nuestra biblioteca se va llenando de buenos libros católicos. Isabel no va a guardería: pasa los días con su mamá, aprendiendo más que nada de lo cotidiano, escuchando buena música y leyendo buenos libros. No nos sentimos cómodos tercerizando el trabajo más importante de nuestras vidas en estos tiempos críticos y estamos incluso evaluando dar clases en casa.
Todos estos cambios no fueron fáciles para nosotros. Somos una generación que fue convencida a perseguir “sueños” que en realidad son productos de marketing: carreras, éxito, títulos, empoderamiento. Pero la Tradición nos enseñó otra cosa: que la vida se trata de servir, de amar, de sacrificarse, y eso es lo queremos hacer.
Lo mejor de todo es que estos cambios lo vivimos acompañados de una comunidad profundamente viva y joven, formada por muchas familias jóvenes y numerosas. No estamos solos. Antes de la implementación de Traditionis Custodes, la comunidad de Saint Anne’s reunía a cerca de mil fieles. Lastimosamente, hoy está algo dispersa, pero continúa firme. Para nosotros, los amigos que hicimos allí son como una familia.
¿Por qué decidió hacer por primera vez la peregrinación París-Chartres?
Había escuchado testimonios de personas que la hicieron, y desde entonces pensé: “Algún día me gustaría participar”. Este año tenía días libres acumulados y mi esposa quería visitar familiares en Italia que hacía tiempo la invitaban. Cuando le pregunté qué mes prefería para viajar, me dijo junio. Inmediatamente busqué en internet y vi que la peregrinación de Chartres también era en junio. No lo dudé: le propuse planear el viaje y le dije que quería participar. Pensé que quizás más adelante, con más hijos, sería más difícil. Era el momento ideal.
¿Por qué lo hizo con el capítulo español Covadonga?
Ni Paraguay ni Australia tienen capítulo propio. Pensé entonces en sumarme a uno de España, por quien siento un cariño muy especial.
A pesar de la pésima enseñanza que recibimos en nuestros colegios sobre la historia de España —incluso en instituciones católicas—, hace años que vengo estudiando por mi cuenta y me liberé de la leyenda negra. Me siento profundamente orgulloso de tener herencia hispánica. Mi hija lleva el nombre de la gran reina Isabel, y espero que pronto la reina católica sea canonizada. Además, vivir en un país anglosajón como Australia me permitió ver, por contraste, todo lo que España hizo en América. Luego, buscando en internet encontré al capítulo de Covadonga, cuya peregrinación ya había oído hablar por el padre argentino Javier Olivera Ravasi. Me contacté con José María, quien fue muy amable y me ayudó en todo hasta el último día de la peregrinación.
¿Qué le impactó de la presencia de familias y jóvenes?
Me impactó muchísimo el contraste entre los días que pasé en Italia y lo vivido en Chartres. Estuve varias semanas en Italia y tuve la sensación de que ya casi no hay jóvenes, y mucho menos niños al menos en la región donde estuve. Como no encontré una Misa Tradicional cerca de donde estaba, asistí a varias misas Novus Ordo, y me entristeció ver que varios templos ya no tenían misa, que en las misas casi no había familias y que la mayoría de los asistentes eran personas muy mayores. La Iglesia parecía estar muriendo en el corazón de la cristiandad.
Y luego, en Chartres, fue como si Dios dijera: “No pierdan la esperanza”.
Miles de jóvenes rezando, asistiendo con reverencia a la Misa, cantando himnos con fervor. Familias numerosas, padres jóvenes, niños… Era una imagen llena de vida y de esperanza. Me encantaría que mis hijos vivieran eso en el futuro.
¿Por qué destacaría, dentro de su carácter internacional, la unidad en la fe y las costumbres?
Me conmovió profundamente ver a personas de tantas nacionalidades y lenguas diferentes unidas en una misma fe. Todos rezábamos el mismo Ave María, cantábamos el mismo Regina Caeli, mientras caminábamos con dolor.
Tuve la bendición de entrar a la catedral de Chartres para la Misa final, y ese momento en donde miles nos arrodillamos y, con la mano en el pecho, repetimos en voz baja: Domine, non sum dignus ut intres sub tectum meum, sed tantum dic verbo, et sanabitur anima mea, fue algo único.
Una misma Misa para todos. Un mismo idioma para todos. Creo que el latín, como lengua sagrada, visibiliza esa unidad profunda. Siento que no hay experiencia más verdaderamente universal que lo que viví en Chartres.
¿Cómo le va a ayudar la experiencia para crecer en la fe durante el año?
La peregrinación fue una inyección de esperanza. En tiempos donde incluso algunos pensadores hablan ya de “tiempos del anticristo”, ver miles de jóvenes deseosos de volver al orden cristiano, de restaurar la tradición en sus vidas, en sus familias, en sus comunidades… fue un verdadero consuelo.
Ojalá Dios nos dé pronto la posibilidad de participar también de la peregrinación de Nuestra Señora de Covadonga que tiene un valor histórico muy importante para nosotros. Y que en el futuro, estas peregrinaciones se conviertan en una tradición familiar, y que mis hijos, y los hijos de mis hijos, puedan también vivirla.
Por Javier Navascués
9 comentarios
Al leer tus palabras, da la impresión de que desde que descubriste la Misa Tridentina, has dejado de comulgar cuando no puedes asistir a ella y solo está disponible la Misa según el rito de San Pablo VI. Si esto es así, permíteme advertirte con caridad pero con claridad: si has dejado de recibir al Señor en la Eucaristía durante días —quizá semanas— por el mero hecho de no estar en la forma litúrgica que tú prefieres, habrás cometido uno de los errores más graves que un alma puede cometer en esta vida.
Nuestro Señor, presente real y sustancialmente en la Eucaristía, no está limitado por el rito, siempre que este sea válido y lícito. Rehusar recibirlo cuando Él mismo se ofrece por medio de la Iglesia —que tiene la autoridad de atar y desatar—, es rechazar el Don más precioso que existe.
Y aquí es donde entra el misterio profundo de la inhabitación trinitaria: cuando recibimos la Eucaristía, no solo recibimos a Cristo en el sacramento, sino que Él habita en nosotros, con el Padre y el Espíritu Santo. Es la presencia viva de Dios en el alma. Si conocieras este misterio como lo han entendido los santos, sabrías que no hay forma, por bella que sea, que pueda reemplazar la presencia real del Esposo.
Por amor a tu alma, considera esto con profunda oración. El demonio no necesita sacarnos de la Iglesia para alejarnos de Dios; basta con que dejemos de recibirlo.
Misterio de la inhabitación explicado por un obispo:
https://www.ivoox.com/inhabitacion-audios-mp3_rf_2783047_1.html
Privarse voluntariamente de recibir a Cristo en la Eucaristía —aunque esté verdaderamente presente en una Misa celebrada según el rito de San Pablo VI, válidamente autorizado por la Iglesia— por el solo hecho de que no es la forma litúrgica de tu preferencia, no es un acto de devoción más profunda, sino una renuncia que hiere el alma.
Negarse al Pan de Vida en tales circunstancias no solo es un error espiritual, sino que atenta directamente contra el misterio sublime de la inhabitación trinitaria, esa realidad inefable por la cual el alma en gracia se convierte en morada viva de Dios mismo. Rehusar al Señor cuando se da verdaderamente —cuando Él mismo se ofrece por manos del sacerdote legítimamente ordenado y enviado— es cerrar la puerta al Esposo que viene a visitarnos humildemente, con sed de nuestra alma.
La inhabitación divina no crece por rigor externo, sino por docilidad y amor profundo a Su Presencia, que es real, sustancial y total en cada hostia consagrada, independientemente del rito en que fue elevada al cielo.
La doctrina católica, apostólica, no enseña que la forma sea superior a la sustancia, sino que la forma está al servicio del misterio. Y el misterio es Él: Jesús Eucaristía, siempre Él.
Negarte a recibirlo cuando está presente, por la sola forma, es como decirle a Cristo: "Ven, pero solo si vienes vestido de una manera que yo apruebe". ¿No es esto, acaso, limitar al Infinito?
Esta postura no solo deforma el verdadero sentido del misterio de la inhabitación trinitaria —enseñado desde los apóstoles y confirmado por los santos—, sino que contradice abiertamente el consejo claro y pastoral de San Pío X, quien en su catecismo recomendó con firmeza la comunión diaria como sustancialmente mejor para el alma.
Reducir la presencia real del Señor a una cuestión de forma ritual, como si el Esposo valiera más o menos según la música de entrada o el idioma de la liturgia, es caer en una especie de superstición sacralizada que no honra al Señor, sino que lo encierra en las preferencias del devoto, como si la hostia consagrada no fuera siempre el mismo Cristo vivo, entero y verdadero.
____________________________
La frase: "Negarte a recibirlo cuando está presente, por la sola forma, es como decirle a Cristo: 'Ven, pero solo si vienes vestido de una manera que yo apruebe'", desenmascara con precisión uno de los logismoi más sutiles y peligrosos que hoy tienta a muchas almas buenas: la soberbia espiritual disfrazada de fervor litúrgico.
Es exactamente el tipo de pensamiento que los Padres del Desierto advertían con temor: el demonio no siempre tienta con el placer o la vanidad burda, sino también —y a veces con mayor éxito— con la ilusión de una “pureza superior” que, en el fondo, pone condiciones al Señor. Así como los monjes eran tentados por pensamientos que los alejaban del amor humilde bajo apariencia de ascetismo, hoy algunos fieles se alejan de Cristo realmente presente en la Eucaristía porque no soportan que venga “vestido” del rito que no prefieren.
Pero ¿qué es esto sino una forma refinada de soberbia? Una postura en la que la voluntad del alma se antepone a la voluntad de Cristo, que se entrega humildemente en cualquier misa válida, sea según San Pío V o San Pablo VI. Es, en definitiva, un triunfo mental del demonio moderno, que logra apartar a un alma de la comunión con el Señor no por impureza o pecado, sino por un celo mal entendido que se transforma en rechazo al mismo Cristo.
Y lo más grave: esta actitud no solo desprecia el misterio de la inhabitación trinitaria, que acontece cada vez que se recibe al Señor en gracia, sino que contradice frontalmente la enseñanza de San Pío X, quien recomendó la comunión diaria como camino privilegiado de santificación, siempre que el alma esté en gracia y con recta intención. Aquel que, pudiendo comulgar, se niega por la forma externa del rito, no solo rechaza un don inmenso, sino que desobedece el consejo de un Papa santo y sabio.
El demonio ha aprendido a disfrazarse de liturgista. Y a veces, el alma que dice defender el altar, en realidad se aleja del Esposo. No por odio, sino por orgullo. Y eso, a los ojos de Dios, es aún más triste.
Querido Eduardo y familia,
Es comprensible —y plenamente legítimo— que la Misa según el rito tridentino te resulte más hermosa
Pero no debemos olvidar que lo que santifica verdaderamente no es el rito en sí mismo, sino el contacto vivo y real con Cristo glorificado, que se nos entrega en cada Eucaristía válida, sea según el Misal de 1962 o el de San Pablo VI.
Por eso, querido Eduardo, si entre semana no tienes acceso a la Misa tridentina, no renuncies por ello a recibir al Señor. No te prives de ese Pan de Vida que te espera día a día, porque Cristo no viene menos glorioso por el rito que lo presenta, ni su gracia es menor por la forma litúrgica en que se nos da.
Dejar de comulgar por la forma externa es, sin quererlo, hacer del rito un fin en sí mismo, cuando el verdadero fin es la unión con Jesús, que desea habitar en ti cada día, fortalecerte, purificarte, llenarte de Su vida divina. Él es el que te va a santificar, no el ambiente, ni la lengua, ni el incienso (por bellos que sean), sino Su presencia viva en tu alma.
No se trata de ceder en principios, sino de abrir el corazón a la humildad de un Dios que, por amor, ha querido quedarse con nosotros… incluso cuando no todo a nuestro alrededor es perfecto. Su amor no se condiciona, y nosotros no deberíamos condicionarlo a Él.
https://www.enticonfio.org/dame-de-beber/
La Eucaristía no es solo un acto litúrgico ni una experiencia estética: está profundamente ordenada al misterio de la inhabitación trinitaria, ese don inaudito por el cual Dios mismo viene a morar en el alma en gracia que lo recibe. Es la comunión con Cristo —real, viva, sustancial— la que enciende y alimenta esa presencia interior que transforma el corazón desde dentro.
Por eso, dejar de comulgar por causas meramente exteriores —porque el rito no es el que se prefiere, porque el canto no es gregoriano, porque el lenguaje no es sacral— es demostrar, al menos en el plano objetivo, una profunda ignorancia del misterio central del cristianismo: que Dios quiere habitar en nosotros, no solo ser contemplado desde lejos.
¿Es esa ignorancia culpable? No somos nosotros quienes debemos juzgarlo; eso lo sabrá Dios, que escudriña los corazones. Pero la gravedad del error permanece, porque se sustituye la realidad por la apariencia, el Amor por el gusto, el Sacramento por la forma.
El alma que desea santidad debe preguntarse con humildad: ¿qué estoy buscando, al comulgar? ¿Una experiencia estética o al Esposo que se entrega? El que sabe lo que es la inhabitación, jamás desprecia una comunión válida y fervorosa, venga de donde venga. Porque sabe que, en ese momento, el cielo entero viene a habitar en su alma.
Quizás mi castellano hispano es un poco confuso, pero en ningun momento mis palabras sugieren que rechazo recibir la eucaristía fuera del rito tradicional. Es más, claramente relato que durante mi estadía en Italia, voy a misas novus ordo ya que las tradicionales en aquella región, fueron todas canceladas.
Yo estoy duspuesto a recibir a nuestro Señor como se debe, de rodillas y en la boca. Si el sacerdote no lo acepta, sea vetus o novus ordo, es él quien no me lo da, y no soy yo el que lo rechaza.
Durante esa cuaresma crítica covidiana, los unicos días de obligacion que no recibí la eucaristía, fueron los días que las misas fueron suspendidas por el obispo.
In Christo,
Eduardo
Dejar un comentario





