7.09.25

"¿Quién puede perdonar pecados...?"

… sino sólo Dios?

Así se interrogan los escribas dentro de sí pero bien escandalizados, cuando escuchan a Jesús decirle al paralítico que le han plantado delante sus amigos, con camilla y todo, rompiendo el techo de la casa: Perdonados te son tus pecados. 

Tal cual, y sin anestesia. Y, como es natural, flipan en colores; y sin meterse nada. Pero flipan.

Porque, en verdad, estas palabras jamás habían sido pronunciadas por un hombre en este mundo. Jamás. Ni, por supuesto, hombre alguno las había oído en su favor: nunca.

Y no se rasgan las vestiduras, escandalizados una vez más, porque ya no daban a basto con la ropa: se habían quedado sin repuesto hacía mucho; y tampoco era cosa de seguir en esa línea que les salía ya cara…

Pero se dicen muy bien, aunque sin calar en lo que han bordado: ¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?

Porque, acobardados ante lo que acaban de escuchar con absoluto aplomo y autoridad, no se atreven a seguir el más que lógico razonamiento recién comenzado, con total acierto. Quizá les dió vértigo, o les pareció demasiado, o cualquier otra opinión vergonzante… Vete tú a saber.

Porque hay gentes tan “delicadas", que las Palabras de Cristo les destrozan los oídos materialmente. Y claro: no se cortan un pelo en recortarlas, obviarlas, tergiversarlas, borrarlas e, incluso, despreciarlas:  Duras son estas Palabras. ¿Quién puede oírlas? Y se alejaron de Él. No son de este pasaje, cierto, pero vienen al caso.

Jesús, lanzado con la Gracia en la mano para que aprovechen no una sino “la” oportunidad de oro de sus vidas, conociendo sus pensamientos, les dijo: ¿qué es más fácil decir: “tus pecados quedan perdonados, o decir: “levántate y anda"? Pues para que veáis que el Hijo del Hombre tiene potestad para perdonar los pecados, le dice al paralítico: “A tí te digo: toma tu camilla y vete a casa". Y claro que se fue. Feliz y contento.

Lógicamente, al Señor se le va a plantear un “problema": Él no va estar siempre de este modo entre nosotros: tiene que subir al Padre: cierto. Pero, por lo que sabemos, se va a quedar con nosotros: cierto también.

Cómo? Muy fácil para Él.

Se queda en la Eucaristía, en la que está “real,  verdadera, y substancialmente Presente": el Sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, en cumplimiento de su Promesa más firme: Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Y cumple. Él siempre cumple.

Eucaristia que “se confecciona” en la Santa Misa. Y para esto necesariamente instituye el Sacerdocio Sacramental: un Sacramento -la Eucaristía-, se realiza desde otro: el Sacramento del Orden Sacerdotal.

Y “se queda” entre nosotros también de este segundo modo: en/con/desde “sus” Sacerdotes.

Aquí entramos nosotros. Modestamente. Pero con la grandeza de lo que Dios hace en favor de todos en su Iglesia. Ésta es nuestra verdadera y real Identidad: somos Cristo, absolutamente y de modo inmediato, por la Ordenación Sagrada.

Tal como nos lo enseña San Pablo con total serenidad, añadiendo y explicitando: Adiutores Dei sumus. Dispensatores donum Dei.

¿Y en qué le hemos de “ayudar"?

Es neto y claro: Haced ésto en conmemoración mía. Ésta es la Identidad y la Grandeza del Sacerdocio y del Sacerdote Ordenado. 

¿Cuáles son los dones a dispensar?  ¿Qué hemos de hacer en conmemoración suya? En primer lugar, y por derecho propio, la Misa: nos Ordenamos para la Santa Misa, por encima de cualquier otra misión o encomienda. Ésto va así.

Por cierto, y por si a algún hermano mío, le sirve: me estoy encontrando con Sacerdotes que, entre semana, algún día NO dicen la Santa Misa. Por sistema. Y no están enfermos o imposibilitados para hacerlo. Sigo.

En segundo lugar, y para poder acercarnos a comulgar con las debidas disposiciones: nos Ordenamos para el Sacramento del Perdón, para facilitar la Confesión de los fieles, para servir en el Confesonario.

Porque, sólo desde aquí, desde el Confesonario, podemos servir verdadera y eficazmente en el Altar.

Primero, por nosotros mismos: tenemos que confesarnos con mucha frecuencia: ¡lo necesitamos como el respirar! Pero, con toda lógica y por compromiso ineludible, de cara a las almas que nos toca salvar.

¿De qué nos serviría decir Misas sin parar, sin detenernos, con tiempo bien defendido, a confesar a las almas? Sin confesiones, las dejamos a los pies de los caballos. Que es donde están en tantísimos sitios: Como ovejas que no tienen pastor. Y lo digo con gran dolor: por la Iglesia, por los Sacerdotes y por los hijos de Dios en su Iglesia en medio del mundo.

Bien podríamos recordar a este propósito, y de modo más que pertinente, aquel: Dejad que (los niños) se acerquen a Mí, y no se lo impidáis. 

Que, si bien lo dice el Señor de cara a los críos, a partir de ahí bien se puede hacer perfectamente extensible a toda persona que, conociéndose muy bien, se reconoce pecadora, y necesitada de la Gracia.

Un inciso: no entrar en nuestra conciencia, y no vernos y reconocernos “pecadores", es desconocemos casi de modo absoluto, o sin casi. Y hacernos, además, “extraños” para Dios: No tendréis parte Conmigo.

San Pablo, nos animará a todos a buscarla con hambre y con sed: Adeamus cum fiducia ad thronum Gratiae, ut misericordiam consequamur!: Acerquémonos con confianza al Trono de la Gracia para alcanzar misericordia.

El Sacramento de la Confesión es el trono por excelencia de la Gracia que nos alcanza la genuina Misericordia divina; es decir: el perdón de los pecados.

Para ésto nos quiere Sacerdotes el Señor: para ser Cristo que perdona. Para atender, sin falsas excusas, su Mandato Imperativo: Id por todo el mundo…, perdonad los pecados.

Sin sentarnos en el Confesonario -que, si está arrumbado o se ha echado a la hoguera por san Juan, habrá que rescatar o restituir-, los fieles NO pueden acercarse a comulgar con las condiciones debidas; y les “obligamos” -¡los Sacerdotes!-, a hacerlo sacrílegamente. No creo que ésto sea “ser Cristo". A mi modesto entender.

Porque los llevamos directamente al “matadero", o sea: al Infierno. Y sin pasar por el polideportivo de Jumilla, de moda interesada hace semanas.

En este lío, los primeros interesados, deberíamos ser los Sacerdotes, porque somos los que estamos en la cercanía de las almas, en la primera línea de fuego, en la primera trinchera.

Tenemos esta OBLIGACIÓN imperiosa: en este mundo somos los únicos que podemos decir: Perdonados te son tus pecados. 

Únicamente por nosotros, los Sacerdotes, siguen presentes estás Divinas Palabras que limpian las almas de todos pecado.

Somos el Cristo más cercano que tiene todo el mundo; también los mismos Sacerdotes, que debemos ser ejemplos reales, vivos y vivientes, tanto como Penitentes como Confesores.

Por tanto, el Sacerdote que no se pone en el Confesonario, que no le dedica el tiempo necesario a éste su “segundo” ministerio, inseparable del primero y para acceder a él, ha perdido el oremus: NO sabe ni lo que es, ni para qué está; perderá su identidad; y se hará un pobre desgraciado; además de hacer desgraciada a otra mucha gente.

No podemos olvidar las advertencias de la Santísima Virgen: “Muchos van camino del Infierno, y llevan con ellos a muchas almas". ¡Y nos está hablando a/de los Sacerdotes, en primer lugar! De ahí para arriba, por supuesto: lo nuestro es solo el primer escalón.

Nos han robado, y a la vez nos hemos dejado robar, nuestra Identidad. Ha sido el primer paso, necesario total, para robarnos, y también dejarnos robar nuestro Oficio.

Sólo nos han dejado, para que nos rebozásemos a placer, el Mundo, el Demonio y la Carne.

Para desmantelar la Iglesia, esta estrategia ha sido todo un éxito de sus Enemigos. Porque, con muy honrosas excepciones, lo han conseguido.

Inmediatamente después del Concilio, se quitaron confesonarios; se “instituyó” aquel aquelarre de las “confesiones comunitarias", consentidas por las autoridades diocesanas, “confesiones” que nada confiesan y nada perdonan, y que siguen vigentes en algunos sitios; se acumularon, desde arriba, “tareas", inútiles en su mayor parte, para desbordar a los Sacerdotes; se hizo incapié en “Misas, Misas, Misas", a costa de NO atender las Confesiones: todo un despropósito sacrílego; se calló sobre el pecado voluntariamente y, por tanto, sobre la necesidad de confesar antes de comulgar; se cauterizaron conciencias: las primeras, las de los curas, consintiendo, en la práctica, en que se diga Misa y se atiendan confesiones en Pecado Mortal; se ha llevado a los niños a hacer la Primera Comunión sin pasar por la Confesión previa; y, para “rematarlos” se consiente que hagan la Primera Comunión sabiendo que, al domingo siguiente, su sitio va a estar clamorosa y acusadoramente vacío…

Con este montaje bien administrado y mejor exigido, la Descristianización está servida. Y muy bien presente. España ya NO es Católica.

¿Acaso se pretendía otra cosa? Si se hubiese pretendido algo muy distinto, hace años que se habría rectificado el rumbo; por contra, se ha seguido, erre que erre, en la desnortada y letal trayectoria para el presente y el futuro de la Iglesia, y de la Salvación de las almas.

Siento haberme alargado.

Pero éste es uno de esos temas a los que, si queremos salvar a la Iglesia, si queremos salvarnos a nosotros mismos, y si queremos salvar a los hijos de Dios, que tienen todo el derecho a ser salvados, estamos obligados a decidirnos por ser lo que somos; y a no dejarnos manipular para convertirnos en perdedores. Y condenarnos. Eso sí: por si a alguno le consuela, bien acompañados.

Lo ha dicho la Virgen, no yo. Yo lo he repetido, como es mi obligación.

4.09.25

Otra vez el proselitismo

Munilla desvaría. Y no es la primera vez

“El mejor escribano echa un borrón", dice el dicho. Cierto que Munilla es buen escribano: no descubro la pólvora. Pero, por serlo, no escapa al borrón. O a los borrones; que alguno tiene.

Afirmar, como lo ha hecho, que “el proselitismo es una conducta alejada del celo apostólico", no sólo es un error conceptual, que lo es; sino también “pastoral” y Doctrinal.

Es un error de bulto -no es la guinda de la tarta-, que contradice primero, y rompe después, TODA la Historia de la Iglesia, desde el mismo día de su Nacimiento en Pentecostés, con sus 3000 bautizados, como respuesta de Pedro a aquel: Qué hemos de hacer, hermanos?

Porque contradice y anula aquel Mandato Imperativo de Cristo: Id por todo el mundo, Predicad el Evangelio, Bautizad a todas las gentes, Perdonad pecados… 

Mandato totalmente irrenunciable para la Iglesia y para TODOS sus hijos. Como lo habían vivido Ella y ellos, religiosamente, hasta hace bien poco.

Leer más... »

30.08.25

25.08.25

Otro que también se enroca (por Cobo)

Debe ser marca de la casa o, como mínimo, DO certificado y sellado. Pero, como Magán, el Cobo también se apunta al “Tarazona no recula aunque lo mande la Bula". Amén.

Cosas de los eclesiásticos odiernos, molones y demás, que cobran para cargarse la Iglesia Católica. Todo un honor para los cobrantes.

Todos estos, igual que en cualquier partido político al uso y abuso, pero cobrando no sólo pagas extras, sino hasta dietas: todas las perricas son bienvenidas; que la vida está muy cara gracias a los Políticos, devastadores y ladrones la inmensa mayoría de ellos. Con la moral intacta, y bien alta, por supuesto.

Leer más... »

21.08.25

"Salvaos de esta generación perversa".

No parece que sea una advertencia a obviar: es clara y rotunda, neta y muy precisa, tan contundente que no admite interpretación como si fuese una parábola a analizar para descubrir su significado más oculto. En absoluto.

Salvaos de esta generación perversa . Así habla Pedro al gentío reunido frente a él y a Juan, tras el notorio e irrefutable milagro que acaban de realizar.

La “generación perversa", no era otra sino la que había rechazado, condenado y entregado a la muerte a Jesucristo, el Mesías, diz que “esperado". Pues menos mal: en caso contrario le hubieran dado cien muertes, una tras otra, caso de ser posible.

Leer más... »