La increencia y el rechazo de la fe
Siempre me ha preocupado el tema de la increencia. En el vocabulario clásico, más que de “increencia” se hablaba de “incredulidad”; es decir, de repugnancia o de dificultad para creer, de falta de fe y de creencia religiosa. Y es un tema que me preocupa porque lo siento como muy cercano a mí. Personas muy allegadas no creen. Es más, yo mismo puedo pensarme como no creyente. Recuerdo un libro de un jesuita - que fue en su día profesor mío - que, a propósito de la increencia, titulaba uno de los capítulos de su obra con una frase provocadora: “Celebrar Misa como un ateo”.
La increencia no está sólo en el otro. Puede estar, solapada o discretamente, en uno mismo, como un reclamo para estar alerta, como un recordatorio permanente de la inmerecida gracia de la fe. Una gracia fuerte y sólida, porque proviene de Dios, pero, paradójicamente, aquejada de la debilidad de todo lo humano, en la medida en que somos nosotros, hombres al fin y al cabo, los que estamos llamados a creer, a fiarnos de Dios, a optar por Él como fundamento estable de la propia vida.
En mi experiencia personal, y en mi experiencia ministerial, me encuentro cada día con el asedio de la increencia. Se manifiesta de muchos modos este ataque sutil. Y un denominador común caracteriza al frente enemigo: la siembra de la desconfianza, la apelación a una supuesta falta de “evidencia” humana que pruebe la conveniencia de adherirse incondicionalmente a Dios y a su Palabra.

“En octubre diré quién soy y lo que quiero”, había anunciado la Virgen María a los videntes de Fátima. Y este anuncio se cumple en la aparición del día 13 de octubre de 1917: “Soy Nuestra Señora del Rosario”; quiero “que continúen siempre rezando el Rosario todos los días”. Las revelaciones privadas, entre las cuales debemos contar las apariciones de Fátima, nos ayudan a vivir más plenamente la revelación definitiva de Cristo en una época de la historia (cf Catecismo 67). ¿En qué medida puede ayudarnos a vivir la fe en nuestro tiempo saber que María se llama a sí misma “Nuestra Señora del Rosario” y saber que Ella nos pide que recemos el Rosario todos los días?
Jesús nos invita a entrar al banquete del Reino; a ese banquete de bodas que describe el proyecto divino de la salvación. Dios quiere que los hombres participen de su vida reuniéndolos, en la Iglesia, en torno a su Hijo Jesucristo. Cristo es el “corazón mismo de esta reunión de los hombres como ‘familia de Dios’ ” (Catecismo, 542). Él es el Reino de Dios en persona. Entrar en el Reino es vivir con Cristo y en Cristo.
La Apologética se ocupa de la “apología” de la fe cristiana. Y la “apología”, si acudimos al Diccionario, es un discurso, de palabra o por escrito, en defensa o alabanza de algo o de alguien. Podemos pensar, por ejemplo, en la célebre obra de Newman “Apologia pro Vita Sua”, un texto en el que el futuro Cardenal se defiende de acusaciones injustas, motivadas por su conversión al Catolicismo.
Que una parroquia, durante veintiún años, sea capaz de publicar una revista es un hecho destacable y casi milagroso. Que, además, por el tipo de impresión, por su apariencia formal y por su contenido la revista sea perfectamente presentable, y hasta interesante, supera todo cálculo prudente. Aunque las cosas están cambiando y hay, como en todo, gloriosas excepciones, lo eclesiástico tiende a ser “pobretón” y hasta cutre. Como si la Iglesia, por decadencia o por otros motivos, olvidase, o ya no pudiese ejercer, su fructífero mecenazgo en favor de lo bueno y de lo bello.






