Dios, todas las jornadas, nos regala a sus hijos sacerdotes innumerables sorpresas. Pero es particularmente pródigo cada Domingo; su Día por excelencia. Con lo que nos recuerda, además, que nunca será mucho lo que hagamos para santificar la jornada; y llevar a que nuestros hijos también lo hagan. Empezando por concurrir a Misa. ¡En Argentina, apenas el dos o, a lo sumo, el tres por ciento de los bautizados, lo hace con cierta regularidad!
Salí, como todos los Domingos, de decir Misa en el Hogar Marín (para ancianos), de La Plata; atendido por la fiel y pujante congregación de las Hermanas de Marta y María. Y como mi habitual y autoproclamado «chofer» (un generoso feligrés que, desinteresadamente, me acerca y regresa, con su vehículo) estaba de retiro espiritual, debí apurar el paso para ir hasta la parroquia de Nuestra Señora de la Merced, donde confieso en la Misa de 11. ¡Los curas aprendemos a cuidar los minutos, porque las horas se cuidan solas! Y, por eso, pensaba aprovechar las cuadras a recorrer, para ir rezando por los penitentes que el Señor me mandaría. Y, como siempre, el hombre propone, y Dios dispone… (un amigo, habitualmente muy agudo, agrega: «¡Y otros lo descomponen!»); por eso, no tardaron en llegar las sorpresas divinas.
A poco andar, se acercó un niñito, junto a sus padres. Con evidentes dificultades neurológicas, el pequeño me pregunto:
- ¿Usted es un cura?
- Sí, hijito. ¡Padre Christian, para servirte! ¿Cómo te llamas? ¿Estás bautizado?
Miró a sus papis en demanda de auxilio. Y papá y mamá, con una ternura indescriptible, repitieron (para que él los imitara): «Sí, padre. Me llamo Juan, soy católico. Y rezamos y vamos a Misa en familia».
- Muy bien, hijito. ¡Así se hace! Te voy a dar la Bendición. Pero antes te regalo este Rosario (que se ilumina en la oscuridad), que traje hace poco de Roma, donde está el Papa.
La criatura no salía de su asombro. Contempló el obsequio con ojitos brillantes; sus padres me dirigieron una mirada de gratitud y, viéndolo, para que repitiera, como antes, dijeron: «Muchas gracias, padre. Que Dios lo guarde». Saludos y despedida.
A los pocos pasos, noté que un muchacho me miraba fijamente. La agudeza de sus ojos me hizo imaginar, por un instante, una inminente agresión. «Pase lo que pase –pensé-, está siempre conmigo el Ángel de la Guarda. ¡A lo sumo tendrá trabajo extra!». Nada más lejos de ello:
- ¿Padre, me puede dar su bendición? ¡En unas horas voy a recibir la Confirmación y la Primera Comunión!
- ¡Con todo gusto, hijo! ¡Padre Christian, para servirte!
- Soy Luis, padre. Y estoy muy feliz con todo lo que el Señor está haciendo en mi vida. Tengo veinte años, y recién ahora estoy disfrutando de las maravillas de Dios
Ahí nomás, a borbotones, el joven, casi sin tomar aire, me contó sobre su vida. Prácticamente, no tuvo el más mínimo alivio en sus dos décadas de existencia. Hijo de madre soltera, jamás conoció a su padre biológico; desde niño vive con su madre, hermanos, unos «tíos», y otros «parientes», en una casilla muy humilde, de madera y chapa; la promiscuidad, el hacinamiento, la droga y la violencia de sus mayores nunca le dio respiro; apenas si está bautizado, y nunca supo de ir a la Iglesia, ni tener catequesis. Providencialmente, una tarde, en busca de algo de respiro en medio de su asfixiante ambiente, dio con un párroco fiel, fervoroso, culto, de excelente doctrina y cuidada liturgia; quien, entre sus múltiples tareas, rescata jóvenes de la calle. Y, desde entonces, pudo conocer un poco de alivio:
- Mi vida está cambiando de un modo fantástico. Estoy terminando la escuela secundaria en un «colegio del Estado»; algo así como un aguantadero de adolescentes, con disfraz de educación. No se da una idea, padre, de cómo debo resistir. Como en mi casa, me ofrecen droga todo el tiempo; me invitan a tomar y hasta se me tiran encima algunas chicas para que pierda la virginidad. Sí, soy virgen. Y eso, en este ambiente, es considerado peor que una peste… ¡No se dan cuenta de que la virginidad es el único remedio para la pandemia de descontrol y vale todo, que nos está matando!
- Te felicito, hijo. Jesús dice: Bienaventurados los puros, porque ellos verán a Dios (Mt 5, 8). Es lo que Dios nos pide, y nos da la gracia para ello…
- Realmente, padre, yo tengo todas en contra. Pero el Señor me ha cuidado todo este tiempo. Y hoy tengo más claro que nunca que debo permanecer virgen hasta el matrimonio, o hasta el sacerdocio o la vida religiosa; si Jesús me llama para eso. Por supuesto, es una lucha constante, de cada momento. Pero tengo la paz que solo la pureza puede dar…
A estas alturas de la conversación noté que mi rostro se encendía. ¡La obra de Dios! ¡Cómo en medio de la más grande inmundicia, Él hace germinar las rosas más bellas! Por medios que solo el Señor conoce, cuidó a éste, su hijo en el Hijo, de una manera admirable; contra todas las trampas de sus enemigos.
- ¡Fuerza, mucha fuerza! ¡Sigue así, Luis! ¡Anímate a ser bien distinto, y a nadar contra la corriente! ¡Ahora, con la gracia de los Sacramentos, verás aumentada de una manera notable la protección del Señor! ¡Si hasta este momento fuiste un pichón de soldado, en adelante serás un auténtico guerrero de Cristo Rey!
- ¡Gracias, padre! Vea lo que me acaba de pasar el viernes pasado en el colegio. En un recreo se me acercaron unos pibes y unas chicas para molestarme: «¿Cómo está ‘la virgencita’? ¿Hasta cuándo seguirá siendo alcahuete de los curas? ¿No te das cuenta de que Dios no existe, y que vida hay una sola?». Y entonces, las pibas, se me abalanzaron: «¿Qué, no te gusto? ¡Dale, bebé, vamos a divertirnos! ¿O acaso te gustan los chicos?». Ya harto, grité: «¡Sí, por gracia de Dios, soy virgen! Y, con su ayuda, lo seré hasta que me case, o sea religioso. ¿Acaso ustedes no hablan todo el tiempo de diversidad y respeto? ¿Por qué no respetan que sea diferente? ¡Dios primero! Desde niño perdí de todo: familia, amigos, buenos compañeros… ¡No quiero perder, ahora, lo que tanto cuesta y que, por eso, tanto vale!». Se produjo un silencio enorme; y, de a poco, fueron dejándome solo. ¿Hice bien en reaccionar así, padre?
- ¡Lo hiciste excelente, querido hijo! ¡Qué distinta sería nuestra sociedad si tantos adultos, con presuntas ideas claras, actuasen del mismo modo! ¡La Iglesia y la Patria necesitan muchísimos católicos como vos! ¡No te rindas nunca! ¡Eres parte de la solución, y no del problema! ¡Felicitaciones!
Saqué del bolsillo de la sotana otro de los rosarios que traje de Roma, lo bendije, y se lo coloqué sobre su cuello. «Otro Luis, Gonzaga, religioso, santo –le dije-; que murió casi con tu misma edad, conservó toda su vida la virginidad. Al igual que muchísimos otros hermanos en estos dos milenios de cristianismo. Y como tantos jóvenes que, también hoy, se conservan puros. Y que, por supuesto, no lo andan gritando a los cuatro vientos. Lo guardan, con pudor, como una ofrenda al Señor; y, desde él, para sus futuros cónyuges, o para la amadísima Iglesia. ¡Felicitaciones, de nuevo, hijo! Dios me ha hecho contigo un regalo extraordinario, en esta mañana platense».
A horas de la Inmaculada Concepción, la Santísima Virgen, había llenado mi corazón de gratitud. Una vez más comprobé que, salvando las distancias, al igual que en ella, el Todopoderoso hace grandes cosas en nosotros (cf. Lc 1, 49). Y nos recuerda, por encima de todas las adversidades, que todo lo podemos en Aquel que nos conforta (cf. Flp 4, 13). ¡Gracias, Señor, por sorprendernos todo el tiempo! ¡Gracias por mostrarnos, a cada instante, en múltiples rostros, reflejos conmovedores de tu Divino Rostro!
La Plata, lunes 8 de Diciembre de 2025.
Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María. -







