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5.07.16

XLIV. Las tres tentaciones diabólicas

Los tres amores y las tres tentaciones

Como causa de los pecados, además de la «concupiscencia de la carne», sufre el hombre la «concupiscencia de los ojos» y la «soberbia de la vida»[1]. Según Santo Tomás, la primera concupiscencia da lugar a los desordenes o pecados de gula y lujuria. La concupiscencia de los ojos, que no se deriva directamente en la anterior, sino en las facultades racionales, es el origen de la avaricia y de la vanagloria, y la soberbia de la vida, al deseo desordenado de la propia excelencia o soberbia[2].

San Agustín, que tomaba la concupiscencia de los ojos como la curiosidad[3], había observado que estos tres amores, raíces de todos los pecados, se correspondían con las tres tentaciones que empleó el diablo contra Cristo. Escribe: «Con estas tres cosas tentó el demonio al Señor. Le tentó con la codicia de la carnecuando, al sentir hambre después del ayuno, le dijo: “Si eres Hijo de Dios, di a estas piedras que se conviertan en panes” (Mt 4, 3). Pero ¿cómo rechazó al tentador y enseñó a luchar al soldado? Escucha lo que le dice: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra salida de la boca de Dios” (Mt 4, 4)».

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