XLIV. Actuación y presencia de Dios
477. —Después de estudiar a Dios como fin o bien de todas las cosas, en el libro III de la Suma contra los gentiles, el Aquinate trata de su gobierno universal sobre todas las criaturas ¿Por qué sigue esta sucesión entre estas dos partes del libro?
—Al empezar la segunda de las tres partes de este tercer libro, escribe: «Todo lo que se ha dicho demuestra suficientemente que Dios es el fin de todas las cosas. Y de esto podemos deducir, además, que El mismo con su providencia, gobierna o rige el universo»[1].
Santo Tomás define así la providencia divina: «la razón del orden que hay en las cosas con respecto a sus fines» y que «preexiste en la mente divina»[2]. Al crear el mundo, Dios no solamente dio a los entes creados el ser, según una especie o naturaleza, concretada en individualidades, sino también un orden de cada una de las criaturas a su fin. El Creador, inteligente y libre, desde toda la eternidad tiene en su mente la idea de cada criatura y un plan para cada una de ellas hacia su fin. Se llama providencia a ese plan del orden de todos los entes, existente en la inteligencia divina desde toda la eternidad.

461. ––En los capítulos de la Suma contra gentiles, que dedica el Aquinate a la visión beatífica, se prueba que el alma humana, para contemplar a Dios, en la otra vida, necesita que su entendimiento sea elevado por una acción de Dios, que es realizado por lo que se llama la «luz de la gloria». Se denomina «luz de la gloria», porque, al igual que al entendimiento agente de la facultad intelectiva humana, se le compara con la luz, Ambas acciones hacen que el conocimiento intelectual, de manera parecida a la visión corporal, se realice y se perfeccione con la «luz».
452. ––¿En la otra vida, el alma humana podrá alcanzar la visión divina por su naturaleza o por sí misma ?
441. ––En varios capítulos, a partir del treinta y ocho, de la tercera parte de la Suma contra gentiles, se ha demuestrado –indica el Aquinate– que: «la felicidad última del hombre no consiste en el conocimiento de Dios con que generalmente le conocen todos o muchos según cierta estimación confusa, ni tampoco en el conocimiento de Dios que se adquiere por vía de demostración en las ciencias especulativas; ni en el conocimiento de Dios que se conoce por fe». También que se ha probado, en los mismos, que: «no es posible llegar en esta vida a otro conocimiento de Dios más alto con qué conocer su esencia, o, al menos entender las otras substancias separadas para que por ellas pudiéramos conocer a Dios de más cerca». Sin embargo, por otra parte, como igualmente se evidenció en el capítulo anterior: «es preciso poner la felicidad última en algún conocimiento de Dios». Por consiguiente, se impone la siguiente pregunta: ¿la felicidad última del hombre está en esta vida?