Sobre las Fiestas del Cristo y la religión como hecho social
Leo en el “Faro de Vigo” que el BNG avisa de que “el Cristo no estará bajo ningún concepto en la Semana Grande”. Es decir, en el programa de las fiestas de verano de la ciudad de Vigo – hasta hace poco llamadas “Fiestas del Cristo” – , no se hará mención del acontecimiento que, sin lugar a dudas, aglutina a más vigueses: la procesión del Santísimo Cristo de la Victoria. Hasta tal extremo llega la voluntad desacralizadora del Bloque que se muestra dispuesto – este partido político, que comparte con el PSOE poder municipal – a retrasar el comienzo de las celebraciones festivas para que no coincidan con la procesión. Y a la vez, en un ejercicio grosero de incoherencia, ese mismo partido transige con respecto a la romería de San Roque: “En este caso no tendríamos problema, porque es algo más que un acto religioso”.
He de confesar que no entiendo nada. Que un Ayuntamiento no organice una procesión religiosa cabe dentro de lo normal. El Estado – y los diversos niveles de la Administración del Estado – no es la Iglesia. Pero, si a un Ayuntamiento no le interesa una procesión, tampoco puede interesarle, en línea de principio, una romería. Pero, llegados a este punto, es donde se hace visible el criterio del Bloque: La romería es “algo más que un acto religioso”.
O sea, para que un acontecimiento tenga cabida en el programa municipal, ha de ser cualquier cosa, salvo un acto religioso. Un programa de fiestas se limita, normalmente, a levantar acta de lo que hay. No todo lo que cabe en el programa ha de ser propiciado u organizado por quien edita el programa. El programa da cuenta de lo que hay. Y si las fiestas del pueblo, o de la ciudad, son en honor de San Roque, del Santísimo Cristo, o de San Antonio (como en el Louredo del Padre Casares), el programa, por cortesía y por voluntad de servicio, deja constancia del motivo principal que las inspira. Eso es lo lógico en todas partes, menos en Vigo.

Llega la Cuaresma, un tiempo de penitencia que nos ayuda a prepararnos para la Pascua de Resurrección. La obligación de hacer penitencia proviene de un mandato del Señor, que pide no sólo obras exteriores, sino la conversión del corazón: “Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6, 17-18).
Lo ha solicitado él: “Os pido que recéis por mí, para que pueda cumplir fielmente el alto cometido que la Providencia divina me ha encomendado como sucesor del Apóstol Pedro”. Pero, aunque no lo hubiese pedido expresamente, seguiría siendo una obligación nuestra. Hay que rezar por el Papa, siempre, y más que nunca en un momento en que su autoridad – autoridad recibida de Cristo- está siendo contestada; no sólo por los que formalmente están fuera de la Iglesia, sino incluso por los que, aparentemente, están dentro.
Religión en Libertad es un espacio habitable. Y encontrar un espacio habitable, en medio de tantos páramos y de tantas junglas, constituye ya de por sí un privilegio. Para un sacerdote, el ofrecimiento de escribir en un portal de notable difusión es una invitación que no puede ser desatendida. Claro que no basta con una invitación, ni con escribir por escribir, ya que se requiere, pienso yo, que haya una cierta coherencia entre aquello que se escribe y el medio en el que se difunde lo escrito. Y también, si la vocación de escritura ha de tener cierta continuidad en el tiempo, se agradece un mínimo de confortabilidad. Podemos pasar una noche a la intemperie, pero resulta mucho más crudo pasar un invierno entero.
San Pablo, en la Segunda Carta a los Corintios, escrita en el otoño del año 57, se presenta como un hombre veraz y sincero, libre de fingimiento: “La palabra que os dirigimos no fue primero ‘sí’ y luego ‘no’”. En esta falta de doblez el Apóstol sigue el ejemplo de Jesucristo, que “no fue primero ‘sí’ y luego ‘no’”, ya que “en Él todo se ha convertido en un ‘sí’; en Él todas las promesas han recibido un ‘sí’”. En definitiva, la sinceridad de San Pablo se fundamenta en la sinceridad de Dios mismo, en la fiabilidad de su Palabra, en la lealtad con la que, enviando a Jesucristo, ha cumplido todas sus promesas.












