La vida oculta y la Epifanía (I): esperanza en tiempos difíciles (Mt.2,2)

Hace algún tiempo, la lectora Camino Iriarte recomendó un escrito poco conocido de Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), “La vida oculta y la Epifanía”, que es muy apropiado para acompañar la meditación del Evangelio del domingo de Epifanía. Fue escrito en 1940, poco después del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, después de que las carmelitas le trasladaron de su convento en Alemania a uno en Holanda para intentar salvarle la vida y dos años antes de su muerte en Auschwitz. La primera parte nos ayuda a meditar: “hemos visto salir su estrella” (Mt. 2, 2). A continuación tienen la traducción de una versión en inglés que se puede encontrar aquí.

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Cuando la suave luz de las velas de adviento comienzan a hacer brillar en los oscuros días de diciembre una misteriosa luz en una oscuridad misteriosa, despierta en nosotros el pensamiento consolador de que la luz divina, el Espíritu Santo, nunca ha cesado de iluminar la oscuridad del mundo caído. Ha permanecido fiel a su creación, a pesar de toda la infidelidad de las criaturas. Y si la oscuridad no se permitía ser penetrada por la luz celestial, hubo de todas formas algunos lugares siempre predispuestas para que ardiera.


Un rayo de esta luz cayó en los corazones de nuestros padres originales, hasta durante el juicio al que fueron sometidos. Éste fue un rayo iluminador que despertó en ellos el conocimiento de su culpa, un rayo encendedor que les hizo arder con un remordimiento abrasador, purificando y limpiando, y les hizo sensibles a la suave luz de la estrella de la esperanza, que brilló para ellos en las palabras de la promesa del “protoevangelio”, el evangelio original.

Así como los corazones de los primeros seres humanos, a lo largo de los siglos una y otra vez los corazones humanos han sido fulminados por el rayo divino. Escondido de todo el mundo, les iluminó e irradió, dejó que la materia dura, incrustada y deformada de estos corazones se ablandara, y entonces, con la tierna mano de un artista les formó de nuevo en la imagen de Dios. Sin ser visto por ningún ojo humano, así fue cómo los bloques vivos fueron y son formados y juntados en una Iglesia en primer lugar invisible. Pero, la Iglesia visible crece de ésta invisible en obras y revelaciones siempre nuevas y divinas que emanan su luz sobre nuevas epifanías. La obra silenciosa del Espíritu Santo en la profundidades del alma hizo amigos de Dios de los patriarcas. Pero, cuando llegaron al punto de permitir el ser usados como instrumentos maleables, les estableció con una eficacia visible externa como portadores del desarrollo histórico, y despertó entre ellos a su pueblo elegido. Por lo tanto, Moisés, también, fue educado silenciosamente y luego mandado como jefe y legislador.

No todos a quienes usa Dios como un instrumento debe ser preparado de esta manera. Las personas pueden ser también instrumentos de Dios sin su conocimiento y hasta contra su voluntad, posiblemente hasta las personas que ni en su exterior ni en su interior pertenecen a la Iglesia. Serían entonces usados como el martillo o el cincel del artista, como un cuchillo con el que el viñador poda la vid. Para los que pertenecen a la Iglesia, la afiliación externa puede también temporalmente preceder el interior, de hecho puede ser materialmente significativo para ella (como cuando alguien sin fe es bautizado y luego llega a la fe a través de la vida pública en la Iglesia). Pero al final, es cuestion de la vida interior; la formación se mueve de lo interior a lo exterior. Cuánto más profunda es la unión con Dios, cuanto más rendido a la gracia por completo, cuanto más fuerte será su influencia sobre la forma de la Iglesia. En cambio, cuanto más esté envuelta una era en la noche del pecado y del distanciamiento de Dios, cuanto más necesita almas unidas a Dios. Y Dios no permite una deficiencia. Las mayores figuras de profecía y santidad emergen de la noche más oscura. Pero por la mayor parte, la corriente formativa de la vida mística permanece invisible. Por supuesto, los momentos cruciales en la historia mundial son co-determinados sustancialmente por las almas que ningún libro de historia menciona jamás. Y sólo nos enteraremos de esas almas a quienes debemos los momentos decisivos de nuestras vidas personales el día en que todo lo escondido sea revelado.

Porque las almas escondidas no viven aisladas, sino que son una parte del nexo vivo y tienen una posición en una inmensa orden divina, hablamos de una Iglesia invisible. Su impacto y su afinidad pueden permanecer escondidos de sí mismos y de los demás a lo largo de toda su vida terrestre. Pero también es posible que algo se haga visible al mundo externo. Así pasó con las personas y los acontecimientos entrelazados en el misterio de la Encarnación. María y José, Zacarías e Isabel, los pastores y los Magos, Simeón y Ana, todos éstos tuvieron en su pasado una vida solitaria con Dios y estuvieron preparados para sus tareas especiales antes de que se encontraran juntos en esos maravillosos encuentros y acontecimientos y, en retrospectiva, podían comprender cómo los caminos que se quedaron en el pasado condujeron a este punto culminante. Su estupefacta adoración en la presencia de estas grandes obras de Dios se expresa en los cantos de alabanza que han llegado hasta nosotros.

Pregunta del día [Puede dejar su respuesta en los comentarios]: ¿A qué personas desconocidas por los libros de historia debe algún momento decisivo de su vida?

Mañana: La vida oculta y la Epifanía (II) – “y cayendo de rodillos lo adoraron” (Mt. 2, 11)

2 comentarios

  
ignacio
Sin ser visto por ningún ojo humano, así fue cómo los bloques vivos fueron y son formados y juntados en una Iglesia en primer lugar invisible. Pero, la Iglesia visible crece de ésta invisible en obras y revelaciones siempre nuevas y divinas que emanan su luz sobre nuevas epifanías. Esta frase es magnífica y solo por ella Edith Stein [o santa Teresa de la Cruz] merece nuestra admiración. Sin duda que aquí tendría Lutero la respuesta a su IGLESIA que par él era la invisible.
A la pregunta: si sé de alguna persona… Puedo afirmar que Teresita con su oración salvó de la muerte eterna el criminal por el cual ofreció sus mortificaciones y oraciones. En mi vida particular, sin duda que habrá muchas circunstancias parecidas. Las almas orantes siempre preceden a las almas actuantes. Vale.
05/01/09 1:53 PM
  
María Lourdes
Ignacio, me encanta ese ejemplo de Sta. Teresita de Lisieux que dejó con su comentario. Me recuerda también a Sta. Gema Galgani que ofreció la mitad de su vida por la conversión de un sacerdote que estaba causando escándalo público en su tiempo.

También recuerdo el abuelo de mi esposo, que me contó menos de un año antes de morir que una vez salvó la vida de un hombre emborrachado que vió andando en las vías del metro. Bajó y le sacó antes de que viniera el siguiente metro. El hombre no se lo agradeció porque estaba borracho y cuando se lo dijo a un policía para que le llevara a algún lugar más seguro, el policía le comentó que debería de haberle dejado a ese hombre donde estaba. Cuando le preguntó su nombre, el abuelo de mi esposo no quiso decírselo y sólo contó lo sucedido al resto de la familia porque insistí en entrevistarle sobre su vida mientras pudiera (tenía más de 90 años).

Ese hombre sólo sabrá tras su muerte quién le salvó la vida, pero lo mismo creo que nos pasa a nosotros espiritualmente. Eso es mayor motivo para amar a todos, ya que no sabemos el mucho bien que nos puede estar haciendo alguien que a simple vista no nos cae bien o a quien parece que no caemos bien.
05/01/09 10:15 PM

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