¿Es demasiado severo el Dios del Antiguo Testamento?
Hace un par de días mi familia vió una representación teatral de un libro infantil, “The Runaway Bunny” (“El conejito andarín”), por Margaret Wise Brown, sobre un conejito que quiere irse de casa y alejarse de su madre y para hacerlo dice que se convertirá en diferentes cosas. Su madre le asegura que si se convierte en trucha ella será una pescadora que le pescará, por ejemplo, o si se convierte en un barco, ella será el viento que sople para hacerle regresar a ella. Al final reconoce el conejito: “- ¡Vaya! – dijo el conejito -, mejor me quedo donde estoy y sigo siendo tu conejito. Y así lo hizo. - ¿Quieres una zanahoria? – le preguntó su mamá.”
Este diálogo (que consiste sólo en citas del Antiguo Testamento) muestra una relación parecida entre el Dios del Antiguo Testamento y sus hijos: