(InfoCatólica) Un hombre protagonizó el pasado viernes un acto de profanación al orinar sobre el Altar de la Confesión de la basílica de San Pedro, en el Vaticano. El suceso tuvo lugar ante numerosos visitantes presentes en el templo en ese momento.
Según relata el siempre bien informado sitio Silere non possum, el papa León XIV ha ordenado un rito penitencial inmediato en la basílica de San Pedro.
Es el tercer episodio de este tipo que se produce bajo la regencia de la basílica por parte del cardenal Mauro Gambetti, arcipreste de San Pedro y vicario general del Papa para la Ciudad del Vaticano.
Es la tercera vez en poco tiempo:
- El 1 de junio de 2023, un hombre de treinta años, desnudo y con la inscripción «Save children of Ukraina» en la espalda, se subió al altar mayor. También entonces las imágenes dieron la vuelta al mundo, provocando consternación e indignación. El 3 de junio siguiente, el arcipreste presidió un rito penitencial con los canónigos para reparar la afrenta, tal y como prevé el Cerimoniale Episcoporum.
- El 7 de febrero de 2025, otro hombre, de origen rumano, superó sin obstáculos los cordones de seguridad, volcó seis candelabros y dañó gravemente el altar. Nadie intervino a tiempo y, en ese caso, ni siquiera se celebró ningún rito de reparación.
Este tercer episodio del 10 de octubre de 2025 ha supuesto la gota que rebosa y el hartazgo antes las medidas de seguridad se está mostrando más patentemente.
La intervención de León XIV
Según Silere non possum,, el Santo Padre León XIV, tras conocer la noticia ha hablado en las últimas horas con el cardenal Mauro Gambetti, expresándole su preocupación. El Pontífice ha pedido que se celebre lo antes posible un rito penitencial y de reparación, tal y como prevé el derecho litúrgico, «para devolver la santidad al lugar y pedir perdón a Dios por la ofensa cometida».
El rito podría haberse celebrado ya el sábado 11 de octubre de 2025, pero el cardenal Mauro Gambetti decidió no proceder, sin que esté claro por qué motivo. Solo después de la intervención del papa León XIV, que pidió con firmeza que la reparación se llevara a cabo sin más demora, se empezó a pensar en la celebración. Sin embargo, dado que el Ceremonial de los Obispos establece que dicho rito debe tener lugar en un día laborable, el Pontífice dispuso que se llevara a cabo lo antes posible, en el primer día laborable disponible, de conformidad con las normas litúrgicas.
La norma litúrgica: cuando se profana una iglesia
El Ceremonial de los Obispos, en el n.º 1070, es explícito: «Una iglesia es profanada si en ella se cometen actos gravemente injuriosos que escandalizan a los fieles y que, a juicio del ordinario del lugar, son tan graves y contrarios a la santidad del lugar que ya no es lícito ejercer en ella el culto hasta que la injuria sea reparada con un rito penitencial».
El texto explica que una iglesia gravemente profanada no puede ser utilizada para el culto hasta que se celebre un rito de reconciliación, acto solemne que corresponde al obispo diocesano o, en el caso de la Basílica Vaticana, a su arcipreste como vicario del Papa.
El rito penitencial de reparación
El rito de reparación de una iglesia profanada, tal y como se describe en el Ceremonial de los Obispos, representa una de las formas más solemnes de súplica pública en la liturgia católica. Cuando en una iglesia se producen acciones «gravemente injuriosas» --como ofensas a los misterios sagrados, gestos blasfemos o actos contra la dignidad humana--, el lugar pierde su idoneidad para el culto hasta que se reconcilia con un rito penitencial.
El Ceremonial establece que sea el obispo diocesano quien presida la celebración, para expresar la participación de toda la Iglesia local en el dolor y la reparación. El rito, normalmente unido a la celebración eucarística, comienza con una procesión penitencial desde la iglesia más cercana o desde un lugar adecuado hacia la iglesia profanada. Una vez dentro, el obispo asperge con agua bendita el altar y las paredes, símbolo de la purificación. A continuación, se celebra la liturgia de la Palabra, con lecturas que evocan la conversión y el perdón, y la celebración eucarística, en la que el altar es consagrado de nuevo a la presencia real del Señor.
El rito ofrece una pluralidad de oportunidades pastorales: la posibilidad de involucrar a toda la comunidad diocesana, de unir la reparación litúrgica a la conversión personal de los fieles mediante la predicación y la confesión, y de reconstruir la comunión eclesial herida por el pecado. De este modo, el rito no es solo un acto jurídico o formal, sino que se convierte en un gesto eclesial de purificación, penitencia y renacimiento, en el que la comunidad reconoce su fragilidad y renueva la fe en el misterio de Cristo que «renueva todas las cosas».







