10.10.09

La pregunta de la vida

Domingo XXVIII TO (B)

El Evangelio según San Marcos (cf 10, 17-30) narra un encuentro con Jesús. Un joven, de excelentes cualidades, se acerca al Señor y, de rodillas, le formula “la” pregunta de su vida: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”. No se conforma este joven con indagar acerca de aspectos marginales de la existencia. No quiere saber cómo labrarse una carrera, cómo ser admirado por los demás, cómo alcanzar el éxito. Quiere saber lo único decisivo: cómo hacer que su vida sea una vida lograda; una vida con sentido, que alcance su meta, su finalidad, su fin. En ello, en saber para qué vivimos, radica la sabiduría; esa sabiduría que Salomón prefería a los cetros y a los tronos, a las piedras preciosas y al oro, a la salud y a la belleza (cf Sabiduría 7, 7-11).

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9.10.09

Entonces tendríais que salir de este mundo

Es una advertencia de San Pablo que me gusta mucho, por su realismo: “Pues entonces tendríais que salir de este mundo” (1 Cor 5,10), les dice el Apóstol a los Corintos, previniéndoles contra una interpretación rigorista e intransigente de sus propias instrucciones: “Os escribí en mi carta que no os mezclaseis con los fornicarios. Pero no me refería, ciertamente, a los fornicarios de este mundo, o a los avaros o a los ladrones, o a los idólatras” (1 Cor 5, 9-10). San Pablo hace ver a la pequeña comunidad cristiana, que vive rodeada de paganos, que corten las relaciones con los cristianos que recaen en un modo de vida impropio de su condición de seguidores de Cristo. Pero no les prohíbe relacionarse con los paganos. No quiere que la pequeña Iglesia sea una secta, ni un gueto. Quiere, eso sí, que siga siendo Iglesia.

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8.10.09

Contra el aborto, evangelización

No tengo que hacer esfuerzos para estar a favor de la vida y, en consecuencia, en contra del aborto. En mí esa actitud, esa predisposición, surge de manera espontánea. No puedo entender que se justifique el matar a un ser humano en gestación con el pretexto de que su nacimiento acarreará incomodidades o conflictos. Lo propio de un ser racional es resolver de forma razonable las dificultades. Y no es razonable eliminar un problema dando muerte al “implicado” más inocente.

Algunas personas me dicen: “Nadie aborta por gusto”. Como si ese desagrado, que en sí mismo es ya un signo elocuente, nos obligase a contemplar esa acción, la de abortar, con total indulgencia. No soy seguidor de Stalin ni partidario de su opinión según la cual “la muerte resuelve todos los problemas”. Salvo a un psicópata, a nadie le gusta matar. Y no porque exista un motivo – una razón que mueve a hacer algo – se disculpa a un homicida. A esa razón se le suele llamar “móvil del crimen”.

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5.10.09

3.10.09

Un amor definitivo

Domingo XXVII To (B)

Cuando los novios acuden a la parroquia para iniciar el expediente matrimonial, se le formula a cada uno de ellos, entre otras, la siguiente pregunta: “¿Tiene intención de contraer matrimonio como es presentado por la ley y doctrina de la Iglesia: uno e indisoluble, ordenado al bien de los cónyuges y a la generación y educación de los hijos?”. Si el contrayente careciese de esa intención, el matrimonio no se podría celebrar y, de hacerlo, sería en sí mismo nulo; una pura apariencia de matrimonio, sin realidad.

La Iglesia no ha “inventado” el matrimonio, ni ha dispuesto, por su propio capricho, que éste sea “uno e indisoluble”. La Iglesia ha recibido esta doctrina de Jesús: “Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Marcos 10, 6-9).

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