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16.08.21

CXII. La racionalidad de la resurrección de la carne

1380. –¿Se puede demostrar el dogma de la resurrección de la carne?

–El hecho de la resurrección de la carne, indicado expresamente en la Sagrada Escritura es un dogma de fe, que está contenido en el Símbolo de los Apóstoles –«creo en (…) la resurrección de la carne»[1]– y no se puede demostrar. Sin embargo, se puede confirmar racionalmente. Así lo indica Santo Tomás, a continuación, al escribir: «Además, supuesto lo que anteriormente se demostró, puede servir para mostrar la futura resurrección de la carne»,

Manifiesta su racionalidad y posibilidad con tres argumentos. El primero es filosófico y se basa en dos tesis antropológicas ya probadas. La primera es que: «las almas humanas son inmortales, pues permanecen después de los cuerpos y desligadas de los mismos». La segunda es el carácter de forma de la substancia alma, que permite su unión substancial con el cuerpo, porque: «El alma se une naturalmente al cuerpo, porque es esencialmente su forma».

De las dos tesis se sigue esta conclusión: «el estar sin el cuerpo es contra la naturaleza del alma. Y nada contra naturam puede ser perpetuo. Luego el alma no estará separada del cuerpo perpetuamente».

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2.08.21

CXI. La resurrección de la carne

 

1366. –¿Por qué después de tratar detenidamente los siete sacramentos, pasa el Aquinate a ocuparse de la resurrección de los cuerpos?

–Después del estudio de los misterios de la Santísima Trinidad, de la Encarnación y sus efectos, los sacramentos, el otro gran misterio que se trata, en el postrer libro de la Suma contra los gentiles, es el de la vida del mundo futuro. Comienza este cuarto gran tema con la indicación de su relación con los dos anteriores, la Encarnación y los siete los sacramentos.

Los dos temas precedentes ya tratados y el de la vida del más allá se relacionan con los problemas del pecado y de la muerte, porque, como ya se demostró: «fuimos liberados por Cristo de cuanto incurrimos por el pecado del primer hombre, y, cuando éste pecó, nos transmitió no sólo el pecado, sino también la muerte, que es su castigo, según el dicho de San Pablo: «Por un hombre entré el pecado en el mundo, y por el pecado, la muerte» (Rm 5, 12)».

Y, por tanto: «es necesario que por Cristo seamos librados de ambas cosas, es decir, del pecado y de la muerte. Por eso dice San Pablo en el mismo lugar: «Si por la transgresión de uno, esto es, por obra de uno solo, reino la muerte, mucho más los que reciben la abundancia de la gracia y el don de la justicia reinarán en la vida por obra de uno solo, Jesucristo» (Rm 5, 17)».

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