LXXVIII. Manifestaciones de la Resurrección de Cristo
Las obscuridades[1]
Santo Tomás, en la cuestión siguiente, examina las manifestaciones de la resurrección de Cristo. La primera cuestión la dedica al problema de su limitación, puesto que tal como se indica: «en los Hechos de los apóstoles : «A quien Dios resucitó al tercer día, manifestándolo, no a todo el pueblo, sino a los testigos de antemano elegidos por Dios « (Hch 10, 40-4)»[2].
Dios había designado solo a unos hombres, a los que había predestinado, y no a todos los hombres para que Cristo resucitado se manifestase. Se puede comprender que su manifestación no fuese publica desde la siguiente explicación que da Santo Tomás: «De las cosas conocidas, unas lo son por una ley común de la naturaleza», que hace que el hombre con su entendimiento puede conocer una serie de verdades accesibles a las características de su razón. Pueden denominarse, por tanto, verdades naturales.


En su obra Compendio de teología, afirma Santo Tomás que todos los cuerpos resucitados poseerán íntegras todas sus partes y, además, que quedarán restaurados todos los fallos de la naturaleza corporal humana. No tendrán, por tanto, ni enfermedad, ni sus secuelas, ni ningún deterioro, porque «por el mérito de Cristo se quitará en la resurrección lo defectuoso de la naturaleza que es común a todos»
San Pablo, en el texto de la enumeración de los cuatro dotes o cualidades de los cuerpos resucitados, nombra, en segundo lugar a la «gloria»
Al tratar Santo Tomás, en la siguiente cuestión, las cualidades de Cristo resucitado, plantea, en primer lugar, si Cristo tuvo verdadero cuerpo después de la resurrección. Comienza presentando tres argumentos, que parecen concluir que no tuvo un auténtico cuerpo al resucitar.





