Karol Wojtyla en la Universidad Católica de Lublin

Karol Wojtyla en la Universidad Católica de Lublin

La formación filosófica de Karol Wojtyla –fundada primeramente en su educación Tomista sacerdotal–, se desarrolló en la Universidad Católica de Lublin, en la que se desempeñó a cargo de la Cátedra de Etica desde 1954 hasta su elección Papal en 1978.
Reproducimos a continuación el relato completo de esa experiencia realizado por Stefan Swiezawski, colega y amigo de Wojtyla durante ese período, quien propuso y patrocinó su ingreso a la Universidad Católica de Lublin luego de haber sido el corrector de su tesis de habilitación académica.
Así, pues, nadie mejor que él para presentarnos, en toda su riqueza y con la debida autoridad y honestidad, el desarrollo de tan importante proceso.

Introducción

Por Stefan Swiezawski
Filósofo polaco, uno de los fundadores de la Facultad de Filosofía de la Universidad Católica de Lublin (KUL).

1. Polonia al término de la Segunda Guerra Mundial.-- Terminada la Guerra existió en Polonia una situación espiritual e intelectual digna de destacar. Aunque las universidades y las escuelas pre-universitarias habían sido cerradas por muchos años, una intensa actividad intelectual, generalmente de gran nivel, había continuado floreciendo en innumerables escuelas clandestinas, con notables resultados intelectuales, ricamente desarrollados en circunstancias llenas de tensiones y peligros. Aquellos de nosotros que comenzábamos a enseñar en universidades en 1945-46 sabíamos cuan magníficamente preparada estaba la juventud que entonces iniciaba sus estudios.

El período de guerra y ocupación fue un tiempo de terrible devastación de la vida y de la cultura, pero también fue un tiempo de grandes esfuerzos para profundizar y enriquecer nuestro entendimiento de la realidad.

Esto explica esa gran ‘hambre de filosofía’ que surgió espontáneamente tan pronto como terminó la guerra. En 1945 presenté la primera serie de conferencias sobre metafísica en la Universidad Jaguelónica en Cracovia. Ellas tuvieron lugar en las salas más grandes del nuevo edificio de la universidad y atrajeron tal asistencia masiva, que los alumnos se vieron forzados a estar de pie en los pasillos y más allá de ellos.

Las experiencias de la guerra, con su abrumador realismo, eran demasiado horribles para todos nosotros como para todavía mantener seriamente una filosofía «subjetiva e idealista». La realidad se impuso tan directamente que rechazar su carácter objetivo y concreto era absurdo. Por otra parte, la significación espiritual de la inmensidad de los sacrificios se impuso con tanta fuerza, que el realismo materialista nos parecía a todos una hipótesis extremadamente simplista y fútil para explicar la compleja estructura del mundo y de los procesos que tienen lugar en él. Así, pues, rechazamos el idealismo, como lo hicieron los materialistas, y al mismo tiempo iniciamos nuestra incansable lucha dirigida a prevenir que el materialismo fuese identificado con realismo, o el idealismo con espiritualismo. Entonces, todo favoreció optar por el realismo y a estar abiertos a la realidad espiritual.

2. Los extremos de violencia de los climas totalitarios.-- Hay otro aspecto digno de mención en la condición espiritual de la inteligencia en Polonia en ese tiempo. Sabíamos con vívida claridad que el demonio que nos había asaltado en forma tan terrible, así como todo el bien, que incluía actos increíbles de heroísmo y sacrificio, habían sido obra de seres humanos.

¿Qué es, entonces, el ser humano? ¿Qué es lo que constituye, en sentido profundo, la persona humana? ¿Cuál es la causa de que la gente parezca en un momento una encarnación diabólica que participa en actos de brutalidad satánica, y en otro exhiba poderes sobrehumanos de amor y devoción? ¿Quid est homo?

Aquellos de nosotros formados en la contemplación filosófica nos dimos cuenta de que la justificación teórica de las posiciones realista-objetiva e idealista-subjetiva en nuestra filosofía y visión del mundo cedió su lugar a nuestra visión filosófica del ser humano. La metafísica avanza mano a mano con la antropología filosófica. Esto explica el rol crucial jugado por la filosofía del ser humano, rol que va mucho más allá que ningún análisis sicológico, fenomenológico o existencial de las acciones y experiencias humanas.

La tensión entre la consciencia de la pobreza filosófica de los sistemas idealista y materialista, por una parte, y la necesidad de reflexionar sobre una realidad plena y auténtica, por la otra, nos hizo poner en tela de juicio la totalidad de la corriente subjetivista de la filosofía europea en los tiempos modernos y dirigió nuestro más intenso interés hacia la filosofía clásica, tanto antigua como medieval. El pensamiento medieval dejó de ser meramente un área de investigación histórica y comenzó a atraer a numerosas mentes precisamente por su decidido carácter objetivo. Muchos de nosotros nos unimos al peregrinaje a las fuentes del objetivismo, que requiere una profunda reflexión histórica y metodológica así como penosos estudios textuales. Esta es una de las mayores razones del creciente interés en el pensamiento medieval en la Polonia de postguerra.

Al mismo tiempo, un adversario pérfido y engañoso comenzó a levantar cabeza: «el irracionalismo», el enemigo de toda la filosofía. Tal irracionalismo compartía raíces comunes con el idealismo filosófico de esos días. Allí ocurrió una particular ‘coincidentia oppositorum’: el racionalismo extremo, que ignora el realismo, unió fuerzas con el irracionalismo que pisoteaba el trabajo de la razón. Bajo el disfraz de un análisis penetrante de nuestra experiencia existencial, el subjetivismo se alió con el irracionalismo y el ahistoricismo. Entonces escuchamos las diatribas alegando la nocividad del análisis racional, de los estudios históricos, del razonamiento filosófico en la reflexión teológica. Toda la amenaza presentada por Bultmann y sus seguidores --según observó un prominente exégeta francés-- se alzó como resultado del abandono del realismo y de la filosofía racional.

3. En el Departamento de Filosofía de la Universidad Católica de Lublin.-- A fines de los 40s y comienzo de los 50s todos estos temas envolvían y estaban vívidamente presentes en la Universidad Católica de Lublin. La universidad --tanto porque los alumnos llegaban en cantidades de todas partes del país, como por la facultad de filosofía-- llegó a ser una escuela que sirvió un área mucho más amplia que la región de Lublin. Sin embargo, como esos eran tiempos ‘stalinistas’, las actividades escolares y pedagógicas llegaron a ser más y más difíciles con el paso de cada año. El recientemente establecido ‘Departamento de Filosofía’, en el que tuve el privilegio de servir desde el comienzo, experimentó graves pérdidas de personal. A varios profesores se les prohibió participar en actividades de enseñanza. Nuestro departamento se transformó en una genuina ‘facultas depopulata’. Esta circunstancia trágica en la universidad causó un vacío notable en filosofía.

Nos dimos cuenta de que nuestra más urgente necesidad era llenar las cátedras vacantes, trayendo a la universidad docentes dispuestos a dedicar todos sus talentos y energías a una auténtica búsqueda del conocimiento. Estuvimos de acuerdo en que la metafísica era el área más fundamental en nuestro departamento, de manera que nos dispusimos a buscar a alguien que compartiese nuestra convicción sobre la importancia del realismo de la filosofía clásica del ser y que desease dedicar a esa área su vida entera. La Providencia nos llevó al Padre Dominico Mieczyslaw A. Krapiec, que justamente en ese momento hacía su debut filosófico. Cuando Krapiec asumió la Cátedra de Metafísica, me fue posible transferirle a él la enseñanza de la metafísica y concentrar mis energías en la historia de la filosofía. El siguiente acontecimiento importante en la expansión de nuestra facultad fue el exitoso reclutamiento de un joven y prometedor docente de la Universidad Jaguelónica, el Padre Karol Wojtyla. Su interés ético, antropológico y metafísico lo predispuso completamente a incorporarse a nuestro círculo.

Bajo el enérgico e iluminador liderazgo de nuestro joven Presidente, Profesor Jerzy Kalinowski, nos dispusimos a desarrollar las lineas principales de un nuevo programa de estudios filosóficos en la Universidad Católica de Lublin. Nosotros cuatro --Kalinowski, Krapiec, Wojtyla y yo-- éramos todos muy diferentes en temperamento, en gustos y actitudes y, sin embargo, nos arreglamos para crear una unidad muy armoniosa, dando a todo el departamento y a sus actividades de investigación y enseñanza un carácter académico especial. Lo más inusual no fue que cuatro individuos que tomaban seriamente la filosofía unieran fuerzas para llevar adelante una tarea de gran importancia, sino que, no obstante nuestras diferencias en personalidad y antecedentes, nos encontramos en un notable acuerdo en varios puntos fundamentales.

4. Nuestro acuerdo filosófico.-- El punto más básico de nuestro acuerdo fue que todos veíamos el realismo metafísico, la metafísica del ser concretamente existente, teniendo la primacía entre todas las disciplinas filosóficas. Este principio fue reconocido por el metafísico Krapiec, por el lógico y filósofo de la ley Kalinowski, por el eticista Wojtyla y por mi, historiador de la filosofía. Y aunque, bajo un análisis más cercano, la existencia se presentaba a cada uno de nosotros bajo una luz más o menos diferente, sin embargo, este básico realismo, me atrevo a decir: este realismo radical, fue el común denominador inconmovible de nuestras convicciones filosóficas.

Un segundo punto en el que todos concurrimos fue el de la significación clave de la antropología filosófica. El realismo filosófico presupone una cierta visión del ser humano. El dualismo espiritualista extremo tiende al subjetivismo, mientras que la concepción del ser humano como una unidad ‘psico-física’ conduce al objetivismo. Nosotros cuatro dedicamos una atención significativa a los temas de la antropología filosófica, aproximándonos a ella desde diversos ángulos.

La tercera premisa que nos unió, y que ganó intensidad cuando el metodologista, Padre Stanislaw Kaminski, y el historiador de la filosofía, Padre Marian Kurdzialek, se unieron a nuestro círculo, fue una clara oposición a filosofar irracionalmente. Aunque nuestro racionalismo asumió varios tonos, algunos más intensos que otros, todos compartimos la oposición al estilo irracionalista de filosofar.

Así, pues, la primacía de la metafísica realista, el rol central de la antropología filosófica y la afirmación de una aproximación racional a la filosofía, fueron los cánones principales de nuestra forma de hacer filosofía, que llegó a ser conocida como la Escuela de Filosofía de Lublin. Además, reconocimos la conexión inseparable entre el filosofar realista y la comprensión histórica de los problemas filosóficos. Sin estudios históricos básicos no hay manera de percibir el valor duradero de la reflexión filosófica clásica. Nuestra relación positiva con la historia de la filosofía nos indujo a mantener un ojo crítico en el ahistoricismo de las filosofías fenomenológicas y existenciales.

En el trabajo y discusiones de nuestro grupo de filósofos en la Universidad Católica de Lublin, estábamos profundamente convencidos de que nuestro esfuerzo por descubrir el verdadero Santo Tomás y de continuar la linea de desarrollo de la metafísica y filosofía europeas, extendiéndose de lo medieval al tiempo contemporáneo, tenía una significación crucial, no sólo para nuestra universidad, para Polonia y para Europa, sino para todo el mundo. Teníamos la visión de contribuir al diálogo entre Este y Oeste, indispensable para el futuro del mundo y de la Iglesia --una visión que ahora está maravillosamente convirtiendo en realidad Juan Pablo II.

5. El aporte de Karol Wojtyla.-- Karol Wojtyla hizo una contribución única al desarrollo de la filosofía en la Universidad Católica de Lublin. Para él, la reflexión filosófica fue un camino de exploración del imponente misterio de la persona humana. El vio al ser humano como una extraordinaria unidad ‘psico-física’, cada uno una persona única, nunca repetida en el universo entero. Su asombro por el ser humano, un ser que se auto realiza trascendiéndose a sí mismo, parece ser el punto de partida y asimismo el foco central de la reflexión filosófica de Wojtyla.

Todos nosotros en el Departamento de Filosofía estábamos, en ese tiempo, fascinados con la antropología filosófica. Yo escribí mi tesis de habilitación sobre el concepto de «commensuratio animae ad hoc corpus», un tópico central en la antropología Tomista. Krapiec dedicó también amplia atención a los temas antropológicos, publicando su visión en su libro ‘Yo, hombre’ de 1974. El interés de Kalinowski en esta área se enfocó principalmente en la razón humana (lógica) y en las leyes a las que los seres humanos están sometidos. Además, todos compartimos un interés especial por la Ley Natural, un tópico que cae en el ámbito de la filosofía práctica.

Sin embargo, nuestro tratamiento de la antropología filosófica estuvo en peligro de llegar a ser extremadamente intelectualista y racionalista. Aunque muchos de los aspectos que considerábamos pertenecían al campo de la filosofía práctica, teníamos una tendencia a sucumbir a la vieja tentación socrática de pensar que es suficiente conocer el bien para hacerlo. Nuestra filosofía pudo llegar a ser distorsionada al enfocarse exclusivamente en el lado contemplativo, descuidando toda la esfera de la actividad. Kalinowski y Wojtyla fueron quienes en nuestro departamento nos ayudaron a mantener el debido balance entre ‘theoria y praxis’, balance que de otro modo pudiera haberse perdido.

Desde el comienzo mismo, Wojtyla estuvo claramente consciente de que los reclamos del intelectualismo ético eran ilusorios y que, por sí mismo, el más perfecto y penetrante conocimiento de las estructuras y mecanismos internos del ser humano no garantizan una conducta y creatividad propiamente humanas. Su propia experiencia personal y pastoral le enseñó que incluso los mejores sermones y lecturas no conducen automáticamente al auto desarrollo personal. La persona debe hacer un esfuerzo sistemático para adquirir las habilidades y virtudes apropiadas a través de la repetición constante y la correcta ejecución de sus actos. Esto explica el gran énfasis de Wojtyla en la acción y en la conexión de la acción con la persona, tema que cristalizó en su libro ‘Persona y Acción’ de 1969. Esto también explica su simpatía por el personalismo y la elección de Max Scheler como tema de su tesis de habilitación. Wojtyla no rechaza la primacía del ‘logos’ en relación al ‘ethos’, pero insiste en dar a la acción su importancia debida entre los diversos aspectos de la persona.

Otra función importante de la filosofía de Wojtyla es su intento de establecer una relación entre la metafísica realista y el método fenomenológico. La compleja interdependencia de estos dos elementos en la síntesis filosófica de Wojtyla es todavía materia de un animado debate. Personalmente, pienso que Wojtyla estaba tratando de exponer las bases, en la vivencia experimental concreta, de consideraciones teoréticas éticas --y especialmente metafísicas--, y encontró particularmente apropiado para ese fin el método fenomenológico. Ciertamente no estaba tratando de reemplazar la metafísica por la fenomenología, sino de suplementar la reflexión metafísica con la descripción fenomenológica como vía para ganar acceso al proceso de saber y actuar. No creo que Wojtyla jamás haya rechazado el rol primario y fundamental de la filosofía del ser en antropología y ética, pero si vio la fenomenología como un instrumento útil en la descripción de la base experimental, y tendió a apreciar el lenguaje fenomenológico como más comunicativo que la terminología escolástica.

Conclusión

Me gustaría concluir mencionando algunas memorias personales significativas relacionadas con la participación académica de Wojtyla en la Universidad Católica de Lublin. Inmediatamente después de la guerra mi familia y yo vivimos en Cracovia por varios años, y durante ese tiempo nos relacionamos con el joven Padre Wojtyla. Esa relación tuvo un giro escolar cuando, en agosto de 1953, fui invitado por el Padre Wladyslaw Wicher, Decano del Departamento de Teología de la Universidad Jaguelónica de Cracovia, para servir de revisor de la tesis de habilitación de Wojtyla titulada ‘Evaluación de la posibilidad de fundar la Etica Cristiana en el Sistema de Max Scheler’. El propio Wojtyla me escribió pidiéndome servir de revisor de su tesis. Aunque yo no era un experto en Scheler ni en fenomenología, acepté hacerme cargo de esa formidable tarea. Cuando acepté la invitación no tenía idea de que esta sería la última habilitación en el Departamento de Teología de la Universidad Jaguelónica antes de que el departamento fuese cerrado por el gobierno después de 550 años de existencia y actividad.

En mi revisión de la tesis cité las dos conclusiones principales de Wojtyla, que tienen relevancia para toda auténtica reflexión filosófica:

«1. El sistema de Scheler, básicamente, no se presta a una interpretación científica de la ética cristiana...

«2. Sin embargo, puede ayudarnos indirectamente en el trabajo científico sobre la ética cristiana».

En vista de que, para Wojtyla, la reflexión metafísica tiene la primacía en el desarrollo de la ética cristiana como ciencia, aunque «el método fenomenológico aporta al trabajo ético el sello de la experiencia, al relacionarlo con la experiencia vivida por el ser humano concreto», yo escribí en mi revisión que el autor «sabía como percibir el valor que el método fenomenológico puede aportar» a la descripción de las experiencias subjetivas.

La habilitación de Wojtyla fue un evento que profundizó nuestra amistad. Un pequeño pero significativo episodio ocurrido como resultado de esa amistad merece ser mencionado. Un día de septiembre de 1954, el Padre Wojtyla, mi esposa y yo, decidimos salir a caminar por un sendero montañoso cerca de Zakopane. Durante la caminata, en medio por un escenario de increíble belleza, tuvimos una profunda discusión acerca de la situación de la filosofía y la teología en Polonia. En el curso de nuestra conversación, le propuse firmemente que dedicase sus habilidades y su pasión por la verdad en la Universidad Católica de Lublin, asumiendo allí la Cátedra de Ética del Departamento de Filosofía. No sé cuan profundamente pesó esa discusión en su decisión final de unirse a la facultad, pero, en definitiva, él aceptó mi oferta, y desde entonces nos reunimos en innumerables ocasiones, tanto en Cracovia como en Lublin, así como también en el tren durante nuestros frecuentes viajes entre ambas ciudades.

Cuando Wojtyla llegó a ser obispo, y luego arzobispo y cardenal, sus lazos con la filosofía de la Universidad Católica de Lublin se soltaron crecientemente. Estábamos llenos de una especial alegría y confianza por el hecho de que una persona tan dedicada a la búsqueda de la sabiduría filosófica y teológica estaba sirviendo a la Iglesia en roles de liderazgo cada vez más amplios en responsabilidad. Nuestra felicidad alcanzó su culminación cuando Wojtyla fue elegido Papa.

Sin embargo, esa alegría se mezcló en nosotros con cierta tristeza humana, dado que con cada sucesiva expansión de sus tareas eclesiales, su contacto con la universidad disminuyó progresivamente. Sin embargo, apreciándolo de manera apropiada, «este dolor se transformará en alegría» (Juan, 16:20), porque este pequeño, modesto y sin pretensión grano de trigo, tan cuidadosamente nutrido en un tiempo en el círculo filosófico de nuestra universidad, ha encontrado repentinamente una oportunidad sin precedente de llegar a todas los hornos del planeta e influir el desarrollo del rostro espiritual de la nueva época en cada esquina del mundo. Estamos ante una perspectiva impresionante: junto con el renacimiento incipiente de una filosofía auténticamente realista, metafísica, la filosofía clásica aparece como una contraofensiva a la maldad creciente que nos asalta como un diluvio apocalíptico, la primera posibilidad real de un verdadero y profunda encuentro de todas las culturas de Oriente y Occidente.

Este trabajo, publicado en polaco en 1987, fue traducido al inglés por Theresa Sandok, OSM, como Introducción al libro ‘Person and Community. Selected Essays of Karol Wojtyla’ (Persona y Comunidad. Ensayos Seleccionados de Karol Wojtyla). Colección ‘Catholic Thought from Lublin’ (Pensamiento Católico de Lublin). Ed. Peter Lang, New York, Berlin, Paris. 1993. Traducido al español por Angel C.Correa.

Fotografías: Wojtyla con el matrimonio Swiezawski

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