(Catholic Herald/InfoCatólica) El observatorio, fundado por León XIII en 1891 y con raíces que se remontan a los estudios astronómicos promovidos por Gregorio XIII, alberga una valiosa colección de meteoritos —incluidos fragmentos procedentes de Marte— y sigue fiel a su misión de tender puentes entre la fe y la ciencia.
Durante la videollamada, el Papa y el astronauta reflexionaron juntos sobre la grandeza del universo leyendo el salmo 8, que habla de la gloria infinita de la creación y de su frágil belleza. Antes de despedirse, el Papa impartió su bendición episcopal a Aldrin, a su familia y a todos los que hicieron posible la misión Apolo 11.
Fue un momento para recordar una hazaña histórica —testimonio de la capacidad y el ingenio humanos— y para meditar sobre el misterio y la inmensidad de la creación.
Presenciaron el acto estudiantes y científicos que participan este año en la escuela de verano del observatorio. Hoy en día, el centro colabora en proyectos como el Telescopio de Tecnología Avanzada del Vaticano, ubicado en Arizona, manteniendo vivo su legado de investigación sobre la Tierra y el cosmos desde una perspectiva de fe.
La iniciativa de León XIV continúa la tradición de vínculos pontificios con los exploradores del espacio. En 1969, Pablo VI envió un mensaje de felicitación a los astronautas del Apolo 11 y, en 2011, Benedicto XVI se comunicó con la Estación Espacial Internacional para hablar sobre el futuro de la Tierra y las amenazas del deterioro ambiental.
Aldrin agradeció emocionado la bendición papal y posteriormente compartió que tanto él como su esposa se sintieron profundamente honrados de recibirla en un día tan significativo, que conmemora los primeros pasos de la humanidad sobre la superficie lunar.
Este domingo se cumplió el 56.º aniversario del momento en que, a las 20:17:40 UTC, Neil Armstrong y Buzz Aldrin alunizaron. Aldrin, masón y anciano presbiteriano, pidió entonces unos minutos de silencio y transmitió a la NASA: «Quisiera invitar a cada persona que esté escuchando, sea quien sea y esté donde esté, a detenerse un momento, reflexionar sobre los acontecimientos de las últimas horas y dar gracias a su manera».
Después celebró la comunión presbiteriana y leyó el evangelio de Juan 15,5: «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ese dará mucho fruto; porque sin mí no podéis hacer nada». Fue el primer acto religioso celebrado en la Luna.