Sobre la realidad de los sacerdotes diocesanos, hoy.
La trágica y lamentable muerte del padre Matteo Balzano ha puesto sobre la mesa un tema importante: la salud integral de los sacerdotes.
Yo no soy experto en el tema, pero llevo ya casi 20 años ejerciendo el ministerio, y me atrevo a compartir algunas reflexiones que escribí hace año y medio, en otro contexto, reflexionando sobre la realidad de los sacerdotes en mi querida Arquidiócesis de Paraná. Estoy bastante seguro de que reflejan bien la situación de otros cleros, y me parecía oportuno compartirlo.
Si le interesa especialmente lo referido a los sacerdotes, puede ir directamente al punto 5, en adelante.
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Sacerdotes y “transmisión de la fe”
10 ideas
En la reciente reunión del Episcopado argentino se manifestó gran preocupación por la transmisión de la fe en nuestra Patria. Apareció la pregunta sobre qué se puede hacer ante esta crisis, que se manifiesta -entre otras formas- en la disminución en la participación en Misa y el descenso en la práctica del Sacramento de la reconciliación.
Ciertamente no en toda la Argentina se vive la misma situación, e incluso dentro de las diócesis hay realidades dispares. Pero es un hecho de que hay comunidades donde parece darse un declive importante de participación de los fieles.
Como un aporte ante esta situación, comparto algunas ideas que fui madurando en mi breve experiencia de párroco en la periferia de Paraná. Aclaro que en aras de la claridad y brevedad sacrificaré profundidad: cada punto podría ser tratado de manera mucho más exhaustiva. Y subrayo que no pretendo que tengan un valor universal, pero sí que he podido experimentar su verdad y su valor.
IDENTIDAD
1. Estamos transitando un tiempo de una profunda crisis, tanto a nivel social como cultural. Como fruto de estas crisis, percibo que la gente llega a nuestras comunidades bastante “rota”, lastimada y con una sobrecarga de preocupación.
Esa inestabilidad actual se presenta también como un Kairós: frente a la insuficiencia de otras respuestas (filosóficas, psicológicas, políticas) mucha gente sigue buscando desarrollar su dimensión espiritual. Buscan a Dios. Algunos ya se han encontrado con su Amor, y están en nuestras comunidades con una convicción y compromiso encomiable. Muchos otros lo buscan acercándose a nuestras comunidades.
Creo que en este contexto lo prioritario es sostener nuestra identidad, el “quienes somos”, por encima de “lo que hacemos” o “lo que deberíamos hacer”.
¿Quienes somos? ¿Para qué existimos como Iglesia?
Somos la Iglesia de Cristo: somos su Cuerpo Místico, la Esposa del Cordero. Somos el Pueblo del Padre. Somos el “sacramento universal de salvación”. Existimos desde el misterio de un Dios Trinitario que por Amor se ha revelado y nos ha compartido su Vida íntima. Nuestra existencia eclesial tiene su raíz y su sentido en la fe, y su vida es el Espíritu Santo, alma de la Iglesia.
Nuestra misión no cambia, sigue siendo la misma de siempre: “hacer que todos sean discípulos de Jesús, bautizándolos… y enseñándoles a cumplir lo que Él nos mandó”. Nosotros predicamos a Jesucristo, “el mismo ayer, hoy y siempre”, y “ a este crucificado”.
La Palabra revelada sigue siendo “palabra de Vida Eterna”, que colma el corazón y la sed que todo hombre lleva en lo más íntimo de su corazón. No se trata, de ningún modo ni bajo ninguna circunstancia, de cambiar el Evangelio, sino al contrario: de enseñarlo con mayor convicción, seguridad, firmeza, claridad y creatividad.
Dicho de otro modo: existimos, como Iglesia, para permitir que las personas se encuentren con el Amor infinito del Padre Creador, revelado y comunicado por su Hijo Jesucristo, presente en su Palabra y en la Eucaristía, y hecho presente por el Espíritu Santo a quienes creen y se entregan.
Existimos para anunciar y hacer presente a Dios Uno y Trino.
Cualquier apreciación sociológica sobre la esencia de la Iglesia y su misión que podamos sumar debe ser posterior a esta certeza.
CONTENCIÓN y MADUREZ
2. Frente al riesgo de deserción y vaciamiento que amenaza a nuestras comunidades, creo prioritario la tarea de “contención” de nuestras ovejas, una a una.
Siento que debemos -en primer lugar- hacer todo lo posible para que nuestras comunidades no decrezcan en número de miembros, haciéndonos cargo de la perseverancia de cada uno.
Es necesario que estemos atentos a quienes vienen habitualmente, para que permanezcan. A quienes vienen alternadamente, para fidelizarlos más. A quienes han dejado de venir y solo lo hacen muy esporádicamente, aprovechando cada instancia para “abrir puertas” y “hacer arder corazones”.
Es un tiempo en el que no debemos suponer la perseverancia y permanencia de nuestros fieles. Hemos de redescubrir en la fe que cada uno de ellos vale “la Sangre de Cristo”, y que su salvación vale cualquier sacrificio personal y acción pastoral.
Lo haremos, sobre todo, si recuperamos la conciencia de que el gran protagonista de la Evangelización es el Espíritu Santo. De que Jesús está vivo en medio de nosotros, en la comunidad orante y en cada Sagrario. Y que su Belleza infinita sigue teniendo el poder de sanar y elevar lo humano. De que Él mismo es quien -cuando es levantado en alto- “atrae a todos hacia sí”.
Para que esta acción prioritaria no degenere en una mera “conservación”, es preciso imaginar y realizar iniciativas de formación y “nutrición” de los miembros de nuestras comunidades. Solo si “crecen” permanecerán. El objetivo es que los que “están” crezcan y maduren, y experimenten el consuelo y la alegría del Amor de Dios.
Los modos concretos son múltiples: grupos de oración, momentos de adoración comunitaria, consagración a María, confesión frecuente, dirección espiritual, espacios de comunión gratuita, formación espiritual presencial o virtual, material de lectura o audiovisual.
Considero también que la Divina providencia ha marcado un rumbo a la Iglesia en Argentina a través de la canonización de Cura Brochero y Mama Antula, quienes se dedicaron con empeño generoso a promover los Ejercicios espirituales como lugar de conversión y transformación. La vorágine cotidiana hace que sea “vital” ofrecer estos espacios de Retiro Espiritual como antídoto contra la locura y encuentro “cara a cara” con el Amor.
COMUNIÓN
3. “Lo que hemos visto y oído lo anunciamos… para que ustedes estén en comunión con nosotros… y esta comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1 Jn 1, 3).
Otro desafío en este momento, en una sociedad tan fragmentada y con vidas tan “rotas”, es hacer de nuestras comunidades -parroquias, capillas, escuelas- “casas y escuelas de comunión”. El objetivo final del anuncio y la Evangelización es ese: poner a los hombres en comunión con el Dios Trino.
Esa comunión “trascendente” tiene como fruto y al mismo tiempo pórtico de acceso la comunión fraterna, como experiencia de amor gratuito en el que la persona es aceptada, acogida y valorada como un don, sea como sea y esté como esté. Donde se experimenta la unidad en la diversidad. Crecimiento espiritual y experiencia de comunión fraterna no sólo no se oponen, sino que se siguen y se reclaman una a otra: el auténtico crecimiento espiritual conlleva una nueva experiencia de comunión, que se traduce en buen trato, afabilidad, gozo.
Parafraseando a Benedicto XVI, imagino y visualizo este proceso como crear verdaderos oasis de comunión en medio del desierto, donde las personas sedientas se encuentren con el Agua Viva. O como construir pequeñas “arcas de Noé” donde las personas -diversas entre sí- puedan ser salvadas del naufragio y del diluvio destructor.
CRECIMIENTO
4. Esta primera mirada “hacia adentro” podría parecer un “cerrarse” autorrerencial sobre sí. Sin embargo, tengo la convicción -y, en alguna medida, la experiencia- de que si lo señalado en el punto 3 se hace realidad, nuestras comunidades crecen.
Crecerán, no porque imaginemos o realicemos múltiples actividades misioneras comunitarias y organizadas, sino porque la vida divina que se incrementa en el corazón de cada fiel, al modo de la “levadura en la gran cantidad de harina”, genera un triple fenómeno.
Por un lado, quien madura en intimidad con Jesús y crece espiritualmente, va renovándose en su modo de pensar, de tratar a los demás, de hablar… y su palabra y testimonio comienzan a ser eficaces con los más cercanos. Cuanto más íntimos con el Señor, más ellos mismos “atraen” a otros. Invitan a otros sin vergüenza y con fruto. Y llegan nuevas ovejas.
Por otro lado, y como ya se ha señalado, cuando en la comunidad hay un crecimiento espiritual y humano auténtico, el fruto suele ser un clima de apertura, cordialidad, alegría y comunión. Ni siquiera es necesario “planificarlo”: es un hecho. Y esa comunidad -como decía Benedicto XVI- “crece por atracción”.
Por último, la mayor apertura y sensibilidad a la voz del Señor que brinda el crecimiento espiritual genera el ambiente propicio para el descubrimiento y despliegue de los carismas, que el Espíritu Santo nunca deja de conceder. Los mismos laicos que experimentan el intenso gozo de vivir en Dios generan propuestas de anuncio y formación adecuadas a la índole de su vida. Y lo hacen “no forzadamente, sino de buena gana”, como consecuencia inevitable de su sí al Señor. Suele suceder entonces que no es el pastor que tiene que “mover” a sus fieles para que hagan algo por la evangelización, sino a la inversa: los mismos fieles que generan estas iniciativas “arrastran” a los pastores, sacándolos muchas veces de la zona de confort.
SACERDOTES
5. Para que esto sea posible, hay un tema previo que no se debe dar por supuesto, y que también ha sido mencionado entre las preocupaciones de la Conferencia Episcopal: la situación de los sacerdotes.
Si bien la pastoral vocacional es esencial a la vida de la Iglesia y debe preocuparnos enormemente el despertar de nuevas vocaciones, me preguntaba si estamos haciendo lo necesario para “cuidar” a los sacerdotes que ya estamos en el ministerio. No solo para evitar posibles nuevas deserciones -aunque cada una de ellas es una verdadera tragedia, a la cual no deberíamos acostumbrarnos- sino por el hecho tan obvio de que si el pastor está mal, es muy difícil que lo mencionado en los puntos anteriores se pueda realizar.
BIENESTAR INTEGRAL Y SANTIDAD
6. Por eso -aunque suene clericalista- creo que una prioridad es que los sacerdotes “estemos bien”.
Cuando un sacerdote está bien en sentido integral (está bien de salud, está viviendo una intensa e íntima relación con Jesús en la oración y la Eucaristía, está bien con sus hermanos presbíteros y el Obispo, está formándose y “gusta” de la Verdad de la Palabra y la enseñanza de la Iglesia) ese sacerdote es fecundo. Un sacerdote con una intensa fe, esperanza y caridad, dinamiza la vida del rebaño a Él confiado. Estimula y alienta a amar a Jesús. Es ya presencia que sacramentaliza a Jesús en medio del Pueblo, sin hacer tanto. Esto fue afirmado rotundamente por el Concilio y es más que evidente.
Creo que se trata, en este punto, de encontrar el equilibrio entre un activismo desgastante y estéril, que deja corazones secos, y cuerpos y mentes enfermas; y un aburguesamiento que adormece la conciencia misionera, e impide experimentar el gozo de la entrega.
Se trata de que los sacerdotes “estén bien” para que puedan amar a sus comunidades “como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla”.
Está claro que han existido innumerables iniciativas para fortalecer la vocación de los sacerdotes en el ministerio y su formación permanente, por lo que solo quiero expresar tres o cuatro ideas concretas que pueden ser valiosas para nuestras realidades locales.
ACOMPAÑAMIENTO
7. Creo conveniente que exista una figura (o un equipo) que dentro del presbiterio tenga como principal tarea estar atento al bienestar espiritual, humano y relacional de los sacerdotes.
Es cierto que el Derecho eclesial encomienda en cierto modo esta tarea al arcipreste -decano- de cada zona pastoral. Sin embargo, en la realidad los decanos son elegidos por otros criterios, y que llevaría mucho tiempo modificar un modus operandi -y una comprensión intelectual- de ese oficio con esa nueva dimensión.
Soy consciente de que no es sencillo encontrar figuras sacerdotales con ese perfil, y mucho menos suscitar una actitud adecuada de “docibilitas” en quienes formamos el clero. Pienso que una estrategia podría ser someter el tema a votación anónima en el Presbiterio, y designar a los 3 que obtengan más votos. Y que luego los presbíteros escojan por quién quieren ser acompañados.
En el equipo podrían también sumarse laicos que tengan como tarea el asesoramiento y acompañamiento -e incluso, de modo progresivo un cierto control- en torno a la salud de los miembros del clero. De modo análogo a como las empresas tienen departamentos de Recursos humanos y obligan a sus empleados a chequeos periódicos - y hasta les impelen a someterse a diferentes test y pruebas- puede ser importante generar una progresiva conciencia de que nuestra salud no es un tema meramente individual, sino que implica la preocupación y tiene implicancias para toda la diócesis.
En ese mismo orden de cosas, sería muy valioso que existiese un marco formativo más allá de los encuentros de clero -los cuales siguen siendo indispensables- que brinde, por ejemplo, orientación en las lecturas, material de renovación teológica, homilética, etc. Seleccionado por expertos para no perderse en la inmensidad de la oferta de lectura existente hoy en día.
MINISTERIO GOZOSO
8. El ministerio sacerdotal mismo es una fuente de renovación permanente. “El sacerdote se santifica santificando” aprendimos con el anterior Directorio, o, como decía el Papa Francisco “la Unción se activa dándola”.
Por ello creo que es necesario estar atentos a aquellos sacerdotes que tengan apostolados más arduos y menos gratificantes, para que también puedan compensar ese desgaste colaborando en comunidades y ambientes más benignos y acogedores. Que no solo “siembren entre lágrimas”, sino que también tengan la experiencia de “cosechar entre canciones”.
Creo que también en ese sentido sería valioso que cada sacerdote pueda expresar y ser escuchado sobre aquellas dimensiones de su vida pastoral que le gustaría desarrollar y para las cuales tal vez siente que tiene talento o un carisma, pero no ha tenido oportunidad de que se manifiesten. Por ejemplo, podría ocurrir que algún hermano se sienta más inclinado a la pastoral juvenil y solo ha tenido destinos en parroquias con población mayor, o nunca ha sido convocado a participar de la pastoral juvenil diocesana, al menos como colaborador o consultor. La experiencia indica que si un sacerdote no se siente valorado en su diócesis puede comenzar a engendrar actitudes de resentimiento, hostilidad a la autoridad, alejamiento de sus hermanos en el presbiterio, cinismo y crítica exagerada. Está claro que una adecuada comprensión del misterio pascual y la necesidad de la Cruz para alcanzar la santidad brindarán una comprensión nueva y fecunda a esas situaciones. Pero también es cierto que algunas decisiones sabias en ese sentido, y una mayor interacción y participación pueden traer resultados benéficos. Un sondeo, mediante formulario, podría dar resultados sorpresivos y valiosos.
DEDICACIÓN A LA EVANGELIZACIÓN
9. Una última preocupación que quiero expresar es que nuestro tiempo sacerdotal está “invertido” en una importante medida en la gestión, y tenemos poco tiempo dedicado a tareas explícitas de “evangelización”. De hecho, con frecuencia nuestras reuniones sacerdotales discurren tratando temas económicos o legales.
Esto es real especialmente para quienes somos párrocos: una parte importante de nuestro tiempo transcurre en la gestión económica, edilicia, material, institucional y administrativa, para la cual algunos hermanos tienen talento especial, pero para muchos otros se vuelve una preocupación extrema. Que distrae, agota, estresa y enferma, y genera malhumor y malestar.
Si bien es difícil, creo que sería valiosísimo que un sacerdote de la Arquidiócesis con algunos laicos pudieran asesorar a quienes experimenten mayores dificultades, para que ellas no les hagan perder la alegría de su consagración a Dios y al Reino. Porque ninguno de los sacerdotes ingresó al Seminario y se consagró a Dios imaginando muchas horas de su semana abocado a papeles, trámites, deudas, beneficios… sino al contacto directo con las personas y su historia.
Despejar en lo posible esta preocupación será fuente de un bienestar mucho más habitual, que los fieles perciben en el acto cuando nos ven celebrar, en el modo en que los escuchamos cuando confiesan sus pecados, en la dedicación con que atendemos sus pedidos de bendiciones, o en la profundidad y verdad de las palabras que pronunciamos en un velatorio o exequias.
PROPUESTAS CONCRETAS
10. Sintetizando un poco todo lo anterior, quiero señalar algunos elementos que pueden ser valiosos para la transmisión de la fe y el crecimiento de nuestras comunidades, así como otros en relación al sostenimiento del gozo en el seguimiento de Jesús por parte de los sacerdotes.
a) Celebraciones litúrgicas dignas, bellas y profundas, con música que ayude a elevar el corazón, con una homilía bien preparada y con un clima que combine la dimensión de lo sagrado y la experiencia de comunidad.
b) Crear “espacios de oración” y crecimiento espiritual para nuestros fieles ya comprometidos, con la convicción de que su conversión continua dará abundantes frutos.
c) Optimizar los espacios de llegada de personas poco practicantes (misas por enfermos y afligidos, bautismos, catequesis familiar, etc).
d) Velar de manera atenta para prevenir, acompañar y resolver todos los conflictos intracomunitarios, que son casi siempre un detonante de deserciones y de pérdida de eficacia apostólica.
e) Favorecer la presencia y permanencia de grupos y movimientos que organicen retiros espirituales variados. Gestionar los recursos edilicios combinando la eficiencia (déficit cero) con la disponibilidad pastoral.
e) Sostener conscientemente todo lo que se quiera emprender con una incesante oración de intercesión, siendo conscientes de que estamos en una batalla espiritual de dimensiones gigantescas.
En relación a los sacerdotes:
a) Custodiar como lo más sagrado y necesario nuestra vida espiritual: Oficio divino completo, al menos media hora de meditación/lectio divina, Santo Rosario. Reavivar la conciencia y el gozo del valor infinito de la Misa diaria y de la oración de intercesión por nuestro pueblo. No olvidar la necesidad del vínculo con María, la lectura espiritual, la confesión frecuente y la dirección espiritual.
b) Acompañarnos en las situaciones más difíciles (enfermedad, soledad, fracaso pastoral, desencanto, aislamiento) buscando el modo de ayudarnos como hermanos a vivir el gozo de la Consagración.
c) Velar por nuestra salud integral, que es una condición esencial para estar con un ánimo alegre, sereno, bondadoso, cordial… que nos permita tratar bien a nuestra gente y ser factor de comunión.