XXXVI. Milagros de Cristo en los espíritus

Milagros en los espíritus[1]

Estudiados los milagros de Cristo en general, en la siguiente cuestión del tratado de la Vida de Cristo, que forma parte de la Suma Teológica, Santo Tomás se ocupa de sus diferentes clases. Los clasifica en cuatro especies, que engloban al conjunto de todas las criaturas. La primera es la de los milagros sobre los espíritus.

Los espíritus buenos, los ángeles, intervinieron en la vida de Jesús, primero: «apareciéndose ante los hombres al servicio de Cristo. Tal ocurrió, por ejemplo, con el ángel de Nazaret (Lc 1, 26); con los que anunciaron la natividad a los pastores de Belén (Lc 2, 9-14); con los que avisaron a San José para salvar al niño (Mt 2, 13-23; los que intervinieron en la resurrección (Mt 28, 2-7); y en la ascensión del Señor (Hch 1, 10-11). Segundo: «sirviéndole a Él en sus necesidades. Por ejemplo, después de las tentaciones en el desierto (Mt 4, 11); y en la agonía de Getsemaní (Lc 22-43)»[2].

También, actuaron los espíritus malos, los demonios. De manera distinta, pero igualmente de dos modos. Primero: «reconociéndole, muy a pesar suyo como Mesías y verdadero Dios. He aquí algunos textos del Evangelio en los que los demonios hablan por boca de los posesos: «¿Que hay entre ti y nosotros. Jesús Nazareno? ¿Has venido a perdernos? Te conozco tu eres el Santo de Dios» (Mc 1, 24)»[3]. Se lee también en San Lucas sobre este endemoniado de Cafarnaúm: «Déjanos, ¿qué tienes tu con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Viniste a destruirnos? Conozco bien quién eres, el Santo de Dios»[4].

Deben referirse igualmente las palabras del endemoniado de Gerasa: ««¿Qué hay entre ti y nosotros, hijo de Dios? ¿Has venido aquí a destiempo para atormentarnos? Había no lejos de allí una numerosa piara de cerdos paciendo, y los demonios le rogaban diciendo; Si has de echarnos, échanos a la para de cerdos» (Mt 8, 29-31). «Los demonios salían también de muchos gritando y diciendo: Tu eres el Hijo de Dios. Pero Él les reprendía y no les dejaba hablar, porque conocían que era Él el Mesías» (Lc 4, 41)».

De un segundo modo: «Obedeciendo a Jesús cuando les mandaba con imperio salir de los hombres: «Jesús le mandó: Cállate y sal de él. El espíritu inmundo, agitándole violentamente, dio un fuerte grito y salió de él» (Mc 1, 25-26)»[5]. San Lucas refiere así la orden de Cristo a este endemoniado de Cafarnaúm: «Jesús le increpó y dijo: «Enmudece y sal de él». El demonio, derribándolo en medio, salió de él y no le hizo daño alguno» (Lc 4, 35)»[6].

Sobre el relato del endemoniado de Gerasa, hay que citar el siguiente pasaje evangélico: »Jesús les dijo (a los demonios): Id. Ellos salieron y se fueron a los cerdos, y toda la piara se lanzó por un precipicio al mar, muriendo en las aguas» (Mt 8, 32)». Asimismo otros que narra San Mateo: ««le presentaron un hombre mudo endemoniado, y, arrojado el demonio, habló el mudo, y se maravillaron las turbas, diciendo: Jamás se vio tal en Israel» (Mt 9, 32-33); «E increpó al demonio que salió, quedando curado el niño desde aquella hora» (Mt 17, 18); «Ya atardecido le presentaron muchos endemoniados, y arrojaba con una palabra los espíritus» (Mt 8, 16)»[7].

Igualmente debe tenerse en cuenta que: «amen de varios relatos sumarios acerca de curaciones de posesos, los Evangelios nos cuentan seis casos especiales, y aún siete, si se quiere: 1, el poseso de la sinagoga de Cafarnaúm (Mc 1, 23-28. Lc 4, 35). 2, un mudo (Mt 9, 32). 3, un ciego y mudo a la vez (Mt 12, 22; Lc 11, 14). 4. la hija de la cananea (Mt 15, 21; Mc 7, 24); 5, el lunático (Mt 17, 14-20; Mc9, 14-28, Lc 9, 37-43); 6. expulsión de demonio en el país de los gerasenos (Mt 8, 28; Mc 5, 1; Lc 8, 26); 7. la mujer encorvada (Lc 13, 10-16)»[8].

Conveniencia de la acción de Cristo en los demonios

En el artículo primero de esta cuestión, Santo Tomás afirma la conveniencia de los milagros que Cristo realizó en los ángeles y demonios. Sobre los que llevo a cabo sobre estos últimos, escribe: «Los milagros realizados por Cristo fueron argumentos de la fe que enseñaba. Ahora bien, Cristo debía con el poder de su divinidad librar del poder de los demonios de los hombres que habrían de creer en El, según aquellas palabras que se leen en San Juan: «Ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera» (Jn 12,31. Y, por este motivo, fue conveniente que, entre otros milagros, se contara también la liberación de los poseídos por el demonio»[9], a quienes expulsaba.

A esta explicación se podría objetar que ciertamente: «los milagros de Cristo se ordenaban a manifestar su divinidad», sin embargo, parece que no debía realizar milagros sobre los demonios, porque con ello la descubría. Y esto: «hubiera impedido el misterio de su pasión, según lo que dice San Pablo: »Si le hubieran conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria» (1 Cor 2,8)»[10].

Santo Tomás la resuelve del siguiente modo: «dice San Agustín en La ciudad de Dios: «Cristo se dio a conocer a los demonios sino en la medida que quiso; y no quiso sino lo que convenía. Pero se les dio a conocer no como a los ángeles santos, en cuanto es vida eterna, sino a través de ciertos efectos temporales de su poder» (Ciud. Dios. IX, 2».

Añade a esta explicación Santo Tomás: «primeramente viendo que Cristo padecía hambre después del ayuno, juzgaron que no era el Hijo de Dios. De donde dice San Ambrosio sobre aquellas palabras: «Si eres el Hijo de Dios, etc.» (Lc 4, 3): «¿Qué significa semejante introducción, sin que, conociendo que el Hijo de Dios debía venir, ignoraban que había de venir en la flaqueza de la carne?» (Exp. Evang. S. Luc., Luc 4, 3, l. 4)»

Después, los demonios: «al ver los milagros, por conjetura, vinieron a pensar que era el Hijo de Dios. Y así dice San Juan Crisóstomo, sobre aquellas palabras que se leen en San Marcos; «Sé que eres el Santo de Dios» (Mc 1, 24), que «no tenían noticia cierta y segura de la venida de Dios». Sin embargo «sabían que era el Mesías prometido en la Ley» (cf. S. Tomás, Cad. áur. Mc 1, 23, 6). Por lo cual se dice en San Lucas: «Sabían ellos que Él era el Mesías» (Lc 4, 41)».

Precisa Santo Tomás seguidamente que: «El que confesasen que El era el Hijo de Dios, obedecía más a una sospecha que a una certeza. Por esto escribe San Beda el Venerable: «Confiesan los demonios al Hijo de Dios y, como se dice luego, «sabían que Él era el Mesías» (Lc 4, 41). Al verlo el diablo fatigado por el hambre, entendió que era hombre verdadero; pero, al no triunfar sobre El cuando le tentó, comenzó a dudar si sería el Hijo de Dios. Ahora, mediante el poder de los milagros, entendió o, mejor sospechó. que era el Hijo de Dios. Por consiguiente, si persuadió a los judíos que le crucificasen, no fue porque dejase de pensar que fuese el Mesías o el Hijo de Dios, sino porque no previó que, con su muerte, sería él condenado. Pues de este misterio, ‘escondido desde la eternidad’ (1 Cor 2, 7), dice San Pablo que ‘ninguno de los príncipes de este mundo le conoció, pues, si le hubieran conocido, nunca hubiesen crucificado al Señor de la gloría’ (1 Cor 2,8)» (Exp. Evang. s. Lucas, Lc 4, 41, l. 2)»[11].

Puede parecer extraño, tal como indica Santo Tomás al comentar el último pasaje bíblico citado por San Beda el Venerable, que San Pablo hable de Cristo como: «el Dios de la gloria crucificado, puesto que la divinidad de Cristo, según la cual se le llama el Señor de la gloria, nada podía padecer».

El problema queda resuelto, añade Santo Tomás, si se tiene en cuenta que: «En Cristo hay una persona y dos naturalezas, la divina y la humana. De ahí que pueda designársele con el nombre de una o de otra y, con el nombre que sea, predicarse de Él lo que es propio de cada naturaleza, porque a entrambas las une en sí una sola persona: y de esta manera podemos decir que el hombre creó la estrellas, y que el Señor de la gloria fue crucificado, no habiéndolas creado como hombre, mas como Dios, ni habiendo sido crucificado en cuanto Dios, sino en cuanto hombre»[12].

Las dificultades sobre la expulsión de los demonios

También a la conveniencia de los milagros de Cristo de expulsión de los demonios se podría presentar otras dos objeciones. La primera sobre su otra finalidad. Por una parte, porque además de la manifestación de su divinidad, «asimismo los milagros de Cristo se ordenaban a la gloria de Dios; por lo cual se dice en el evangelio de San Mateo que: «al ver las turbas al paralítico curado por Cristo, temieron y glorificaron a Dios, que dio tal poder a los hombres» (Mt 9, 8)».

Por otra, porque: «a los demonios no les pertenece glorificar a Dios, porque, como se dice en el Eclesiástico: «la alabanza no es agradable en boca del pecador» (Eclo 15, 9), Por esto, también se lee en los evangelios de San Marcos y San Lucas que: «no permitía hablar a los demonios» (cf Mc, 1, 34; y Le 4,41) en lo que tocaba a su gloria»[13].

Santo Tomás responde con esta aclaración: «Cristo no hizo los milagros de expulsar a los demonios por el provecho de éstos, sino por la utilidad de los hombres, para que éstos glorificaran a Dios. Y por esto les prohibió hablar de lo que redundaba en alabanza de Él».

La prohibición era por tres motivos: «Primero, para ejemplo, porque, como dice San Atanasio, «los reprimía impidiéndoles hablar, aun cuando decían verdad, para enseñarnos a nosotros a no cuidar de ellos, aun cuando parezcan decir verdad. No está permitido que nos dejemos instruir por el diablo, teniendo a mano las divinas Escrituras» (Frag. Com. S. Lc., Lc 4, 33). Y esto es peligroso porque frecuentemente los demonios mezclan mentiras con verdad».

El segundo motivo es porque: «como dice San Juan Crisóstomo: «no convenía que se arrogasen la gloria del ministerio apostólico. No era decente que el misterio de Cristo fuera pregonado por una lengua apestosa», porque ·no es agradable la alabanza en boca del pecador· (Eclo 15,9)» (Cf. S. Cirilo de Alejandría, Expl.. Evang. S. Lucas, Hom. 28)».

Por último, el tercero, porque: «como dice San Beda el Venerable, «no quería encender con esto la envidia de los judíos. Por lo que también los mismos Apóstoles reciben la orden de callar acerca de Él, no fuera que, predicando la majestad divina, se desacreditase el destino de la pasión» (cf. S. Tomás, Cad. áur. Lc 4, 41, 9)»[14],

La segunda objeción sobre la conveniencia de la realización de milagros sobre los demonios, porque es innegable que «los milagros hechos por Cristo se ordenaban a la salud de los hombres. Pero algunos demonios fueron arrojados de los hombres con daño de éstos. Unas veces con detrimento corporal, como se narra en San Marcos que el demonio, al mandato de Cristo, «dando un grito y agitando al hombre con violencia, salió de él, dejándole como muerto, hasta el extremo que muchos decían que estaba muerto» (Mc 9, 24-25). Otras veces, con daño de los bienes, como cuando, a petición de los propios demonios, los envió a los puercos, a los que precipitaron al mar; por lo que los habitantes de aquella región «le rogaron que abandonase su término» (Mt 8,31-34)»[15]. Todo ello parece revelar la inconveniencia de tales milagros.

Para solucionar esta dificultad, Santo Tomás recuerda que: «Cristo había venido especialmente a enseñar y hacer milagros por la utilidad de los hombres, pero buscando sobre todo la salud del alma. Y por esta razón permitió a los demonios expulsados causar algún daño a los hombres, sea en el cuerpo, sea en los bienes, por el provecho del alma humana, a saber, para instrucción de los hombres. Por esto dice San Juan Crisóstomo que: «Cristo permitió a los demonios entrar en los puercos, no como persuadido por los demonios, sino: primero, para instruir a los hombres sobre la magnitud del daño que les infieren los demonios; segundo, para que todos aprendan que ni contra los puercos se atreven a hacer cosa alguna si no se les permite; y tercero, para mostrar cuánto más graves cosas obrarán en los hombres, si no fueran los hombres protegidos por la divina Providencia» (Com. Evang. S. Mateo, Hom. 28)».

Así mismo Cristo: «por las mismas causas, permitió que fuese afligido más gravemente aquel que fue librado de los demonios (cf. Mc 9, 25), aunque al instante lo sacó también de la aflicción. Por aquí se pone de manifiesto, como escribe San Beda el Venerable que: «muchas veces, cuando nos esforzamos por convertirnos a Dios después de una vida de pecadora, somos acometidos con mayores y nuevas asechanzas del enemigo. Hace esto para inspirar odio a la virtud y vengar la injuria de su expulsión» (Exp. Evang. S. Marcos, Mc 9, 18, l. 3). Dice San Jerónimo que el hombre curado se quedó como muerto, porque es «a los sanos a quien se dice: ‘Estáis muertos, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios’ (Col 3, 3)» (Pseudo-Jerónimo, Com. Evang, Marc., Mc 9, 25)»[16].

Conveniencia de la acción de Cristo en los ángeles

En cuanto su acción sobre los ángeles, aunque: «no se lee que Cristo haya hecho milagro alguno sobre los ángeles buenos»[17], pero «hay que decir así como Cristo debía librar a los hombres del poder de los demonios, así también debía asociarlos a los ángeles, según lo que escribe San Pablo a los Colosenses: «Y (El Padre quisó) reconciliar por medio de Él (Cristo) todas las cosas consigo mismo, restableciendo la paz entre los moradores del cielo y los de la tierra, mediante su sangre, que derramó en la cruz» (Col 1, 20)»[18].

Este pasaje de la Epístola a los Colosenses, que es una explicación de la voluntad divina de «reconciliar por medio (Cristo) todas las cosas consigo» (Col 1, 20), de manera que Dios Padre es el origen y fin de la reconciliación de todas las cosas con Dios y Cristo el mediador de ella. Al ocuparse de comentarlo, Santo Tomás indica que debe tenerse en cuenta que: «en la reconciliación dos cosas hay que considerar: primera en qué convienen los que se reconcilian, porque los discordes tienen diversas voluntades, pero los reconciliados concuerdan en algún punto; y así las voluntades primero discordes concuerdan en Cristo. Tales voluntades son las de los hombres, la de Dios y la de los ángeles».. En cuanto a: «las de los hombres, porque Cristo es hombre; la de Dios, porque es Dios».

Además de discordar con Dios, los hombres lo hacían entre sí, porque: «discordaban los judíos, que querían la ley, y los Gentiles, que no querían, pero Cristo a ambos concuerda, puesto que es de los judíos y que libera de la observancia de la ley».

Segunda: se precisa en el pasaje de San Pablo que: «esta concordia la hizo (Cristo)«mediante su sangre» Col 1, 20), porque entre Dios y el hombre la causa de la discordia fue el pecado; entre los judíos y gentiles la ley; y Cristo por su cruz destruyó el pecado y dio a la ley toda su plenitud, y de este modo quito de en medio la causa de la discordia».

En cuanto a la reconciliación en los ángeles, al igual que: «así fuimos reconciliados, se hicieron las paces entre «los moradores cielo», es decir, los ángeles y Dios, y «los de la tierra», a saber los judíos y los gentiles. Por eso al nacer Jesucristo cantaron los ángeles: «Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres» (Lc 2, 14). Asimismo en la resurrección, dijo Cristo: «Paz a vosotros» (20, 26), «pues Él es nuestra paz, que ha hecho de dos pueblos uno» (Ef 2, 14)»[19].

Nota José M. Bover, que interpreta el texto igual que Santo Tomás, que: «es siempre asombrosa la amplitud que atribuye el Apóstol a la redención obrada por la sangre de Jesucristo. Las guerras encendidas en los cielos por la rebelión de los ángeles prevaricadores, las guerras suscitadas en la tierra por la insubordinación de Adán, la hostilidad de los ángeles santos contra los hombres prevaricadores, la hostilidad de la misma naturaleza insensible violentada por el pecado: todas esas guerras y hostilidades apaciguó y calmó la sangre del Redentor, que reconcilió entre sí y con Dios toda la creación»[20].

Por esta «asociación», o «pacificación», de los hombres a los ángeles, concluye Santo Tomás, en su explicación de la acción de Cristo en los ángeles, que «no convenía demostrar a los hombres otros milagros sobre los ángeles que las apariciones de éstos a los hombres, lo que sucedió en su nacimiento, en su resurrección y en su ascensión (cf. Le 2,9; Mt 28; Me 16; Le 24; Jn 20,12)»[21].

 

Eudaldo Forment

 



[1] James Tissot (1832-1883), Jesús persigue al hombre poseído de la sinagoga

[2] ANTONIO ROYO MARÍN, Jesucristo y la vida cristiana, Madrid, BAC, 1961, p. 295.

[3] Ibíd., p. 296.

[4] Lc  4, 34.

[5] ANTONIO ROYO MARÍN, Jesucristo y la vida cristiana, op. cit.,  p. 296.

[6] Lc. 4, 35.

[7] ANTONIO ROYO MARÍN, Jesucristo y la vida cristiana p. 296.

[8] I. SCHUSTER – J.B. HOLZAMMER (Trad. J. de Riezu), Historia Bíblica, Barcelona. Editorial Litúrgica Española, 1947, 2ª ed., 2 vv., v. 2, p. 147.

[9] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 44, a. 1, in c.

[10] Ibíd., III, q. 44, a. 1, ob. 2

[11] Ibíd., III, q. 44, a. 1, ad 2.

[12] ÍDEM, Comentario a la Primera epístola a los Corintios, c. II, lec. 2.

[13] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica ,III, q. 44, a. 1, ob. 3.

[14] ÍDEM, ,III, q. 44, a. 1, ad. 3.

[15] Íbid., ,III, q. 44, a. 1, ob. 4.

[16] Íbid., ,III, q. 44, a. 1, ad 4.

[17] Ibíd., III, q. 44, a. 1, ob. 1.

[18] Ibíd., III, q. 44, a. 1, ad 1.

[19] Santo Tomás de Aquino, Comentario a la Epístola a los Colosenses, c. 1, lec. 5.

[20] P. BOVER, S.I., El evangelio de San Mateo, Barcelona, Editorial Balmes, 1946, pp. 358-359.

[21] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 44, a. 1, ad 1.

1 comentario

  
Marta de Jesús
Como brote verde en la Fe, su blog lo dejo para más adelante. He leído algún post suelto, como éste, pero creo que mejor lo leeré desde el principio cuando pueda. Muchas gracias por su trabajo al servicio de Dios.
19/07/23 5:31 PM

Dejar un comentario



No se aceptan los comentarios ajenos al tema, sin sentido, repetidos o que contengan publicidad o spam. Tampoco comentarios insultantes, blasfemos o que inciten a la violencia, discriminación o a cualesquiera otros actos contrarios a la legislación española, así como aquéllos que contengan ataques o insultos a los otros comentaristas, a los bloggers o al Director.

Los comentarios no reflejan la opinión de InfoCatólica, sino la de los comentaristas. InfoCatólica se reserva el derecho a eliminar los comentarios que considere que no se ajusten a estas normas.