(InfoCatólica) La congregación de los redentoristas transalpinos (oficialmente, la Congregación de los Hijos del Santísimo Redentor) es una comunidad religiosa tradicionalista fundada en 1988 por el P. Miguel María Sim, con las bendiciones de Mons. Lefebvre y como grupo afiliado a la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X. Esta fundación se produjo un mes después de las ordenaciones episcopales cismáticas realizadas por Monseñor Lefevbre y de su excomunión, de modo que la nueva congregación fue creada al margen de cualquier estructura canónica y así permaneció durante dos décadas.
Tras un breve traslado a Francia, compraron la isla de Papa Stronsay en 1999 y construyeron allí un monasterio. Esta pequeña isla, perteneciente al archipiélago de las Órcadas (Orkney), al norte de Escocia, es azotada por fortísimos vientos y tormentas, sólo es accesible en un trayecto de dos horas en ferry y está desierta excepto por el monasterio redentorista. Los religiosos recuperaron así un lugar tradicionalmente católico, que albergó desde el siglo VIII un monasterio celta. A pesar de las dificultades, prosperaron e incluso fundaron otro monasterio al otro lado del mundo, en Christchurch, Nueva Zelanda.
En 2008 los redentoristas transalpinos pidieron al Papa volver a la comunión con la Iglesia, como respuesta a la promulgación del Motu Proprio Summorum Pontificum, por el que Benedicto XVI permitía la celebración sin trabas, en toda la Iglesia, de la liturgia tradicional latina anterior a la reforma del Concilio Vaticano II. Para este grupo de redentoristas, el hecho de que la recuperación de la liturgia antigua se expresara en forma de acto personal del Papa fue especialmente significativo.
Su vuelta a la comunión católica se consideró un éxito del deseo de Benedicto XVI de que coexistieran la liturgia antigua y la nueva. Por otro lado, su decisión de volver a la comunión con la Sede de Pedro les acarreó fortísimas críticas desde el mundo lefebvriano, que en general consideró su reconciliación con la Iglesia como una traición a la postura de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X.
Tras la abdicación de Benedicto XVI, sin embargo, los vientos cambiaron en la Iglesia. Durante el pontificado del Papa Francisco, los Redentoristas Transalpinos, como otros muchos grupos, observaron con consternación lo que consideraban abusos, desviaciones y verdaderas herejías no solo toleradas, sino promovidas por las más altas instancias de la Iglesia. A eso se sumó que el clima eclesial fue haciéndose cada vez más contrario a los grupos tradicionalistas, especialmente desde la publicación del motu proprio Traditionis Custodes, que restringía drásticamente la posibilidad de celebrar la liturgia antigua. El obispo neozelandés de Christchurch, Mons. Gielen, les retiró el permiso para ejercer su ministerio en la diócesis y las relaciones con el obispo de Aberdeen, en cuya diócesis está la casa madre, se enfriaron mucho.
Los redentoristas se esforzaron en aguantar y mantener su fidelidad a la Iglesia, por la que tanto habían sufrido, esperando que un futuro papa corrigiera los errores que, en su opinión, estaban introduciéndose en el catolicismo. Las muestras públicas que ha dado el Papa León XIV de querer mantener las líneas fundamentales del Papa Francisco han sido la gota que colma el vaso para ellos.
En efecto, el pasado 3 de octubre, día de San Gerardo de Mayela, un santo redentorista, «con un corazón desolado y gran tristeza», escribieron una carta abierta para denunciar públicamente las desviaciones que creían encontrar en la Iglesia. «Algo está tremendamente mal en la Iglesia», señalaban. Asimismo, afirmaban que lo que les movía era el «gran amor por nuestra santa Madre, la Iglesia Católica y Esposa de Jesucristo, por quien los mártires derramaron su sangre y los santos dieron su vida».
En concreto, rechazaban en la carta varios documentos del Papa Francisco: Amoris Laetitia («que permite la comunión de parejas que viven en pecado»), Traditionis Custodes (por su «persecución de la Misa y de los católicos»), Fiducia Supplicans («que permite la bendición de parejas del mismo sexo») y el Documento sobre la Fraternidad Humana («en el que se afirma que Dios quiere todas las religiones»). También citan otros numerosos problemas, como la presencia de un «ídolo de la Pachamama en San Pedro» y la petición de perdón por el Papa Francisco cuando alguien echó el ídolo al Tíber, el «indiferentismo religiosos» en la Iglesia, el cierre de las iglesias durante la pandemia de Covid-19, los abusos de niños y las «catequesis malvadas», la sinodalidad, el «silencio de los obispos» que no corregían las desviaciones y, en general «la destrucción y humillación de nuestra santa Madre Iglesia». Ante todo ello respondían: «¡Anatema!».
La carta contenía también algunas afirmaciones desgarradoras, que reflejaban las razones subjetivas que había detrás de la toma de posición de los Redentoristas Transalpinos: «nosotros también albergamos grandes esperanzas durante años. Creíamos que era posible vivir como leales hijos de la Tradición dentro de las estructuras de la Iglesia de hoy. Creíamos que las antiguas y preciosas tradiciones de nuestra fe, en particular la Misa en latín de todos los tiempos, a la que teníamos derecho. se nos devolvería Esto nos dio esperanza, especialmente durante el pontificado de Bendicto XVI. Esperábamos con confianza que podríamos practicar libremente la fe de nuestros padres en la Iglesia. ¡No sabíamos lo equivocados que estábamos!».
En particular, alegaban que el obispo de Christchurch, les había tratado como «la escoria o la basura de la tierra». La apelación de los religiosos a Roma no había tenido ningún efecto y se encuentran actualmente en una especie de limbo extraeclesial en Nueva Zelanda. Por otro lado, el obispo de Aberdeen (Escocia), donde está la casa madre, ha publicado una declaración en respuesta a la carta de los redentoristas afirmando que «la diócesis lamenta profundamente el todo, la dirección y los contenidos calve de esta carta», que seguía abierta al diálogo, pero que había tomado medidas para que los que quisieran acudir a la liturgia antigua lo hicieran en otro lugar.
Conviene tener en cuenta que todo esto podría constituir una señal para los grupos tradicionalistas de que no son queridos en la Iglesia, destruyendo así la paciente labor de Benedicto XVI en sentido contrario. Si un grupo que había vuelto a la comunión de la Iglesia ya no considera posible seguir en su interior, ¿qué esperanza hay de que vuelvan los grupos como la Fraternidad de San Pío X, que se han mantenido fuera de esa comunión? Los propios redentoristas transalpinos han llegado a la convicción de que «la fe católica tradicional, la fe de siempre y de los santos, es incompatible con la nueva y moderna Iglesia, fruto del Concilio Vaticano II. Simplemente, no pueden coexistir en un solo cuerpo».
El Papa León XIV ha declarado en numerosas ocasiones que la unidad de la Iglesia es su prioridad. Quizá por ello, se ha esforzado en mantener las líneas esbozadas por su predecesor y no ha respondido a la preocupación de quienes consideran que pueden encontrarse afirmaciones contrarias a la fe en algunos de sus documentos o de que su enfoque de la cuestión litúrgica era contraproducente. Al margen de otras consideraciones, el caso de los redentoristas muestra sin lugar a dudas que contentar a todo el mundo es un empeño imposible y que una unidad que no sea unidad en la fe está necesariamente abocada al fracaso.







