Julien Langella: “El cielo no es una deuda, es la recompensa para quienes la vida es un combate”

Julien Langella vicepresidente de Academia Christiana dará conferencias en Madrid y Barcelona, una iniciativa de Luz de Trento

En Madrid el lunes 23 en Espacio Ardemans a las 19:00 y en Barcelona el miércoles 25 en la parroquia de San Jordi a las 21:00. El martes estará en el club Empel.

Julien Langella (1987) es un padre de familia francés, escritor, conferenciante y activista desde los 18 años (en Action Française y luego en Jeunesses Identitaires), cofundador de Génération Identitaire en 2011 y vicepresidente de la asociación Academia Christiana, a la que se unió en 2013. Esta entidad es un muy activo e influyente instituto de formación política devenido en movimiento de jóvenes católicos implicados en la vida pública de su patria y que empieza a encontrar amigos e imitadores en otros países europeos.

¿Cómo nace Academia Christiana y con qué objetivo?

Academia Christiana nació en 2013 con la intención de ofrecer una formación filosófica a jóvenes católicos, y a todos los franceses de buena voluntad, incluso no-católicos, con el fin de aclarar su criterio en la acción al servicio de la Ciudad.

Muy rápidamente, tuvimos la intuición de que no hacía falta solamente consolidar los espíritus, sino también formar caracteres, corazones. Estamos muriendo bajo el peso de una cantidad innumerable de cobardías, ésa es la raíz de nuestros males, y ahí es donde tenemos que golpear: en el «hombre viejo» de la Biblia, el cobarde replegado en sus apetitos materialistas y en su miedo al qué dirán.

El cielo no es una deuda, es la recompensa de aquellos para quienes la vida en la tierra es un combate. Esto es lo que enseñamos a los jóvenes de buena voluntad que asisten a nuestros cursos, a través de deportes de combate, talleres de danza tradicional, proyectos de equipo a concretizar durante el año después de cada universidad de verano, etc.

¿Qué logros han conseguido hasta la fecha en aras a buscar la reconquista espiritual de Francia?

300 jóvenes acuden cada verano a nuestra universidad, 500 a nuestras puertas abiertas, se ha lanzado una segunda edición en Provenza, así como un ciclo de formación mensual en toda Francia (seminarios de historia, política, filosofía, etc.) y actividades comunitarias como el Oktoberfest.

Nuestra primera victoria, a nivel natural, es ser la primera organización de formación de la juventud católica en nuestro país y haber conseguido sostenerla con una red de amigos muy estrecha.

A nivel sobrenatural, logramos algo esencial en el sentido de que un gran número de jóvenes franceses, asqueados por el inmigracionismo del papa Francisco o la falta de carácter de ciertos clérigos, han llegado, sin embargo, a Cristo a través de nosotros.

¿Por qué? Es sencillo: por la amistad y la sencillez. Un no católico puede venir a Academia Christiana sin sentirse «invadido» por discusiones religiosas, será acogido como un hermano, a imagen de la Regla de San Benito (capítulo 53): «Todos los huéspedes que vengan serán recibidos como Cristo, pues él mismo dirá: Yo fui tu huésped, y tú me recibiste; y a todos se les mostrará el debido respeto, especialmente a los cercanos en la fe y a los peregrinos».

Entonces, a través del sudor derramado juntos en las clases de deporte, los torneos de futbolín («baby-foot» entre los anglosajones… ¡Entre nosotros anglicismos no!), a través de los cánticos que entonamos bajo la luz de la luna y de nuestra asistencia a la misa matutina, a pesar de las veladas hasta altas horas de la noche, formamos un solo cuerpo.

¿Cómo a través del patriotismo, el bien común y la reivindicación de lo propio se puede hacer en la práctica frente al globalismo de «los poderes del dinero y el desorden materialista»?

«Nadie puede servir a dos señores (…) a Dios o a Mammón», nos enseña Cristo. Amar a Dios y a la patria son una misma cosa: en ambos sentidos, somos herederos que tenemos el sagrado deber de conservar un legado, enriquecerlo a nuestra vez y transmitirlo a nuestros hijos. Lo hemos recibido todo de nuestros predecesores: el aliento de la vida, la seguridad física, el sustento material, la fe, las tradiciones, el sentido de lo Bello, lo Bueno y lo Verdadero, la naturaleza que es un canto constante de alabanza al Señor, las artes manuales y la cultura del gesto noble…

¿Podemos devolver todo esto? No. Para con el Todopoderoso y la patria, esa «unidad de destino en lo universal» como decía José Antonio, somos deudores insolventes: nunca podremos, con nuestras ridículas fuerzas, las de un individuo nacido del polvo y que volverá al polvo, pagar la factura de esa herencia material e inmaterial. Los enanos encaramados a hombros de gigantes no pueden devolver a los gigantes la fuerza que han puesto al servicio de los más pequeños.

Así que podemos dar, dar y dar de nuevo. En otras palabras, honrar. Es un deber de piedad filial: a Dios, a nuestra familia, a nuestra patria… «Al igual que debemos adorar a Dios», afirma Santo Tomás, «también debemos, de forma secundaria, rendir culto a nuestro país y a nuestros conciudadanos».

Armados con esta convicción nos oponemos a este mundo donde todo se compra y se vende (desde la reputación de un hombre hasta el vientre de una mujer), donde todo se liquida (las industrias nacionales, el patrimonio, el deporte, los medios de comunicación…) en beneficio de los tiburones que vagan por el mundo sin fronteras del capitalismo liberal. Sin un retorno a lo sagrado, la oposición al materialismo es inútil. En efecto, la palabra «sagrado» viene del latín sacer: «lo que no se puede tocar sin ser mancillado».

La primera resolución de una autoridad política de espíritu sano es demarcar el espacio inaccesible a la codicia humana, dibujar el contorno del santuario simbólico de las cosas inaccesibles a los apetitos de los poderes del dinero: los niños no nacidos, las tierras vitícolas, los sectores industriales estratégicos, los servicios públicos esenciales, etc. Sobre la base de lo sagrado, levantaremos los tabiques estancos tras los que podremos rezar, luchar y trabajar.

Yo añadiría: cuidado con la idea de que una buena medida «técnica» basta para resolver los problemas de fondo que afectan a nuestra civilización.

El espíritu de Mammón, del cálculo egoísta y del lucro, no puede combatirse sólo con artilugios legislativos, sino con un completo vuelco espiritual. El materialismo es inherente a una concepción tecnocrática que impregna tanto parte del sector privado como el de la Administración: analizarlo todo en términos de cifras y curvas, responder a todo en forma de protocolos. Cuando tu cabeza tiene forma de martillo, lo ves todo en términos de clavos. Y entonces es la muerte bajo la mirada de la ley ciega y omnisciente.

Lo vimos durante la crisis del Catarro-19: sacrificamos lo que es la esencia de la vida (las relaciones familiares intergeneracionales, la sociabilidad de barrio, los pequeños negocios, el acceso a la naturaleza…) en nombre de una idolatría de la vida puramente «física». Lo vemos de nuevo con la prohibición de las corridas de toros en Cataluña: en nombre de elevar la vida física de un animal al mismo nivel de dignidad que la de un ser humano, se quiere prohibir un arte que canta a la lucha y a la abnegación, como antaño la caballería.

¿Qué es lo más fértil? ¿Una falsa vacuna que mata a más gente sana que el «Covid» o la espada del torero, que, al acabar con la bestia, simboliza la sumisión de nuestros instintos primarios a la recta razón del hombre, imagen de Dios creador y ordenador del mundo? Los jesuitas, dominicos y cartujos que, en sus granjas, crearon la raza de toro bravo destinada a la tauromaquia, han hecho más por la humanidad que Marie Curie o Louis Pasteur.

¿Qué es el asimilacionismo y cuáles son sus principales contradicciones?

Se trata de la idea, bastante extendida en una derecha que no ha superado cierto paternalismo hacia los inmigrantes, de que basta con tender una mano firme a los extranjeros, inspirándoles al mismo tiempo una religión de la nación («el amor a la patria es un plebiscito cotidiano», escribió Renan), para convertirlos con el tiempo en buenos franceses.

Esta posición ha sufrido un duro revés desde la publicación de mi libro en 2017. Creo que desde la derecha identitaria hemos contribuido a matar esta idea, de origen rousseauniano, republicano, que ha pasado a la derecha por un malentendido. El conservador, siempre una guerra por detrás, se limita a reciclar ideas caducas de la izquierda. Improvisa un software intelectual basado en el «orden» y el «patriotismo» a partir de los harapos de los progresistas abandonados en el campo de batalla, sin comprender que un orden injusto no es más que un desorden tiránico (como decía Santo Tomás, las leyes no concebidas para el bien común no deben obedecerse) y que el verdadero patriotismo, arraigado en el amor al pueblo y a la tierra, es incompatible con el proyecto totalitario de «hacer franceses» del mismo modo que en el siglo XIX se pretendió «hacer ciudadanos ilustrados» con los faros cegadores de la Modernidad.

El asimilacionista, porque es un romántico fascinado por la imagen del juramento militar y atento a la palabra dada, cree, como los revolucionarios de 1789, que la pertenencia nacional puede ser un contrato entre un nativo y un inmigrante que desea convertirse en francés. Manifiesta así una visión contractualista de la patria.

Pero una identidad se hereda más que se gana. Al margen, puede haber personas de fuera de Europa de buena voluntad que se asimilen a una cultura nacional distinta de la suya, pero invocar este ejemplo para esperar evitar la fractura étnica, ya presente desde hace mucho tiempo, es el sello de un razonamiento individualista y estéril. No se hace política con excepciones, experiencias personales subjetivas o ilusiones. La política se hace con lo real. Y lo real no miente: ninguna sociedad multicultural (la España árabe, el Líbano, la Tierra Santa desgarrada por el conflicto israelo-palestino, etc.) ha conocido jamás la paz.

Por otra parte, no debemos olvidar que el Gran reemplazo sólo fue posible gracias a la Gran supresión: la destrucción de nuestra identidad cultural y de nuestros anticuerpos espirituales. Ningún imperio se derrumba bajo los golpes del mundo exterior sin haber sucumbido ya su interior. Ahora bien, el orden en la caridad que Dios nos pide en el cuarto mandamiento («Honra a tu padre y a tu madre», es decir, en primer lugar, a nuestro prójimo en el sentido de la familia y de la sangre) nos obliga a dirigir nuestros esfuerzos con prioridad hacia nuestros hermanos europeos amnésicos de la religión etnomasoquista del mundialismo.

Aunque quisiéramos «asimilar» a los extranjeros, éstos no podrían asimilarse a la nada. Nuestra prioridad debe ser, pues, reconstruir un pueblo, como lo entendía el poeta provenzal Frédéric Mistral: «levantar, reavivar el sentimiento de raza que veo aniquilarse bajo la educación falsa y antinatural de todas las escuelas», mediante la búsqueda de la excelencia en la comunidad.

¿Qué relación tienen «la estandarización consumista, la islamización, el gran reemplazo y la libertad de expresión reducida a insultos anticristianos»?

Estos elementos que cita son los diversos aspectos de una guerra total declarada a la humanidad enraizada por una élite que vomita el mundo de antaño, aquel donde un apretón de manos con una mirada recta valía más que un contrato.

El Gran reemplazo es un proceso global de sustitución étnica, espiritual, moral y, mañana, a través del transhumanismo, física.

Además, este último acto del teatro prometeico ya ha comenzado: el transhumanismo se imagina como un movimiento de cyborgs que marchan hacia las capitales de las grandes naciones para sustituir a los humanos por robots. Es el error de un europeo americanizado que ha dejado en manos de Hollywood la narración de sus temores para exorcizarlos y evitar que se conviertan en revuelta. Esta es la función del cine americano: «representar» el mal en la gran pantalla para cortocircuitar nuestras legítimas angustias mediante un distanciamiento eficaz porque entretiene. Ahora que el mal se ha convertido en un personaje de la industria del entretenimiento, tiene un rostro y un nombre dados por Netflix, y ya no por la Biblia. El mal es Donald Trump, no Lucifer, que tiene una serie a su gloria en la famosa plataforma. La americanización nos ha llevado de un cierto puritanismo protestante a otro –woke– pero que, en el fondo, forma parte de la misma dinámica milenarista (llamada así por la herejía medieval que quería crear el paraíso en la Tierra): el eje del bien arcoíris frente al eje del mal «oscurantista».

El transhumanismo no es Terminator. El transhumanismo no quiere reemplazar a la humanidad, quiere corromperla. La comida basura rellena de pesticidas y azúcar que nos convierte en obesos es transhumanismo. La televisión y las pantallas que nos vuelven estúpidos son transhumanismo. La educación sexual en la escuela, donde se enseña a los niños a masturbarse, es transhumanismo. Nuestra dependencia de las vacunas y la disminución de nuestras defensas inmunitarias es transhumanismo. El transhumanismo no empieza en Silicon Valley, sino en nuestros platos, en nuestros historiales médicos, en la escuela, en los anuncios de las paredes…

El Gran reemplazo es transhumanismo: la voluntad de minar las defensas inmunitarias de un pueblo (homogeneidad identitaria, respeto de lo sagrado, búsqueda de la verdad, gusto por el esfuerzo) en favor de una huida hacia delante hacia un «Progreso» fantaseado, deseado ante todo por quienes se benefician de él y sueñan con una nueva era del hombre sin límites. Este sueño es tan antiguo como la Torre de Babel; ya lo soñaban sus constructores. Dios les castigará, nosotros somos su mano derecha.

¿Qué supuso para usted publicar el libro Católicos e identitarios y qué repercusión ha tenido?

Es la culminación de un largo periodo de trabajo personal y, espero, un cierto alivio entre la generación más joven: «¡Ah! ¡Por fin un libro que responde a mi tira y afloja entre mis convicciones y mi fe!» Soy un militante que escribe para militantes, simpatizantes y jóvenes perdidos, confundidos por el relativismo y la cretinización generalizada. También espero, porque siento un profundo amor por la enseñanza y por reunir a personas de buena voluntad sea cual sea su condición, haber llegado a un público más amplio de personas que reflexionan sobre el destino de nuestro continente.

Este libro ha desempeñado un papel importante en el desarrollo de Academia Christiana. Por una parte, ha puesto a nuestra organización en el candelero porque hemos roto deliberadamente un tabú y liberado el pensamiento al juntar las palabras «católicos» e «identitarios». En segundo lugar, porque ofrecimos un estandarte a quienes estaban dispuestos a arremangarse y levantar la cabeza frente a los aleccionadores profesionales.

¿Qué supone presentarlo en España, invitado por Luz de Trento?

Un honor. Conozco mal vuestra lengua, que estoy aprendiendo desde hace poco, pero me gusta mucho la historia y la cultura ibéricas. Sé que Europa fue salvada en Covadonga, en las Navas de Tolosa y en Lepanto por don Juan. Recuerdo que el cristianismo se extendió por el Nuevo Mundo siguiendo la estela de Cortés, arquetipo del héroe polifacético, pero también que la Iglesia se revitalizó con el Concilio de Trento, obra de cardenales españoles. Mi Provenza natal fue gobernada por príncipes catalanes que la convirtieron en un Estado seguro, el apóstol Santiago es el patrón de Academia Christiana y la última cruzada, en 1936, se lanzó en España: ¿cómo puede un católico francés ignorar todo eso?

La caída de Europa se debió a la división de las potencias católicas; su recuperación dependerá del fortalecimiento de nuestros lazos. Por encima de los Pirineos, que los hijos de Pelayo y Roldán se den la mano. ¡Adelante!

Por Javier Navascués

4 comentarios

  
Álvaro Robustementia
Muy buena impresión este señor a quien no conocía. Una pena no poder acudir a esos encuentros al ser de Bilbao. Necesitamos defensores sin tapujos de nuestra Fe, de nuestra patria y de nuestro derecho.
22/10/23 9:28 AM
  
Masivo
"Mi Provenza natal fue gobernada por príncipes catalanes"

En efecto, hasta que "los barones del Norte" mataron al rey de Aragón en la batalla de Muret.
22/10/23 3:31 PM
  
Faramir
Este es el tipo de jóvenes que hacen falta para la salvación de las naciones europeas.

Sorprende que alguien de 35 años diga cosas tan sensatas y verdaderas.

"ahí es donde tenemos que golpear: en el «hombre viejo» de la Biblia, el cobarde replegado en sus apetitos materialistas y en su miedo al qué dirán"

"El espíritu de Mammón, del cálculo egoísta y del lucro, no puede combatirse sólo con artilugios legislativos, sino con un completo vuelco espiritual"

"El transhumanismo no es Terminator. El transhumanismo no quiere reemplazar a la humanidad, quiere corromperla. (...) El Gran reemplazo es transhumanismo"
22/10/23 9:01 PM
  
servicios vozip
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