Hagamos que todo calle, un libro que brota a los pies del sagrario, manantial del Agua Viva

Raúl Eguía Recuero es un esposo muy feliz, padre y escritor. Ha trabajado como editor y consultor de guion en New York con productores de Oscar, ha sido finalista del premio Sundance,… Formó parte del equipo de Infinito Más Uno con Juan Manuel Cotelo («La última cima», …). En la actualidad escribe cuentos, relatos, novelas y poesía y sirve como guionista y consultor de guion en diferentes producciones de cine y TV.

Su tercer poemario titulado «Hagamos que todo calle» son 133 poemas escritos a los pies del Sagrario. Lo publica la Editorial Monte Carmelo.

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¿Por qué decidió escribir un libro de poemas a los pies del Sagrario?

Por necesidad, sin más. Por estar juntos. Él conmigo y yo con Él.

¿Por qué debemos hacer que todo calle en nuestras vidas?

Dice Santa Isabel de la Trinidad de cuyas palabras ha surgido el título del poemario: «Hagamos que todo calle para escucharle a Él». Ahí está resumido todo. Nos lo pide el Padre: «Este es mi hijo amado, escuchadlo».

Si lo hacemos descubriremos que nos llama con insistencia, misteriosamente escondido, desde lo más profundo del corazón y que debemos ir hacia ahí, hacia Él, con alegría y asombro. Bajando hacia dentro comenzaremos a oír su Voz, cada vez más cercana, empezaremos a conocerla. Entonces, el deseo que tiene de nosotros nos arrastrará con fuerza más adentro. Si nos dejamos nos irá uniendo a Él cada vez más íntimamente y gozaremos de su sencilla Bondad. Esto es Vivir.

Es necesario hacer que todo calle para escucharlo. Es necesario escucharlo para Vivir. «Y los que hayan oído vivirán» (Juan 5, 25).

¿Por qué los ruidos interiores nos impiden como a Marta, a diferencia de María, escoger la mejor parte?

El amor propio, fuente de todo pecado, llena de ruido el alma. Nos cierra, nos encierra, nos inquieta, nos lleva fuera, lejos de la mejor parte: estar con Él, dejándonos mirar, escuchándolo.

Además, no solo es que nos aleje de estar con Él, sino que con nuestro amor propio haciendo tanto ruido —como ese niño mimado y caprichoso que necesita constante atención— no escuchamos al Señor que nos habla en voz baja, en el silencio humilde.

Por eso San José y Nuestra Madre María, especialmente,son los que han escogido la mejor parte: vivir con Él en humildad; con esa sonrisa de asombro de unos padres que contemplan la debilidad de Dios hecho niño por Amor, su hermosura incomparable, el saberse mirados por sus ojos. San José y María han sido heridos por su Amor en el silencio humilde. Nuestra Madre, además, ha escogido permanecer con Él en el momento más difícil, de pie junto a la Cruz. Contemplándolo, escuchándolo. Se ha dejado traspasar al rajar el Corazón de su pequeño y hubo silencio y noche.

Aprendamos de San José y María a vivir con Él, vivir en esta intimidad sin brillo, con hambre de silencio, humildes en Él. Vivir solo para Él.

La contracubierta del libro no lleva la sinopsis habitual sino solamente el versículo de un Salmo: «El Señor nos dará lluvia y nuestra tierra dará su fruto». ¿A qué se refiere?

El Señor nos regala con este verso contemplar la maravilla de lo pequeño, ese grano de trigo que muere y se abre para acoger la lluvia fecunda. Ese grano pequeño no se defiende de la lluvia, se deja empapar, se deja transformar y vive. Este verso del Salmo habla de Cristo que se deja, se entrega, porque el Amor verdadero exige sacrificio, despojarse de sí mismo. Nos dice, si queremos escucharle, que aprendamos de Él —manso y humilde de corazón— a morir a nosotros mismos para dar mucho fruto.

El Señor nos regala también en este Salmo otro verso precioso que dice: «Voy a escuchar lo que dice el Señor». ¿Y qué nos dice? Responde el bueno de San Juan de la Cruz: «Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y este habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma» ¿No es impresionante? El Señor hablando en versos y un pequeño hijo suyo, poeta que sabe de su Amor callado, el bueno de fray Juan, enseñándonos.

¿Por qué el Señor debe ser nuestra delicia y lo único que nos sacie realmente?

Somos tan pobres y necesitados. ¡Tenemos necesidad de todo! Por eso nuestra delicia es la Eucaristía porque es lo único que colma el anhelo total de nuestro corazón. Él es todo, nuestra fuerza, nuestra hermosura, el precio del universo, la Vida ¡TODO!

Nos ama tanto que en la Eucaristía se nos da entero, Cristo entero, para saciarnos. Nos hace participar íntimamente de Él, de su vivir tan apasionadamente. El momento de comulgar —siempre debidamente confesados sacramentalmente— es el momento del silencio, de la intimidad más íntima, de la unión más estrecha, del Amor verdadero que habla sin ruido de palabras. Esta es nuestra vida, todo Él, entero, la Eucaristía.

¿Qué debemos hacer para poder tener ese silencio y esa intimidad con el Señor?

¿Cómo debemos vivir? Vivir con Él. «Permaneced en mi Amor». Este es el camino íntimo tan sencillo. El de San José y María, el camino de la humildad, de la adoración, silencio y trabajo siendo fieles, especialmente en las cosas pequeñas.

Pidámosle con hambre, humildad e insistencia que nos regale vivir con Él en intimidad. Amémosle de verdad. Hagámoslo de la mano de San José y María.

Ciertamente si no estamos acostumbrados a rezar en silencio no es fácil conseguirlo, pero ¿Por qué merece la pena este esfuerzo en hallar el tesoro escondido?

Porque de ese tesoro escondido hablaban los profetas: «Nunca más tendrás necesidad del sol para alumbrarte ni de la luna para iluminarte, porque el Señor tu Dios será tu luz para siempre» (Isaías 60,19). Viviendo unidos a Él, juntos, Él proyecta una luz deslumbrante sobre nuestra vida ordinaria, nos guía por los caminos de nuestra historia, nos mueve, nos alienta para que caminemos juntos, humildemente. «Yo soy la luz del mundo, el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Juan 8, 12). Con Él siempre amanece.

¿Se podría decir que es un libro para leerlo en silencio, en la misma fuente donde brotó, a los pies del sagrario?

No hay mejor lugar. Ahí se oye el amar de Dios, su Sed, su Corazón roto, necesitado de consuelo… porque no encuentra a nadie.

¿Qué cosecha espiritual espera de esta siembra en las almas?

Estos versos son una invitación a vivir como decía Santa Isabel de la Trinidad «hambrientos de silencio» y una petición al Señor de que prenda su deseo de intimidad en las almas.

Por Javier Navascués

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