Me sorprendió saber que el arzobispo de Chicago, el cardenal Blase Cupich, tiene previsto conceder un premio a la trayectoria vital al senador Richard Durbin a través de la oficina archidiocesana de dignidad humana y solidaridad, durante el acto benéfico que se celebrará el 3 de noviembre en el St. Ignatius College Prep. Esta decisión, que amenaza con escandalizar a los fieles y dañar los vínculos de comunión eclesial, debería ser revocada.
La Iglesia enseña que el aborto —la eliminación intencionada de un ser humano no nacido en el seno materno— es un «mal intrínseco», una acción que siempre y en todo lugar es «incompatible con el amor a Dios y al prójimo». Debemos, como dijo el papa Juan Pablo II en Evangelium Vitae, «tener el valor de mirar la verdad de frente y llamar a las cosas por su nombre». En el caso del aborto, «estamos ante un asesinato», ya que «el que es eliminado es un ser humano en los comienzos de su vida». El Concilio Vaticano II describió el aborto como «un crimen abominable». Reflejando la naturaleza inherentemente violenta del acto, el papa Francisco ha comparado con frecuencia el aborto a contratar a un sicario de la mafia «para quitar una vida humana y resolver un problema». Poco después de su elección como Sumo Pontífice, el papa León XIV dijo al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, el 16 de mayo, que «nadie está exento del deber de esforzarse por garantizar el respeto de la dignidad de toda persona, especialmente de los más frágiles y vulnerables, desde los no nacidos hasta los ancianos, desde los enfermos hasta los desempleados, tanto ciudadanos como inmigrantes». Lamentablemente, el senador Durbin ha excluido a los no nacidos del respeto a su dignidad humana. La ley «no puede declarar justo lo que se opone a la ley natural». Por tanto, los intentos de crear un derecho legal al aborto son intrínsecamente ilegítimos e incompatibles con la justicia y el bien común.
Durante su mandato, el senador Durbin ha sido un defensor declarado del aborto legal. En casi tres décadas en el Senado de los Estados Unidos, Durbin se ha dedicado a crear, preservar y ampliar un derecho legal al aborto —es decir, un derecho legal a matar a un ser humano inocente en el vientre materno—. Una y otra vez, Durbin ha apoyado iniciativas legislativas que excluyen a toda una clase de seres humanos de la protección legal. Sus posturas son tan extremas que incluso votó en contra de la Partial-Birth Abortion Ban Act (que prohíbe el procedimiento espantoso consistente en perforar el cráneo del niño con unas tijeras y succionar su cerebro con un aspirador) y de la Born-Alive Abortion Survivors Protection Act (que exigiría atención médica vital para cualquier niño que sobreviva a un aborto fallido).
Esta violencia obscena —un supuesto derecho legal que Durbin ha tratado de consagrar en la legislación estadounidense— es contraria a la dignidad humana y a la solidaridad humana. Por tanto, resulta absurdo que se conceda al senador Durbin un premio de la oficina de «dignidad humana y solidaridad», cuando Durbin ha dedicado su carrera a negar la dignidad humana de los no nacidos y a socavar la solidaridad con los más débiles y vulnerables entre nosotros.
El premio previsto se titula «premio a la trayectoria vital» y el acto en el que se le va a entregar se llama Keep Hope Alive («Mantener viva la esperanza»). Esto resulta irónicamente macabro, pues la matanza de inocentes in utero es nihilista y carente por completo de esperanza, y las políticas que Durbin ha apoyado han negado una vida entera a innumerables niños no nacidos.
El historial escandaloso del senador Durbin respecto a la cuestión fundamental de la vida humana no nacida lo hace indigno de recibir el premio propuesto o cualquier otro honor católico.
La decisión de conceder este galardón a Durbin es un error gravísimo. Si se lleva a cabo, será una fuente de enorme escándalo tanto entre los católicos como ante la opinión pública. Las personas se preguntarán, con razón, si la Iglesia se toma en serio su oposición al aborto, si realmente lo considera una cuestión de vida o muerte, y si de verdad cree que está en juego la dignidad humana. Algunos católicos podrían llegar a la conclusión de que el aborto, en el fondo, no es algo tan importante. Podrían pensar que se pueden ignorar impunemente algunas enseñanzas de la Iglesia si se apoyan otras políticas coherentes con la doctrina en otros ámbitos, como la inmigración.
Conceder un premio a Durbin por su trabajo en materia de inmigración, a pesar de su descarado apoyo a la licencia para abortar, ignora la enseñanza de la Iglesia de que «[u]n compromiso político con un único aspecto aislado de la doctrina social de la Iglesia no agota la responsabilidad de uno con respecto al bien común». La vocación cristiana en la vida pública exige integridad, no la invocación selectiva de ciertas enseñanzas. Como han afirmado los obispos de EE. UU., «estar ‘en lo correcto’ en tales materias no puede nunca excusar una elección errónea respecto a ataques directos contra la vida humana inocente. De hecho, el fracaso en proteger y defender la vida en sus etapas más vulnerables pone en duda cualquier pretensión de ‘corrección’ en otras materias que afectan a los más pobres y menos poderosos de la comunidad humana». Alguien como el senador Durbin, cuyas actuaciones legislativas han contribuido a minar la protección de la vida humana —el fundamento mismo de la sociedad civil—, no merece ningún honor público.
Además, conceder este premio a Durbin violaría tanto las directrices de la USCCB como las propias normas de la Archidiócesis de Chicago sobre honores y galardones. En su declaración de 2004 Catholics in Political Life, los obispos del país hablaron con una sola voz, afirmando que «aquellos que actúan en contra de nuestros principios morales fundamentales […] no deben recibir premios, honores ni plataformas que puedan dar a entender apoyo a sus acciones». Igualmente, el manual normativo de la Archidiócesis de Chicago establece que «Ninguna entidad católica sujeta a la autoridad del arzobispo de Chicago, ni ningún consejo o comité de recaudación de fondos afiliado a ellas, debe conceder premios ni honores, ni ofrecer presentaciones, discursos o apariciones a individuos u organizaciones cuya postura pública contradiga los principios morales fundamentales de la Iglesia católica». No se entiende por qué el cardenal Cupich ha considerado oportuno ignorar tanto a sus hermanos obispos como el propio manual de políticas de su diócesis.
Aunque Richard Durbin mantiene su residencia en Springfield y, por tanto, está bajo mi cuidado pastoral y autoridad como obispo de su lugar de domicilio, el cardenal Cupich no me consultó ni me informó de esta distinción. Me enteré por los medios de comunicación. Esta falta de consulta con un hermano obispo respecto a un miembro de su diócesis es aún más preocupante si se tiene en cuenta que el cardenal Cupich sabe que el senador Durbin no tiene permitido comulgar en la Diócesis de Springfield (Illinois) desde 2004, en aplicación del canon 915 del Código de Derecho Canónico, por «perseverar obstinadamente en un pecado grave manifiesto» al apoyar el aborto. En lugar de conceder premios a políticos que respaldan la destrucción legal de vidas humanas no nacidas, la USCCB insta a personas como Durbin a «considerar las consecuencias para su propio bienestar espiritual, así como el escándalo que provocan al inducir a otros al pecado grave».
Ofrezco esta corrección fraterna con la esperanza de que el cardenal Cupich revoque esta errónea decisión y así preserve la integridad de la enseñanza moral de la Iglesia, evitando el escándalo que de otro modo causaría entre los fieles.
+ Thomas Paprocki, obispo de Springfield
Publicado originalmente en First Things