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22.01.24

José Francisco Serrano Oceja: “Vivimos un proceso de secularización intensiva”

José Francisco Serrano Oceja es catedrático de Periodismo en la Universidad San Pablo CEU, en la que ha sido decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación de la Universidad CEU San Pablo durante nueve cursos. Colaborador de la Cadena COPE, columnista del “ABC”, “ABC Cultural”, Religión Confidencial y contertulio de El Cascabel, de Trece TV. Es miembro de la Junta Directiva de la Asociación de la Prensa de Madrid. Responsable del Archivo y la Biblioteca de la APM y director de la única revista sobre la profesión periodística en España, “Cuadernos de Periodistas”. Casado con una mujer que es una santa, tiene tres hijos.

¿Cuándo comenzó a su juicio el proceso de descristianización de España y qué etapas ha tenido?

El proceso de descristianización es una consecuencia, pero no la única, del proceso de secularización. La secularización ha traído descristianización, pero no sólo. Ha traído también pluralismo de cosmovisiones, de concepciones de la vida, de sentido.

Los procesos de secularización intensiva de la sociedad española se han producido en oleadas, según la sociología de la religión. El primero se desarrolla en el siglo XIX y en el XX hasta la Guerra Civil. Con la modernización y la inclusión de las nuevas ideas políticas –ruptura con el Antiguo Régimen- la homogeneidad religiosa cambia de contenido y densidad. Se produce una primera tensión entre formas católicas y no católicas que irá de la mano de las vicisitudes históricas. En ese extenso período hay momentos de especial intensificación de ese proceso de secularización. Uno de ellos, previo a la Guerra Civil, será el de la II República.

La segunda oleada se dará en el período del denominado desarrollismo español (1957), la sociedad se abrió a nuevas formas de conciencia y se introdujo el consumo de masas, que fue generalizándose y que tuvo fuertes consecuencias en el ámbito religioso. La práctica religiosa comenzó a decrecer en el modelo macro y personal, el credo católico perdió nitidez con la dinámica desarrollada por la problemática recepción del Concilio en España. No es una fase de predominante anticlericalismo, factor presente en la anterior, sino de generación de nuevas actitudes vitales mezcladas por una dinámica de introducción de nuevos intereses ligados a la sociedad del bienestar. Se hablaría más bien de un desinterés de la religión que compite con otras ofertas de sentido, o con formas de ninguna oferta de sentido, y que agudiza la pérdida de relación personal con la institución eclesial y se modifican los parámetros de presencia pública de la Iglesia.

La tercera ola intensiva, que abarca de finales del siglo XX a nuestro momento, sigue incidiendo en el proceso de secularización en ambos ámbitos, el de la creencia y el de las raíces culturales. Son varias las causas que han agudizado este proceso, entre otras las políticas educativas, sociales, que han incidido en la cosmovisión personal, en lo que se denomina políticas de carácter antropológico. También se ha producido un cambio y una ruptura de formas de vida generacional y una polarización política que fragmenta y confronta cosmovisiones. Se conspira que un momento relevante de este cambio se produce a partir de 2004-2005, que coincide con la subida al poder en el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, ahora intensificado.

¿Por qué para entenderlo hay que verlo como parte de un proceso de ingeniería social anticristiana a nivel mundial?

Las ideas tienen sus consecuencias. Esto forma parte de un proceso que nace con la modernidad y que se acelera con lo que entendemos como postmodernidad bajo el mecanismo de la aceleración histórica, del que, por cierto, habló el Concilio Vaticano II. La ingeniería social es consecuencia de la convergencia de varios procesos. El primero una globalización potenciada por las nuevas tecnologías.

La evolución de la autonomía del hombre en la dinámica de superar los límites que están en su propia naturaleza. Por otro lugar tenemos que tener en cuenta que el Estado, que nació históricamente envidioso de la Iglesia, se ha configurado en nuestro tiempo como un Estado globalista obsesionado por el biopoder, que es la fusión entre políticas antropológicas volcadas en la utopía del hombre nuevo, de la humanidad nueva, y el desarrollo de las tecnologías que prometen futuros idílicos, pero claro, sólo para los ricos, no para todos, no para los pobres.

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