30.05.17

Convocatoria a la Guerra Misional



No estamos llamados a ser pasivos contadores de las desgracias hodiernas, ratas de la burocracia impersonal o trepadores asnos de las corporaciones sinárquicas. 
No estamos llamados a negociar las sagradas consignas con los enemigos seculares de la Iglesia de Dios, ni a dialogar con los obstinados que quieren tomar por asalto altares y hogares.
No estamos llamados a despilfarrar nuestros cortos años en el tedio insoportable del consumismo hedonista de la posmoderna Babel de credos falsos, multicolores sodomías y otras degeneraciones al uso.

Tenemos la sublime libertad y la épica oportunidad de ser Apóstoles de Cristo en la hora final, en la angélica cuenta regresiva cuyo término es la inminente Parusía del divino Soberano que quiere volver ya y Cuyos divinos pasos parecen oírse en los últimos versos inspirados y las primeras horas del alba. 
La vida es una y no tiene vuelta atrás… Si tú quieres y tu alma fue electa por el Padre Celestial, puedes tirar por la borda el fárrago agobiante de los deberes impuestos por los hipócritas, mercaderes y farsantes de este siglo corrupto, y consagrarte por entero a contemplar, en Sus insondables misterios, al Dios Uno y Trino y a quemar las naves en siempre nuevas expediciones heroicas que no busquen sino gritar a los cuatro vientos la Buena Nueva de la Redención, la única y definitiva proclama salvífica del único Dios, ante Quien, todo es como nada.
Mas no para multiplicar abrazos y franelas, provecho de los estómagos, excitación de los afectos, recepción de los premios “Templeton” o los galardones de la paz mundana.. Sino, noble y soberanamente, para que las almas se salven eternamente de los realísimos fuegos infernales y se deleiten por siempre con la visión beatífica de la Sacrosanta Trinidad, en interminable y exultante estado de ininmaginable felicidad.
Si el Espíritu Santo os inflama de celestiales anhelos de poner fuego en esta tierra yerma para que el orbe todo se arrepienta y se postre adorante ante el Rey de Reyes, no perdáis tiempo en agobiantes cavilaciones ni en dudas cartesianas que, bajo capa de prudente discernimiento, consumirán vuestras aún magras fuerzas… Recibe la espada que la Virgen Santa te entrega y corre a predicar y morir para la conquista del mundo infiel para Cristo Rey. 

Opongamos a la moderna malicia de la Contra-Iglesia y sus secuaces, la sagrada milicia de la Iglesia vera y sus avanzadas, sabiendo y recordando que pasa la figura de este mundo, y …

¡Cristo vence!
¡Cristo Reina!
¡Cristo impera!

Que la muerte nos sorprenda cabalgando exultantes y testimoniando al Dios vivo, Que se goza en las hazañas que Sus hijos osan emprender con Su gracia soberana. 


30 de Mayo 2017.

12.05.17

De la sustitución de las Misiones de Infieles por la caridad inmanentizada

De la sustitución de las Misiones de Infieles por la caridad inmanentizada

Perdónanos nuestros pecados

(Lc XI, 3)

 

Los arquetipos, buenos o malos, cambian a la masa, la modelan y la ponen en acción.

Ahora bien, la trágica oenegeización de la Iglesia (y sus sucedáneos corolarios o epifenómenos de estomacalización de la Misión y sustitución del pecador por el desempleado y reemplazo del pagano por el refugiado) no se operó en un día, sino que es fruto perverso de un lento proceso, catalizado por el genio y figura de un haz de paradigmas que se tornaron signos y emblemas del nuevo modelo, aportando no sólo su faz -tenida por santa- sino un acerbo -no breve- de pseudopiadosa discursería más o menos pauperista u oenegeizante.

De entrada suponemos que las figuras del neo-modelo tuvieron o tienen las más celestiales intenciones (cfr. Mt VII, 1), pero no nos referiremos a las secretas motivaciones de sus almas, sino al modelo que, de facto y de palabra, generaron.

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11.05.17

Hacia el Lugar Maldito

En Lachunn matan gente. La matan con veneno. Son budistas tibetanos. Allí no hay ningún cristiano. Allí la policía no tiene poder. Tampoco hay internet. Recen por mí por favor. Estoy en un auto viajando a esa aldea endemoniada. A misionar.

¡¡¡Viva Cristo Rey!!!

Padre Federico.

4.05.17

24.04.17

Del cráneo carbonizado a la hipocresía del Lama

 

El diablo es “padre de la mentira

(Jn VIII, 44)

I.

La espera epistolar y el interdicto anti-proselitista que se traduce en veda de mi libertad locomotiva, me dan algo de tiempo y oxígeno psicológico para escribir un poco. Ahí vamos.

Hace un tiempo, Nima me pidió que, por cortesía, vaya al funeral de un vecino budista. Con el fin de rezar por él y conocer más la cultura local, me dispuse a ir, para lo cual ascendí el monte, caminando una media hora en medio de pedregales y bichos hasta llegar al sitio donde despedían al pobre finado, que tuvo la desdicha de morir fuera del seno de la Iglesia, al menos visible.

Lamentablemente, perdí las impresionantes fotos, pero, a los fines de esta crónica, que no es un estudio antropológico de campo, baste una somera descripción: al difunto lo quemaron insertándolo en un maderamen artesanal lleno de fuego, alrededor del cual los deudos recitaban sus mantras, movían sus matracas y tomaban jugo (sí, tomaban jugo, que nos lo repartieron por gentileza, quizás por el calor que hacía). El podio, por cierto, estuvo reservado al monacato, compuesto de cuatro lamas adultos y dos pequeños lamas que no superaban los diez u once años.

Los monjes, con monótono acompañamiento poli-instrumental, ejecutaron una serie interminable de ininteligibles invocaciones siguiendo las exactas rúbricas del Ritual tibetano escritas sobre unas pequeñas hojas rectangulares. Ajeno a cualquier “asisismo” y consciente de la absoluta inutilidad y peligrosidad objetivas de los rituales budistas, por mí cuenta y mientras padecía la rítmica adormilante de los guturales coros, rezaba el sacratísimo Rosario pidiendo a Dios por la salvación eterna del desdichado vecino cuyos huesos se consumían ante la fogata que acaparaba nuestro campo visual.

Todo transcurría con sopor budista, hasta que fuimos sacudidos por un espectáculo inesperado: de pronto, desde el centro de las quemantes maderas, por acción de no-sé-qué físico fenómeno, emergió el cráneo carbonizado del cádaver, que, ante la inmutación de los lamas, se impuso frente a nuestro ojos, con tétrica faz, invitándonos a reflexionar en el drama de las postrimerías.

Tal dantesco espectáculo más bien servía para intentar la ignaciana meditación del infierno que para escalar con la mente a las delicias celestiales. El fuego, los mantras, la idolatría, la superstición, la ausencia de toda referencia a Dios, la muerte fuera de la Iglesia, el cráneo carbonizado que nos “miraba”… conformaron a una de las experiencias sensibles más fuertes de mi vida. Salvo el jugo, todo allí parecía invocar el averno.

 

II.

 

Más no había que quedarse en el nivel sensible. Era preciso profundizar su cosmovisión para asomarnos a las tinieblas de esas almas, en las que jamás recuerdo haber visto expresiones de gozo prístino. A tal fin, emprendí un coloquio esjatológico con los monjes budistas, haciendo gala de mis dotes para el diálogo interreligioso.

He aquí que, terminada la ceremonia fúnebre, con sincero y esforzado respeto, me dirigí al jefe de los lamas, con quien, excelente traductor mediante, tuve el siguiente coloquio:

-                     “Hola, ¿cómo anda?

-                     “Bien, ¿y Ud?

-                     “Muy bien

-                     “Ah…

-                     “Lama, ¿le puedo hacer una pregunta?

-                     “

-                     “¿Dónde fue el muerto?

-                     “¿Qué?

-                     “Sí, ¿dónde fue el muerto?

-                     “Al Cielo”, me contestó con canchera sonrisa, luego de dudar y pensar un poco.

-                     “Ahh…pero, entonces, ¿a dónde fue a parar vuestra creencia en la reencarnación?

En ese momento, la mano se le complicó… Y me respondió:

-                     “Se va a reencarnar en otro mundo”.

Notando nosotros la incoherencia interna de sus últimas dos afirmaciones, le respondí esto:

-                     “Pero, ¿no era que se había ido al Cielo? ¿Cómo es que ahora se va a reencarnar en otro mundo? ¿En qué quedamos? ¿Se fue al Cielo o se va a reencarnar en otro mundo?”.

Tanta pretensión de coherencia discursiva fue demasiado para el jefe de los lamas. No tenía salida y por eso me dijo esto:

-                     “No entiendo inglés. Chau”. Y se fue. Tras él, se retiraron los demás monjes con su arsenal ritual.

Una vez más, la hipocresía. El primer acto de hipocresía fue darme dos respuestas opuestas. La primer respuesta que me dio era del todo inusual en la dialéctica budista, pero me la dio, creo, para quedar bien conmigo, porque era fácil estimar que yo era cristiano.

La segunda respuesta que me dio se contradecía con la primera. He aquí, una clara hipocresía. Cuando le puse de manifiesto la oposición lógica de ambas proposiciones, pretextó no entender inglés, para dar por finalizado el coloquio, que fue el primero, y el único, que tuve con el jefe de los lamas de la aldea donde aun está la base misional.

Y lo del inglés fue un pretexto puesto que contábamos con un perfecto intérprete, que es mi amigo llamado Surya, cuya lengua madre es el nepalí (que es el idioma local) y que, a la vez, habla muy buen inglés.

 

III.

 

Tanta hipocresía me sulfuró y me venía a la memoria los estudios que hice sobre la temática del fariseísmo a la luz de los escritos del padre Castellani. Es que el fariseísmo no es un problema exclusivo de los ministros de la religión vera, sino una peste que también invade a los de las creencias falsas. De hecho, estimo que si no fuera por el fariseísmo de los ministros de las religiones falsas, estas se habrían reducido enormemente, probablemente hasta desparecer por su conversión en masa a la Fe vera. Un tema para otra ocasión… Retomamos el hilo.

Indignado, camino unos pasos solo y me topo con un grupo de jóvenes deudos, que juntos venían del funeral. Los saludé y acto seguido les relaté el coloquio que tuve con el lama magno. Entonces, una del grupo tomó la palabra. Era una chica culta que estudiaba en la universidad. Ella me dijo: “a nosotros, un lama (o los lamas) nos dijo que el difunto se convertirá en una víbora”. ¿Habrá sido el mismo lama que a mí me respondió otras dos cosas distintas y opuestas? No sé, puede ser. Al menos, fue la respuesta oficial que los lamas les dieron a los familiares del muerto.

Pensando un poco, noto que el lama jamás le habría dicho a un extranjero que un budista se va a convertir en serpiente, máxime cuando los cristianos creemos en vocación universal al Paraíso eternal donde se goza de la visión del mismo Dios Omnipotente. Si dijera eso, en el marco de las llamadas “religiones comparadas” (que en realidad es una ilusión óptica, como decía Chesterton), el budismo quedaría muy mal parado. Pero, al mentirme y espetar contradicciones, queda peor parado aun ya que al absurdo doctrinal, le suma el absurdo discursivo y la mala voluntad del fariseísmo.

Mas, las contradicciones internas y la superstición del budismo tibetano no terminan acá, sino que se convierten en negocio destinado a engrosar las billeteras de los honorables lamas. Volvamos al hilo del relato.

Cuando terminé el coloquio con el grupo de jóvenes que me comunicó el delirio tibetano del pobre-que-deviene-víbora, espantado, le conté el verso a Nima. Y él, que es converso del budismo (y por converso, adverso al verso), a la vez que el único cristiano de su familia, me dijo que aún hay más tela para cortar: los monjes hacen no-sé-qué cálculo astrológico y según eso determinan en qué género de ser se reencarnará el difunto del caso: rata, serpiente, hombre y zoológico etcétera.

Pero, y acá preparemos las billeteras, si los familiares le pagan a los lamas la debida suma de dinero, entonces ellos compasivamente harán un ritual (llamado puya) gracias al cual el finado devendrá hombre y no bestia…

¡Qué bestias!

Domine, miserere nobis!

 

Padre Federico, S.E.

Misionero en la Meseta Tibetana,

Viernes de la Octava de Pascua 21-4-17