Tito Brandsma, de Fernando Millán Romeral
El Prior General de la Orden del Carmen, Fernando Millán Romeral, es el autor de un breve e interesante libro titulado Tito Brandsma, editado por la Fundación Emmanuel Mounier, en la colección “Sinergia” (F. Millán Romeral, Tito Brandsma, Colección Sinergia nº 33, Fundación Emmanuel Mounier, Salamanca 2008, 136 páginas, 6 euros).
Se trata de una biografía de este beato carmelita, nacido en la religión holandesa de Frisia, el 23 de febrero de 1882, y martirizado, aplicándole una inyección letal, en el campo de exterminio de Dachau el 26 de julio de 1942. El Papa Juan Pablo II lo beatificó en 1985.
La encargada de administrarle la “solución final” – una inyección de un compuesto de ácido fénico -, una joven enfermera holandesa fanatizada por el nazismo, narraría, años después, con el pseudónimo de Tizia, los últimos días y las últimas horas del P. Brandsma. El mismo domingo en que el P. Tito era asesinado en Dachau, “se leía en todas las iglesias de Holanda una carta de los obispos en la que, con no poca dureza, se criticaban las últimas normas del gobierno de ocupación” (pág. 129). Como represalia a esa protesta, muchos religiosos de origen judío – entre ellos, Edith Stein – fueron detenidos y conducidos a los campos de exterminio.

El domingo de Ramos, comienzo de la Semana Santa, sitúa ante nuestra mirada a Jesucristo en la humildad de su Pasión. San Pablo, en la Carta a los Filipenses (2,6-11), recogiendo probablemente un antiguo himno utilizado por los primeros cristianos, nos habla de la humillación y exaltación de la humanidad santísima del Señor. Cristo “no hizo alarde de su categoría de Dios”, “se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo”, “se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”.
Lo copio en francés, en la esperanza de que sea asequible su lectura:
Ya en la inminencia de la Semana Santa recordamos hoy, día 2 de abril, el fallecimiento del Papa Juan Pablo II. Casi al finalizar la Cuaresma, la Iglesia de dirige a Dios pidiendo que “mire con amor a los que han puesto su esperanza en su misericordia”. El Papa Juan Pablo II se ha apoyado, constantemente, en la misericordia de Dios. En una anotación de su testamento espiritual datada en el año 2000, escribía: “Espero también que, mientras pueda cumplir el servicio petrino en la Iglesia, la misericordia de Dios me dé las fuerzas necesarias para este servicio”. Cuando, con conciencia de deber y de agradecimiento, cumplimos lo que el Papa pedía en su testamento: “Tras la muerte, pido santas misas y oraciones”, lo hacemos con la dulce certeza de que Dios “mira con amor” a su siervo Juan Pablo II. La mirada de Dios nos sostiene aquí en la tierra y nos acompaña, después del paso de la muerte, en la vida eterna.
La imagen del grano de trigo que cae en tierra y muere y, así, da mucho fruto, nos ayuda a comprender el sentido de la muerte de Jesús como principio de vida para los creyentes. La fecundidad de esta muerte tiene una relevancia universal: “Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32).












