"Honrarás a tu padre y a tu madre"

Queridos lectores, como pueden observar, el título del artículo de hoy consiste en la formulación del Cuarto Mandamiento de la Ley de Dios. He querido referirme a él, pues, en los tiempos que corren, me parece más que pertinente traerlo a consideración; no tanto en relación a los hijos menores de edad, sino, sobre todo, en cuanto a los hijos mayores de edad, respecto a sus padres ya entrados en la ancianidad. Ello es así, porque, aunque sé que existen hijos muy buenos, que asisten con solicitud a sus padres ya ancianos, velan por ellos y les tratan con cariño, también soy consciente de que se dan abundantes casos, extraordinariamente lamentables, de hijos adultos que se desentienden por completo de sus padres y, no solamente no miran por ellos, sino que ni siquiera mantienen con ellos el menor trato; o tienen un trato francamente escaso. Y esto, incluso, en el momento de la muerte del progenitor y aun después, respecto a sus restos. Conozco ejemplos desgarradores, en este sentido. No sé cómo estarán las cosas en Hispanoamérica, en relación a este asunto; pero, en España, no es difícil encontrar casos de flagrante abandono de los ancianos por parte de sus hijos y nietos (a mi modo de ver, con menor culpa de los nietos que de sus padres; sobre todo, si los nietos son menores de edad). Y esto, tanto si el padre o la madre ancianos se encuentran viviendo en su casa, como si se hallan ingresados en una residencia de ancianos. De hecho, es conocido cómo, durante la pandemia del tristemente famoso virus COVID-19, se dieron abundantes casos de personas mayores dispuestas a desheredar a sus hijos, por la indiferencia y el abandono de éstos respecto a la suerte de sus padres en tan difícil trance. Sin ni tan siquiera llamarles por teléfono.
Respecto a esta situación, vaya por delante que soy consciente de que la vida es larga y las relaciones humanas no siempre son fáciles. Ni siquiera, entre padres e hijos. Sin embargo, Dios quiere que los hijos amen y honren a sus padres y que lo hagan siempre. La formulación del Cuarto Mandamiento de la Ley de Dios no contiene condicionante alguno a lo que en él se manda. El Señor no nos dice que honremos a nuestros padres solo si éstos han sido cariñosos con nosotros, nos han dado todo lo que queremos o nos han apoyado en todos nuestros proyectos de vida. No es así. Debemos honrar a nuestros padres, en primer lugar, porque Dios nos lo manda; y, además, por el altísimo deber de gratitud que les debemos, por cuanto ellos nos han dado la vida, nos han traído a este mundo y, con mayor o menor acierto, nos han cuidado, educado y mirado por nosotros durante muchos años; años en que dependíamos de ellos por completo. Asimismo, no existen los padres perfectos, como no existen los hijos perfectos; todos somos pecadores y es muy difícil, por no decir imposible, que unos y otros no cometamos jamás errores.
La situación de abandono total de muchos ancianos por parte de sus familiares, desde luego, resulta sumamente triste. No me quiero ni imaginar el dolor y la tristeza de tantos ancianos, tan solos durante años, después de toda una vida de sacrificios y esfuerzos por sacar adelante a sus hijos y con, sin duda, el inmenso y legítimo deseo de tener trato con ellos y con sus nietos y recibir su cariño. No es difícil, insisto, que los padres hayan podido cometer errores y fallos, en el cuidado y educación de sus hijos, cuando éstos eran jóvenes; incluso, errores y fallos muy graves. Sin embargo, los hijos no están en absoluto legitimados por Dios para ajustar cuenta alguna con sus padres cuando ya se han independizado de ellos o cuando sus padres son ancianos y les necesitan. Además, el Señor nos manda perdonar a nuestro prójimo y amar, incluso, a nuestros enemigos. ¿Acaso no decimos a Dios, en el Padrenuestro, “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”? Si quienes, por lo que sea, en algunos momentos nos han ofendido son nuestros padres, ¿No habrá que perdonarles también de todo corazón y con mucho mayor motivo que a otras personas?
El Catecismo de la Iglesia Católica, desde el número 2214 al número 2231, explica muy bien cuáles son los deberes de los hijos para con sus padres y, a continuación, cuáles son los deberes de los padres. En lo que a los deberes de los hijos adultos para con sus padres se refiere, el punto 2218 del Catecismo contiene citas de la Sagrada Escritura sumamente interesantes y de lectura más que recomendable. Citas que los hijos debieran tener muy en cuenta, sin olvidarlas jamás. De hecho, el deber de honrar a los padres y cuidar de ellos en su vejez resulta ser tan grave que el libro del Eclesiástico señala lo siguiente:
“Hijo, cuida de tu padre en su vejez, y en su vida no le causes tristeza. Aunque haya perdido la cabeza, sé indulgente, no le desprecies en la plenitud de tu vigor […] Como blasfemo es el que abandona a su padre, maldito del Señor quien irrita a su madre” (Si 3, 12-13.16)
Como vemos, la Sagrada Escritura llama blasfemo al que abandona a su padre y maldito de Dios a quien irrita a su madre. Nada menos. Esto es algo que no pocos hijos que ignoran olímpicamente a sus padres en su vejez debieran tener muy presente; aunque no dudo que muchos de ellos ni siquiera sabrán que la Palabra de Dios realiza estas severas afirmaciones (y aunque lo supieran, a no pocos de ellos, probablemente, les daría igual). Dicha ignorancia, desde luego, no es excusa para semejante comportamiento, pues la Ley Natural está inscrita en el corazón de todo hombre y, por tanto, no es difícil que una persona, crea en Dios o no, sepa, en el fondo de su corazón, que dejar a sus padres abandonados y solos en su ancianidad es algo perverso y contra natura. Muy, muy grave y criminal tendría que haber sido el comportamiento de un progenitor para que estuviera justificado que sus hijos se desentendieran de él por completo y para los restos. No creo, desde luego, que tal sea el caso de la inmensa mayoría de los ancianos que se ven abandonados e ignorados por sus hijos. Y no dudo que Dios, en el Más Allá, pedirá dura cuenta a los hijos que hayan abandonado a sus padres en su enfermedad o ancianidad.
Por otro lado, los hijos en edad adulta debieran tener muy presente, además, que sus propios hijos ven el ejemplo, ya sea bueno o malo, del trato que ellos dan a sus padres, esto es, a los abuelos de sus hijos. Todos vamos a envejecer, si Dios nos da vida para ello y, en esta materia, lo que se siembra será, muy probablemente, lo que se recoja después, cuando los hijos adultos, bien hayan cuidado solícitamente a sus padres ancianos, bien les hayan ignorado por completo, alcancen su propia senectud. Si un niño o un joven han visto a sus padres no llamar por teléfono, ni visitar jamás a sus abuelos, ni llevarles tampoco a ellos a visitarles, ¿Qué creen esos padres que harán sus hijos después, cuando ellos sean ancianos? Como digo, lo más probable es que hagan lo mismo; sencillamente, porque es el ejemplo que habrán visto en sus padres respecto a sus abuelos. Así, no es de extrañar que el Libro del Eclesiástico afirme, también, que “el que respeta a su padre recibirá alegría de sus propios hijos” (Si 3, 5); a la inversa, pues, puede uno imaginarse lo que una persona recibirá de sus hijos, si no es capaz de respetar a sus propios padres, tratarles con cariño y mirar por ellos, si lo necesitan.
Queridos lectores, si aman ustedes a Dios y desean cumplir su Santa Voluntad (y no dudo que, en el caso de muchos de ustedes, así es), amen mucho, muchísimo, también a sus padres, con sus virtudes y sus defectos. Si la relación con su padre o su madre, por lo que sea, no resulta fácil, pongan todo de su parte para procurar que resulte lo mejor posible. Sean muy comprensivos con sus padres, recen por ellos y jamás rompan la relación con ellos, pase lo que pase. Miren mucho por ellos cuando sean ancianos o se hallen enfermos y necesiten su ayuda y su cariño. La Sagrada Escritura deja muy claro cuánto escucha Dios las oraciones de quienes aman y honran a sus padres y el cúmulo de bendiciones que derrama sobre ellos. Aprovechen el tiempo que puedan ustedes pasar con sus padres, para tratarles con mucho cariño y respeto; pues ese tiempo sigue transcurriendo y, un día, sus padres abandonarán este mundo, para acudir al encuentro del Señor, de forma que ya no podrán tenerles a su lado. Ni que decir tiene que, cuando el fallecimiento de los padres tenga lugar, los hijos deberán procurar que sus padres reciban los últimos auxilios espirituales en el momento de su muerte y, después, cristiana y digna sepultura. Asimismo, deberán rezar por su eterno descanso; de forma que, si hubieren de terminar de purificarse en el Purgatorio, puedan alcanzar el Cielo cuanto antes. Resulta muy recomendable, además, visitar, de vez en cuando y en lo posible, las tumbas o columbarios donde reposan los restos de nuestros padres (y, en su caso, otros familiares) ya fallecidos, rezar allí por ellos y velar porque dichas tumbas o columbarios se encuentren en buen estado.
Que Nuestro Señor Jesucristo, ejemplo supremo de inmenso amor a su Madre, Santa María y a su padre adoptivo San José, nos conceda, con su Gracia, querer muchísimo a nuestros padres, vivos o difuntos y honrarlos cumplidamente, tal como Dios, Nuestro Señor, desea que hagamos. Así sea.
10 comentarios
Proverbios 23,22
Una sociedad que ha asumido como "normal" el aborto, las relaciones contra natura y ahora está en proceso de "normalizar" la eutanasia, acabará "normalizando" la sedación terminal de los ancianos al llegar a determinada edad.
En España hemos pasado de aquellos anuncios en los que se decía "no lo abandones" referido a los perros, porque siempre que llegaban las vacaciones de verano había miles de abandonos, a necesitar que nos pongan anuncios, y no los van a poner, cambiando al perro por el abuelo.
Una sociedad que abandona y desprecia a sus ancianos no merece sobrevivir. Y esta no lo hará.
No me cabe en la cabeza que una familia verdaderamente católica incurra en ese comportamiento miserable, pero nunca está de más que nos recuerden nuestro deber para con los mayores. Porque además, hay muchos grados de abandono o falta de trato adecuado. Si tú atiendes a los abuelos para que esté bien alimentados y aseados, pero les tratas como si fueran un cero a la izquierda en los tiempos de ocio, de charla sobre temas importantes, etc, no estás haciendo bien las cosas. Y ni te cuento si ignoras sus necesidades espirituales.
Este muy buen post nos recuerda que el cuarto mandamiento no está de adorno. Y es el primero que no se refiere a Dios sino al comportamiento entre los seres humanos. Por algo será.
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L.V.: Muchas gracias, Luis Fernando. Muy pertinentes, tus observaciones, como siempre.
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L.V.: Gracias, Masivo, su comentario es muy interesante. Con todo respeto, creo que dicho abuelo se equivocó, con tal actitud. Sus nietos no tenían culpa de no haber sido bautizados siendo pequeñitos y no haber sido, supongo, formados en la fe cristiana. El Señor no nos manda amar solo a los bautizados y los hijos y nietos son hijos y nietos, estén bautizados o no. Comprendo que las situaciones que usted describe son complicadas de gestionar; pero tratar a alguien con cariño no es equivalente a aprobar sus malas acciones, si las hay. La caridad ha de ir más allá. Espero que esos hijos y nietos hayan perdonado este rechazo de su padre y abuelo. Dios lo quiera.
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L.V.: Esos ancianos, del modo que sea, sacaron a sus hijos adelante. No me parece que pensaran solo en sí mismos y la tempestad de la soledad, el abandono y la indiferencia por parte de sus hijos no debieran recogerla de ninguna manera, porque es injusta a más no poder. Desde luego, no es, de ninguna manera, lo que Dios quiere y la Sagrada Escritura lo deja cristalino.
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L.V.: Muchas gracias, Juan Carlos.
En cualquier caso, hay que honrar a padre y madre.
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L.V.: Desde luego, está claro que el alejamiento de Dios y de la Iglesia por parte de muchas personas ha contribuido a la situación actual, tal como usted apunta. A menos Catolicismo, menos caridad y más indiferencia y egoísmo. Incluso, con respecto a los propios padres. Ya lo dijo Nuestro Señor Jesucristo: "Sin Mí, no podéis hacer nada".
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L.V.: El Cuarto Mandamiento no nos dice que honremos a nuestros padres según cómo le vaya la feria a cada uno. Si nuestra feria particular nos resulta complicada, lo que debemos hacer es acudir a Nuestro Señor y, con toda humildad y deseos de cumplir Su Voluntad, pedir su ayuda. La Gracia de Dios todo lo que puede y Dios no nos pide nada que esté por encima de nuestras fuerzas. Además, el resentimiento a lo único que nos conduce es a sufrir amargura. El cristiano debe procurar amar y perdonar, aun cuando el prójimo no nos lo ponga fácil. Fijemos nuestros ojos en Cristo y en su forma de perdonar y amar hasta el extremo, esto nos ayudará. Y no olvidemos que nuestra meta es el Cielo y al Cielo se llega amando y perdonando, incluso, a quienes, en ocasiones, no se han portado bien con nosotros. Sobre todo, si se trata de nuestros padres.
. Doy fe de que esto ocurre.
Magnífico. Gracias.
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L.V.: Gracias a usted, JLuis, como siempre.
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L.V.: A lo mejor, lo que pasa es que usted no se ha leído el artículo con atención. El tema no va de cómo me ha ido o dejado de ir a mí, sino de lo que Dios manda, ¿Comprende? He citado expresamente que el Catecismo regula los deberes de los hijos para con sus padres y, a continuación, también los deberes de los padres; y he advertido que el mal ejemplo de unos hijos adultos respecto a sus padres lo ven sus propios hijos... con las previsibles consecuencias posteriores, efectivamente. En todo caso, no son los padres quienes tienen que honrar a los hijos, sino a la inversa. Y yo no juzgo a nadie. A quien, por la razón que sea, le cueste querer a sus padres, que empiece a tratar el asunto en oración con Dios y entonces le irá resultando más fácil honrar a sus padres, pese a todo. No lo mando yo, honrar a los padres es un mandato de Dios mismo.
Concretamente: “Tu Señor ha ordenado que no adoréis sino a Él y que seáis benévolos con vuestros padres. Si uno de ellos o ambos llegan a la vejez, no seáis insolentes con ellos y ni siquiera les digáis: ¡Uf! Y háblales con dulzura y respeto.” (Corán 17:23).
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