(InfoCatólica) En su intervención, enmarcada en el curso anual de formación episcopal, destacó tanto los riesgos de las falsas concepciones como las posibilidades de una auténtica práctica sinodal, llamada a enriquecer la vida de la Iglesia y el ministerio ordenado.
El cardenal comenzó recordando la clara orientación del papa León XIV en continuidad con el magisterio de su predecesor, Francisco. Citó palabras recientes del pontífice: «La sinodalidad debe convertirse en mentalidad, en el corazón, en los procesos de decisión y en los modos de actuar». Fernández explicó que la exhortación Evangelii gaudium había impulsado un camino que hoy se entiende como prioritario: «Se trata de poner a Jesucristo en el centro, en la línea marcada por la Evangelii gaudium».
El prefecto reconoció que, junto al entusiasmo de muchos laicos, existen reservas en diversos sectores eclesiales: «Algunos sacerdotes expresan dudas, desinterés o rechazo frente a la propuesta de la sinodalidad». Por ello consideró necesario diferenciar entre lo que constituye auténtica sinodalidad y lo que son distorsiones del concepto.
Los riesgos de una sinodalidad deformada
Fernández identificó siete formas que, en su opinión, desvirtúan la propuesta. Entre ellas mencionó la llamada «sinodalidad doctrinal», que plantea como un atajo para modificar la enseñanza de la Iglesia:
«A esta forma distorsionada de sinodalidad, que pretende un cambio democrático de la doctrina, debemos decir no».
Se refirió también a la tentación de convertirla en una «democracia elitista», cuando ciertos grupos de laicos intentan imponer sus preferencias; o en un simple «brazo de la jerarquía», cuando se reduce a consultas formales sin incidencia real. Asimismo, señaló el peligro de una «sinodalidad metodológica» que se limita a encuestas y reuniones sin frutos concretos, o de una «sinodalidad como peso inútil», percibida solo como requisito burocrático.
Por último, advirtió sobre el riesgo de una «homogeneización universal», que impondría un único modelo válido para todas las Iglesias locales, lo que, dijo, «congelaría el camino sinodal ignorando las diferencias».
Una sinodalidad auténtica y misionera
Tras esta primera parte, Fernández expuso los fundamentos de una sinodalidad genuina, entendida como participación efectiva de todo el Pueblo de Dios: «Se debe trabajar para que todos se sientan no solo destinatarios, sino parte activa de la Iglesia, donde su voz sea escuchada».
El cardenal destacó que no se trata de un mero método organizativo, sino de un estilo de ser Iglesia: «Es caminar juntos, dar a todos un lugar para que, de diferentes modos, cada uno pueda ofrecer su aporte y expresar su opinión sobre las grandes cuestiones de la Iglesia, escuchándose mutuamente».
Recordando a san Juan Crisóstomo, afirmó: «‘Sínodo’ es el nombre de la Iglesia», y subrayó que esta forma de vivir eclesial debe estar iluminada por el anuncio del kerygma:
«Sin el kerygma, la sinodalidad no será misionera y se convertirá en el refugio de un grupo cerrado en sí mismo».
Enriquecimiento del ministerio ordenado
Fernández puso especial énfasis en cómo la sinodalidad puede fortalecer la vida y misión de los obispos y sacerdotes. Explicó que el ministerio ordenado no se debilita al abrirse a la participación laical, sino que se enriquece:
«El ministro ordenado se beneficia del aporte de comunidades vivas, llenas de dinamismo, de riqueza y de variedad».
Añadió que esta dinámica «se traduce en un ministerio menos solitario e individualista, liberado del peso de tener que hacerlo todo». Según el cardenal, una verdadera vida comunitaria «ofrece mayor estímulo, más alegría y más riqueza, evitando los círculos estrechos que, cuando fallan, dejan al sacerdote a la deriva».
Conversión pastoral y misión hacia los alejados
En la parte final de su discurso, el prefecto subrayó que la auténtica sinodalidad no tiene otro objetivo que la misión: «La sinodalidad, si no es misionera, no realiza su naturaleza, es otra cosa». Por ello invitó a que las estructuras pastorales se orienten hacia quienes están más alejados de la fe:
«Los principales destinatarios son aquellos que no se sienten ya parte de la Iglesia, que han dejado de vivir su fe con alegría».
Recurriendo a las palabras del papa Francisco, recordó que «un pequeño paso, en medio de grandes limitaciones humanas, puede ser más grato a Dios que una vida exteriormente correcta», insistiendo en la necesidad de paciencia y misericordia para acompañar procesos personales.
El prefecto resumió así la perspectiva que quiso transmitir a los nuevos obispos:
«La sinodalidad no debe sentirse como una carga, sino como una gran oportunidad de renovación pastoral».
            
  
 
	 
 
	 
 
	 
 
	 
        
            
            
            
        
 
           
        
        




