Venimos advirtiendo desde hace varios años sobre el estado del episcopado argentino y, particularmente, sobre el proceso de degradación permanente al que lo sometió Francisco, nombrando obispos completamente innecesarios (San Juan tiene tres obispos y en La Plata hay más obispos que seminaristas, para dar sólo un par de ejemplos), elegidos de entre lo más marginal del clero, sin ningún tipo de formación y con el único mérito de tener «olor a oveja» según el olfato pontificio. En otras palabras, sin más mérito que la obsecuencia al pontífice. Estimo yo que la intención del Papa difunto habrá sido la de condicionar a su sucesor de modo tal que las próximas sedes vacantes debieran ocuparse con el lumpenaje mitrado que está haciendo cola.
Es probable que suceda eso, pero es probable también que no suceda. Se sabe que hace algunas semanas el Papa León tuvo una conversación con el nuncio apostólico en Argentina y le aseguró que los nombramientos, de ahora más, seguirán el curso normal: las ternas las elabora la nunciatura y Roma decide. En otras palabras, se acabó el proceso que se seguía desde 2013, según el cual Francisco nombraba obispo al que se le ocurría, o al que le aconsejaban sus amigos cercanos, sin tener en cuenta en lo más mínimo las sugerencias del nuncio y los antecedentes del candidato. Y recordemos que los nuncios, para elaborar las ternas de candidatos, siguen un cuidadoso proceso en recabar antecedentes y opiniones lo que garantiza una cierta idoneidad del candidato. Si se hubiera seguido este proceso, nos habríamos evitado un obispo degenerado como Dominguez, los bochornos sucedidos en Mar del Plata y en La Plata, o los varios elegidos que se vieron forzados a renunciar a sus nombramientos antes de la consagración por las amenazas recibidas de exponer los cadáveres que tenían escondidos en el armario.
Esta intención del Papa León, y me refiero a que los nombramientos episcopales sean cuidadosamente decididos, no se manifiesta solamente en el caso argentino. Se sabe que la semana siguiente a la elección pontificia, se apersonaron en el Vaticano los cardenales españoles Cobo y Omella, es decir, Madrid y Barcelona, y pidieron ser recibidos por Su Santidad. No les fue concedida la audiencia y, sin embargo, en esos mismos días recibió a Mons. Bernardito Cleopas Auza, ex-nuncio en Madrid exonerado por Francisco. Y el dato es significativo porque sabemos que los nombramientos en España seguían el mismo procedimiento que en Argentina: desprecio y desconocimiento de las ternas propuestas por la nunciatura, y nombramientos por recomendaciones de los paniaguados pontificios. El caso más clamoroso fue la sede madrileña: fue nombrado arzobispo, y luego cardenal, el padre José Cobo, que ni siquiera estaba en la terna, y razones habían de sobra para que no estuviera. Y el daño infligido está a la vista. Así se manejaban los asuntos episcopales más delicados en el felizmente terminado pontificado.
De esta manera entonces hay alguna esperanza de que la situación del episcopado argentino comience a revertirse paulatinamente. En Argentina, el Papa León podría dejar a los obispos amontonados como están en sedes intrascendentes y, cuando se produce la vacancia de alguna, elegir para ocuparla a buenos sacerdotes. No sería necesario que fueran muchos los obispados ocupados de este modo o que fueran de importancia. O bien, podría hacer indicaciones sutiles o no tanto. A pesar del juramento que hicieron de continuar cueste con lo que cuesta con la «iglesia de Francisco», como veremos más adelante, poco a poco los obispos se irían convenciendo de que los aires soplan definitivamente en otra dirección y ellos también se orientarían hacia los nuevos vientos, ya que una de las características de la casta episcopal argentina es la sumisión; son personajes menores y, como tales, sin principios más que los que le dicta la propia conveniencia.
E indicaciones hay. La más clamorosa fue la que hizo el 27 de agosto: nombró miembro del Dicasterio para el Clero al obispo de Jujuy, Mons. César Daniel Fernández. El caso es interesante porque este Fernández, hecho obispo por Benedicto XVI, había sido previamente apartado de su cargo de formador en el seminario arquidiocesano de Buenos Aires por el entonces cardenal Bergoglio y aparcado en un puesto sin importancia. Cuando fue elegido Francisco, Fernández ya era obispo de Jujuy y se convirtió en el líder del pequeño y asustadizo grupo de obispos anti-bergoglianos, a sabiendas de que eso significaría quedar eternizado en la sede jujeña. Y así fue. En síntesis, el Papa León XIV ha colocado en uno de los dicasterios claves del Vaticano, que entre otras cosas se ocupa de los seminarios, a un obispo antibergogliano que fue desechado por Bergoglio como formador de seminaristas.
En todo caso, deberíamos soportar algunas excepciones para bien de la Iglesia universal. En los corrillos vaticanos se habla, por ejemplo, de que León está decidido a desembarazarse cuanto antes de dos cardenales: Mauro Gambetti, arcipreste de la basílica de San Pedro (los franciscanos de Asís ya le han hecho saber que no lo quiere de regreso allí) y Tucho Fernández –de allí las presiones que éste está ejerciendo con torpeza para permanecer en su puesto– quien sería destinado a la sede de Buenos Aires, desplazando a Mons. Jorge García Cuerva al arzobispado de Salta, que se liberará próximamente. Al no-cardenal García Cuerva no solamente no lo quiere nadie –ni sus colegas obispos ni sus sacerdotes– sino que las quejas sobre su gestión en Buenos Aires se amontonan en los escritorios de los dicasterios romanos. Así, León mataría dos pájaros de un tiro, para desgracia de los fieles porteños y salteños. Cuestiones de la primacía del bien común sobre el bien particular, aunque si yo fuera alguien de importancia, sugeriría a Su Santidad aparcar a Fernández en Roma con algún cargo honorífico como capellán de la Orden Constantiniana o de la Orden de los canaricultores de la Real Casa de Saboya. Veremos, sin embargo, si la información se confirma o si no es más que un trascendido sin fundamento.
Se trata, entonces, de tener paciencia. Resulta claro que Prevost no toma decisiones impulsivamente ni a tontas ni a locas, sino que se toma su tiempo (quizás demasiado). Y se trata también de rezar, porque estos cambios, ni el Sumo Pontífice ni nadie puede hacerlos sin la asistencia y el auxilio de Dios.
La eclesiología
Los aires en la Iglesia están cambiando apaciblemente; no a modo de tromba o huracán como muchos quisiéramos quizás imprudentemente, sino como una brisa fresca, leve pero permanente, que seguramente se irá robusteciendo con el paso de los meses, aunque debamos soportar de vez en cuando algunos chubascos. Por poner algún ejemplo, hace pocos días el Papa León pronunció un discurso ejemplar sobre el sacerdocio, recordando la doctrina más rancia y tradicional: el sacerdotes es para la Misa; le recordó a los políticos que la esquizofrenia maritainena es un error y que no pueden separar su ser católicos de su ser políticos (es decir, contradijo «apaciblemente» a Francisco, para quien un político que apoyara el aborto podía comulgar) y nombró en el dicasterio del Clero a Mons. Varden y a Mons. Fernández. Y todo esto ocurrió en el lapso de una semana.
Ya no se trata, entonces, de pura exterioridad de trapos y de sitios de residencia. Los autoproclamados vaticanistas como Austin Ivereigh o Elizabetta Piqué, que gritaban extasiados que León era la «continuidad absoluta» con Francisco, deben estar decepcionados, por decir lo menos. Y también lo están, y mucho, los obispos argentinos. La designación de Mons. César Fernández, obispo de Jujuy, en el dicasterio del Clero cayó a muchos de ellos como un baldazo de agua fría que los terminó de espabilar; basta ver la escueta y helada nota que publicó la CEA felicitándolo. No los ha tomado por sorpresa y se han venido preparando, al menos el grupo de los bergoglianos de paladar negro. Se sabe que ellos se han juramentado mantenerse fieles a la «iglesia de Francisco» más allá de los cambios que pueda promover el Papa León XIV. «Aunque sea un Papa similar a Benedicto XVI, nosotros permaneceremos fieles a la iglesia de Francisco», desafiaron en una tenida que tuvieron no hace mucho tiempo en Buenos Aires. De allí las demenciales medidas del obispo de Gregorio de Laferrère y del arzobispo de San Juan: son desafíos o pruebas para ver hasta dónde pueden defender la colina francisquista.
Más allá de estas bravuconadas que habrá que ver qué efecto y duración tienen, lo más grave es la eclesiología a la que estos obispos adhieren. Ya no se trata de seguir en la Iglesia de Cristo, sino en la iglesia del caudillo de turno; una suerte de monstruoso ultramontanismo según el cual, cada Papa fundaría una iglesia distinta, y gravemente distinta, a la cual los obispos adherirían según su buen parecer y simpatía.
Algunos podrán pensar que exagero, que en todo caso se trata de expresiones parciales que se han filtrado de conversaciones episcopales que debían permanecer en reserva. Y sin embargo, no es así. Veamos algunos casos que revelan claramente la eclesiología a la que adhiere buena parte de los obispos de la CEA.
Según fue reportado en varias redes sociales, en mayo del año pasado, el P. Ricardo Mauti, profesor de eclesiología en la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina (seminario de Buenos Aires), enseñaba en sus clases que en la iglesia de Francisco –la iglesia vigente en ese momento– hay lugar para «todos, todos, todos», y escribía en un costado del pizarrón quiénes eran esos todos, además de los clásicos y aburrido católicos: los «diversos» sexualmente, los protestantes, los musulmanes y aún los ateos. Todos son parte de esta nueva iglesia. Y luego, trazando una línea, anotaba quiénes no eran parte de ella: los tradicionalistas y los ultraconservadores, consignando sus nombres propios. Lo primero que llama la atención es que el P. Mauti comenzó siendo un profundo estudioso del cardenal Newman, sobre quien tiene numerosas publicaciones. No se entiende entonces la asombrosa pirueta de su teología porque, si en la iglesia entran todos los todos posibles, ¿cómo se justifica la conversión de Newman, con lo doloroso que fue este paso para él? En fin, un misterio de las evoluciones teológicas que sufren ciertos clérigos afectados por los vientos calenturientos que bajan de Roma y que, a veces, traen una mitra de regalo.
No discutiré aquí la novedosa eclesiología de Mauti, tan distinta de la que enseñaron los grandes Padres y Doctores de la Iglesia, porque yo no soy teólogo aunque como bautizado, poseo ese sensus fidei del que tanto habló Newman, que me dice que se trata de un error gravísimo y que esa enseñanza, y que quien la enseña, no son católicos. Lo que sí quiero señalar es que para este docente, un Papa, sea Francisco o el que sea, pueda fundar una nueva teología y una nueva eclesiología, según sus gustos y berrinches. ¿En qué cabeza (católica) cabe que un pontificado tenga la potestad de cambiar la Tradición, de ignorar o distorsionar la enseñanza de los maestros en la Fe y de proponer una nueva doctrina que pretenden hacer pasar por apostólica… adaptada a los nuevos tiempos? Puedo entender que Goebbels, Mólotov hayan sido los serviles propagandistas de las políticas de Hitler y Stalin, pero ¿puede concebirse que algo similar ocurra en la Iglesia? Dicho de otro modo, ¿cómo puede un pretendido teólogo, con títulos académicos de cabotaje, es verdad, afirmar en una universidad católica que la teología cambia según lo determina el cacique de turno? Es que no se trata solamente de una herejía; se trata de una burrada a la que cuesta dar crédito y que, por supuesto, tenía las patas muy cortas, tal como quedó demostrado el 21 de abril de 2025.
Podrá argüirse que no se trata más que de la disparatada idea de un teólogo obsecuente con el arzobispo y con el Papa de turno. Pues no; es la eclesiología que sostiene buena parte del episcopado argentino. Aquí pueden escuchar la respuesta que daba en el mes de mayo Mons. Raúl Martín, apenas nombrado arzobispo de Paraná. Su eclesiología se sintetiza en «hacer lo que la Iglesia en Roma nos está pidiendo». Es decir, la Iglesia es lo que Roma, en este momento concreto de la historia, decide que sea. La iglesia que propugnan (y a la que pertenecen) Mons. Martín y el P. Mauti, entre otros, es la iglesia del Papa, no la Iglesia de Cristo; una iglesia que sigue al caudillo de turno y no a su Fundador. Esta nueva iglesia no es católica, es decir, universal en el tiempo, porque se ha desprendido de toda la teología y de todas las enseñanzas acumuladas a lo largo de veinte siglos, y ha sido renovada (para siempre o hasta el advenimiento del próximo Papa, no lo sabemos), por Francisco. Veremos el tratamiento que hace Mons. Martín de lo que ahora «Roma nos está pidiendo», que va siendo cada vez más distinto de lo que nos pedía hace algunos meses, lo que será confirmado por buenas noticias que se conocerán dentro de poco.
El caso de Mons. Martín no es el único.
El 24 de mayo pasado, tuvo lugar en la arquidiócesis de Mercedes - Luján una asamblea eclesial, de la que participaron más de cien personas. Allí, el arzobispo Jorge Scheinig, uno de los bergoglianos más rancios, dijo con tono futbolero: «Si esta no es la iglesia ¿la iglesia dónde está? Tendría que venir el Papa y ver que acá está la iglesia… y que vamos a continuar haciendo lo que ya venimos haciendo, aunque el nuevo Papa marque otra cosa… acá está la iglesia». Notemos que habían pasado apenas dos semanas desde que el Papa León asumiera la cátedra petrina, y él ya planteaba el desafío: «Aunque usted nos marque otra cosa, nosotros seguiremos como venimos siendo con el Papa Francisco». Esto es en el fondo lo que dijo, a viva voz y frente a un importante grupo de fieles. Éstos, que conservan el sensus fidei, se quedaron de una pieza al escuchar el exabrupto episcopal y se produjo un palpable silencio; Scheinig se dio cuenta que se había ido de boca y que hay cosas que se dicen en privado y a oídos discretos. Fue así que, al terminar, la asamblea, en sus palabras de cierre aclaró: «Lo que dije antes del Papa… hay que ver qué sucede, qué hace, está recién empezando… Y si hace otra cosa, no quiero estar fuera de la comunión con Roma». Tarde se acordó de mostrar su adherencia a la sede romana; los fieles ya habían tomado nota y las expresiones episcopales se comentaron con asombro y aún con escándalo en todas las parroquias de la arquidiócesis.
No puede exigírsele a Mons. Scheinig lo que se espera del P. Mauti. El prelado de Luján es un técnico mecánico de Carapachay que alcanzó una licenciatura en teología pastoral, es decir, zaraza con reconocimiento académico, y nada más; el típico obispo de la época, elegido por su tufo a oveja y su adhesión al líder. Pero aunque no podamos esperar doctrina, bien podría esperarse al menos sensatez, sentido común católico. La Iglesia está efectivamente en su diócesis, como está en todas las diócesis del mundo, y como estaba en el siglo XIX, o cuando Luján no era más que una posta en medio de la pampa virreinal, o como estaba en Cartago en el siglo III o en París en el siglo XIII. La Iglesia es la misma, y sostiene la misma fe enseñada por los apóstoles a lo largo de veinte siglos. Y no cambia de acuerdo al humor de cada Papa o de cada concilio. La Iglesia es una –es el espacio y en el tiempo– en Cristo: In illo Uno, unum.
La situación del episcopado argentino es gravísima, y no solamente por la catástrofe y destrucción que han producido en sus diócesis hipotecando el futuro a largo plazo, sino porque muchos de ellos sostienen una eclesiología, y una teología, completamente distinta a la que enseña la Iglesia. Sería importante que el nuncio apostólico en Argentina informe al Papa León XIV de esta lastimosa situación. Él, asistido por el Espíritu Santo, podrá encontrar quizás una solución.
Publicado originalmente en Wanderer